Pater amabilis

pater

(30/04/2019) La escena es cada vez más frecuente: padres jóvenes o maduros (y aquí el plural no es inclusivo, me refiero a “ellos”) llevando a sus bebés en brazos y dándoles todo tipo de ternura y afecto, hombres sin complejos dispuestos a manifestar dulzura y suavidad con sus hijos, a acunarlos, a estrecharlos en sus brazos, a exteriorizar sus afectos.

 La revolución que se está llevando a cabo en el siglo en lo que a los derechos de la mujer se refiere, está dejando esta otra imagen que marca otra revolución no menos importante en el terreno de los afectos y quién sabe si también en la historia de la humanidad: hombres llevando a sus criaturas en brazos, cambiando sus pañales, acariciando su rostro, riendo sus gracias, llevándoles a cuestas, saboreando su infancia…

 Quienes peinamos canas sabemos que no siempre fue así. Que hubo épocas no tan lejanas en las que si un padre manifestaba ternuras a su retoño estaba mal visto. Años en los que la crianza era cosa de las mujeres y los hombres se apartaban o eran apartados a otros territorios sin saber la importancia de los primeros vínculos, la trascendencia de las primeras interacciones con sus bebés.

 Y no me estoy refiriendo a los tiempos del pater romano, señor de la vida y de la muerte sobre sus hijos, con derecho a reconocerlos o no, tampoco a los del filósofo Jean-Jaques Rousseau que abandonó a cinco de sus hijos entregándolos a la inclusa, no, me refiero a los tiempos de nuestra infancia donde una masculinidad mal entendida, no permitía esos alardes de ternura paternos. “Eso es cosa de mujeres”, decían.

 Las imágenes religiosas que circulaban por todas partes tampoco ayudaban mucho en la tarea. Uno veía estampas y cuadros de la Virgen con el Niño en su regazo o de la Madre llorosa con el Hijo muerto, pero ver a San José en la misma actitud (aunque también había estampas) era mucho más difícil. La mater amabilis formaba parte de nuestro acervo cultural.

 Hay analistas y estudiosos de las antiguas costumbres  que comprenden o justifican aquel comportamiento apelando a la alta mortalidad infantil en tiempos no tan lejanos: ¿cómo empatizar, dicen, con alguien que se te iba a morir?, ¿cómo encariñarse con quien tenía una alta probabilidad de no superar la infancia?

Por eso, si  el siglo XX fue el siglo del niño y el siglo XXI está siendo el de la mujer, este siglo está siendo también el siglo del hombre hogareño, tierno y cariñoso que empatiza con su bebé como nunca lo hizo y esto es algo que, como dije, revolucionará la historia del hombre que es también la historia de sus afectos, la historia de su infancia.

“No le des mimos que le malcrías” era la frase que se oía cuando un padre se abandonaba al cariño, a la ternura, en tiempos no propicios para tales manifestaciones.

 Eran años en los que se confundía ternura con blandura, suavidad con falta de autoridad; años en los que se valoraba en los varones la reciedumbre, la distancia afectiva, la dureza emocional, el “no caer preso de las emociones”, se decía. Sin sospechar que el adecuado desarrollo psicológico y emocional de los niños estaba relacionado también con el amor del padre.

 Ternura y masculinidad parecían conceptos opuestos y la autoridad paterna estaba reñida con los afectos del corazón que de existir -y seguro que existían en la mayoría de los hombres- debían ser reprimidos (como se reprimían las lágrimas) en aras de una virilidad mal entendida.

 Por eso bienvenidos sean los nuevos padres que participan en igualdad de condiciones con las mujeres en la crianza de sus hijos, que incorporan los sentimientos y la ternura al trato con sus retoños, que apuntalan el crecimiento afectivo y la autoestima de sus vástagos con una paternidad nutritiva y emocional no exenta de una autoridad firme que sabe poner límites.

 La primera infancia es considerada por los estudiosos como una etapa en la que el cerebro está en formación y en la que miles de neuronas establecen nuevas conexiones; un momento en el que se captan y almacenan en la memoria las primeras imágenes, esas que impregnarán para siempre la memoria más profunda.

 Por eso es tan importante haber rescatado esa semilla que, enterrada en el tempero de la más tierna infancia, ha permanecido congelada durante el largo invierno que es la historia del hombre.

 Bienvenidos, pues, el pater amabilis, el padre amable digno de ser amado no sólo por lo que es, sino por cómo es: afectuoso, ameno, cariñoso, cordial, respetuoso, tierno, sacrificado, acogedor, adorable…



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