Pelillos a la…eternidad

pelos

(10/6/2016) “Todo está en los libros” cantaba un viejo programa televisivo de hace años. Tiempos viejos, de cuando había una televisión más preocupada en formar que en informar, en conversar que en gritar, en indagar en la clave de nuestras actitudes que en adoctrinarnos.

Y ese “todo” se refería a que cualquier aspecto de la condición humana, de lo que nos define como personas: los sueños, la alegría, las pesadillas, las dichas, las penurias,…, está en los libros.

También, los restos biológicos de los lectores, nuestra huella digital, por ejemplo, lo que los convierte en objeto deseado por detectives que quieren escudriñar el pasado para llegar a saber algún día quien mató al presidente, por ejemplo.

Leer es un acto íntimo, tan íntimo que al hacerlo vamos desparramando indicios, huellas, pelos, saliva, uñas, bacterias…, restos biológicos que nos retratan y nos delatan.

Que se lo digan al arqueólogo Jerzy Gassowsky encargado de encontrar las huellas de Nicolás Copérnico, el gran astrónomo polaco. Que se lo digan. Tras dar con sus huesos en el altar de Santa Cruz  de la catedral de Frombork (en alemán Frauenburg) y no poder cotejar el ADN con los de su tío materno, Lucas Watzenrode, (no se logró encontrar su ataúd), Jerzy propuso barrer los libros del astrónomo con el fin de hallar algún resto.

 Buscó y buscó en la biblioteca del sabio y escudriñó el “Calendarium Romanun Magnum”, obra de Johannes Stöffler, que Copérnico había consultado en tantas ocasiones y en el que hizo numerosas anotaciones.

Tras exhaustivos análisis al fin hallaron restos de huella del pulgar de una mano y otros indicios que exigían para su análisis cortar papel o utilizar algodón mojado para extraer el ADN. Pero… ¡se dañaba el Calendarium! Investigación desestimada.

En estas andaban cuando a alguien se le ocurrió ir a la caza y captura de algún pelo del autor de “De revolutionibus orbium coelestium” en dicho calendario, porque ¡a qué lector no se le cae un cabello en su libro de cabecera! ¡a qué cocinero no se le cae un pelo en la sopa!

 Encontraron en total ¡¡¡9 pelos!!! Extrajeron el ADN del gran astrónomo, lo cotejaron con el del diente encontrado en la catedral de Frauenburg y ¡¡aleluya!! -mientras cantan pongan cara de Bach-, ¡ambos coincidían!

En las mismas andan ahora los encargados de Proyecto Leonardo que se proponen conmemorar como se merece el 500 aniversario de la muerte del De Vinci cuando llegue el 2019.

 Siguiendo el ejemplo del arqueólogo polaco también ellos rastrean los soportes donde dibujó, los libros que leyó, los restos que dejó en vete a saber qué lugar…¿para qué? “para comprender mejor al genio”, dicen.

Llegados a este punto, uno, que es escéptico por viejo, o quizás viejo de tanto ser escéptico, piensa que si no sería mejor emplear el dinero de tanta investigación en estudiar y divulgar la obra de los genios y no tanto para saber si sus ojos eran azules o verdes como la albahaca.

También me llegan a las mientes (de escéptico incurable) toda la parafernalia mediática que se llevó a cabo con el “probe” Miguel (de Cervantes) para encontrar sus restos. Visto, lo visto, ¿no hubiera sido mejor rastrear sus libros a la caza y captura de algún “cabello castaño” tras “la frente lisa y desembarazada” de “éste que veis aquí”?

Es más ¿por qué no analizar como se merece el manuscrito del Quijote de Avellaneda para saber de una maldita vez quién está detrás del impostor y si es, o no, Baltasar de Navarrete, candidato del investigador cervantino Javier Blasco? ¿Y qué me dicen de la autoría de “El Lazarillo de Tormes”?

Y para concluir, pues alguna vez habrá que hacerlo, ¿por qué nadie asesoró a Manuel Benítez, hijo, que para dar con el ADN de su padre, Manuel Benítez El Cordobés tú eres el as de la torería” no era necesario hurgar en los clínex del torero padre y centrarse en los libros que lee o leyó.

Otra cosa es que estos afamados lean o hayan leído libros.

Los futuros investigadores de Messi, por ejemplo, que no acudan a los libros. Dicen que solo ha leído uno y me da que lo hizo de corrido mientras regateaba con un balón.

“Todo está en los libros”… de papel, habría que añadir.

El libro digital, tan pulcro, tan frío, tan aséptico…sin alma para acoger una tos, un estornudo, un pelo o una uña en su pulcra pantalla flexible y táctil, nunca será objeto de deseo para el sherlock holmes que pretenda escudriñar el alma de los lectores. Otra ventaja del libro de papel.



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