Noviembre: el mes desaparecido

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(20/11/2019) Noviembre, el “dichoso mes que comienza por los Santos y termina en San Andrés” según reza el refranero, pasa ante nosotros como un relámpago, como un “si te he visto no me acuerdo”, como caballo al trote que presiente la cebada, para encontrarse cuanto antes con la Navidad. Con esa Navidad que se anuncia desde el verano.

 Vivimos tan acelerados que apenas si tenemos tiempo para disfrutar del paso de las estaciones, cada una con sus peculiaridades paisajísticas, con sus olores, con su luz, con sus vientos…. Y de los meses ¿qué les voy a decir?

 En esta vorágine en la que estamos inmersos, en la que todo se reduce a un escueto “hace mal tiempo o hace buen tiempo”, lo demás: el colorido de los bosques, el canto de las aves, el correr de los ríos, las caricias del viento, el placer de la lluvia, los olores del campo…pasan ante nosotros sin pena ni gloria. Y ya mismo estamos en invierno, en Navidad…Luego más de lo mismo.

 El Día Mundial de la Lentitud que se conmemora el diecinueve de febrero, es tan poco celebrado que debería trasladarse al treinta del mismo mes o ya puestos a noviembre, un mes ninguneado por tirios y troyanos que solo piensan en poner luces en las calles para que llegue cuanto antes diciembre con su turrón y sus villancicos y olvidarnos del “dichoso mes”.

 Dice el escritor Adolfo Ortega que “la vida hay que vivirla como se degusta lo sabroso, se escucha la buena música, se lee la buena literatura…con tiempo dilatado”.

 Por eso para frenar a este noviembre desbocado, y mientras pido a mi librera el Elogio de la lentitud de Carl Honoré, vuelvo a los libros y releo El nombre de la rosa de Umberto Eco (que ya forma parte de mis libros de cabecera) y Obabakoak (Los habitantes de Obaba) de Bernardo Atxaga, premio Nacional de las Letras Españolas en el año que termina, y que crea, en esos mundos de Obaba, en ese “Macondo vasco” que es Obaba, una narrativa singular impregnada de poesía.

 Releo buena literatura y de paso intento sujetar a este noviembre de “comida rápida” para buscar desesperadamente el tiempo presente. Ese presente que se perdió en algún lugar de nuestro mundo y ya nadie sabe dónde se encuentra.

 Salgo a caminar para encontrarme, en el andar despacioso y cansino, con la ansiada lentitud que aligere mi memoria y me permita disfrutar de este otoño que pinta las aceras con el pincel de sus hojas caducas y pedestres, cuando de repente me adelanta como el rayo y casi me arrolla una muchacha en patinete eléctrico, y entonces vuelvo a la realidad y compruebo que la ciudad es una vorágine donde reina la prisa y donde lo importante no es disfrutar del viaje (la vida es un viaje) sino el llegar. Pero llegar ¿a dónde?

 Todo es rapidez, superficialidad, ligereza… y la lentitud, la concentración, la profundidad, tienen cada vez las patas más cortas. Todo son artilugios informáticos, pantallas portátiles, aparatos que exigen respuestas inmediatas y lecturas rápidas, breves y superficiales, que anestesian nuestras vidas y nos hacen avanzar por este noviembre desaparecido, como zombis.

“Hice un curso de lectura rápida  y fui capaz de leer Guerra y Paz en tres horas. Creo que iba de Rusia” nos confesó Woody Allen.

 Pero ¿de qué va noviembre?

 Noviembre es la antesala de la Navidad y no va de nada. Noviembre terminó el día uno, cuando teatralizamos el Tenorio y nos disfrazamos de calabaza. Después la Navidad.

 “Hice un curso sobre noviembre y lo viví en dos días, creo que iba de Halloween”, podríamos decir parafraseando a Woody.

“El Juego de la Oca representa una determinada concepción de la vida; que es una descripción de los trabajos y los días que nos toca pasar en este mundo, una descripción y una metáfora” nos recuerda Bernardo Atxaga en su libro. Pero en ese Juego de la Oca que es la vida, ¿qué lugar ocupa noviembre?

   Lo tengo: noviembre es la casilla de la Oca, un lugar donde nunca se está por aquello “de oca a oca y tiro porque me toca”, un sitio de paso rápido, de mirada rápida, para llegar cuanto antes a la gran Oca final de la Navidad, porque ya lo dijo el poeta castellano “nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”.

“Noviembre, dichoso mes que comienza por los Santos y termina en San Andrés”.

¿Lo ven?, los Santos y San Andrés, dos días.



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