Navidad en Olmo de La Guareña

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(30/12/2019) Un año más, y ya van nueve, se ha celebrado (y aquí la palabra celebrar adquiere su significado más hondo) el Certamen de Villancicos de la comarca zamorana de La Guareña.

 El pasado veintiuno de diciembre, haciendo frente al viento huracanado y a la lluvia de la borrasca Elsa, más de una decena de pueblos se reunieron para celebrar el certamen.

 Celebrar, sí, porque para estos pueblos, olvidados de todas las administraciones, permanecer vivos, tener representantes en cualquier evento (cantar villancicos, por ejemplo) es digno de elogio y admiración. O como también se dice de lanzar las campanas al vuelo. Campanas de tantas iglesias que, huérfanas de párrocos que las atiendan, solo parecen servir para cobijo de palomas.

 Pero esta vez la preciosa iglesia románico-mudéjar de Olmo de La Guareña, el templo de San Andrés, declarado Bien de Interés Cultural, sirvió para algo más: para acoger el IX Certamen de Villancicos al que asistieron los pueblos comarcanos: Cañizal, El Pego, Fuentelapeña, Fuentesaúco, Guarrate, La Bóveda de Toro, Vallesa de La Guareña, Villaescusa, Villamor de los Escuderos y, por supuesto, el anfitrión: Olmo de La Guareña.

 Pueblos unidos por un sentimiento de desesperanza y abandono que se resisten a morir y que elevan cada año por estas fechas, como un grito desesperado, villancicos al Dios que nace para que el milagro del nacimiento de Belén se propague por la comarca y nazcan niños para poder cantar de verdad un “¡Gloria al niño que nace!”.

 Porque oír cantar en estos pueblos que riega el río Guareña es como oír el canto del cisne: ese gesto que se hace como última actuación, ese grito desesperado que se lanza al vacío antes de desaparecer…

 Con una población de veinticinco habitantes que apenas superan la decena cuando llega el invierno, Olmo de La Guareña, se resiste a morir. Por eso cada año, muchos no podemos evitar que afloren las lágrimas de la emoción cuando les oímos cantar villancicos con profesionalidad y orgullo, como si representaran a la misma capital de la provincia.

 Este año, motivados y crecidos porque lo hacían en su pueblo nos dejaron sin habla cuando nos regalaron “Blanca Navidad” y “El autobús de Manolo”, dos hermosos villancicos cargados de vida y esperanza.

 “El que resiste gana” dijo en su momento el nobel Camilo José Cela y uno piensa que sí, que la resistencia numantina de estos pueblos que se niegan a que desaparezca su cultura de siglos, terminarán ganando la partida de la vida. Y que en una nueva Navidad volverán los niños, las escuelas, el futuro, la vida… Porque lo último que se pierde es la esperanza.

 “Está muy bien que no se extinga el águila perdicera ni el alimoche. Yo no digo que no, pero qué pasa si nos extinguimos nosotros. ¿Qué harán cuando quedemos cuatro personas en el pueblo?, ¿clonarnos?” se pregunta el alcalde de Fermoselle, José Manuel Piló, tras una reunión en la Junta en la que se han asignado tres millones y medio de euros para proteger las aves del Parque Natural de los Arribes del Duero.

 Pregunta que podrían hacerse cualquiera de los alcaldes de estos municipios de La Guareña, cansados de pedir planes de futuro en los altos despachos. Hartos de demandar soluciones a la brecha digital y una cobertura de móvil manifiestamente mejorable.

  Sabemos que la solución no es fácil pero algo habrá que hacer para que esos parques infantiles abandonados, esas calles sin niños que las crucen, -donde el ciudadano medio es un señor que emigró hace años para vivir en Alemania, Suiza, Barcelona, Madrid …y vuelve al pueblo para envejecer-, esa cultura milenaria  que guardan nuestros pueblos, vuelvan a la esperanza, a la vida.

 Habrá que hacer algo, sí, para que los dineros de la Unión Europea para el impulso de iniciativas de desarrollo rural, formación para el empleo, infraestructuras y promoción económica, no tengan que devolverse, como ocurre cuando el gasto no se efectúa. Como acaba de ocurrir con 352,9 millones de euros que han sido devueltos a Bruselas por falta de planes para nuestros pueblos.

 Algo habrá que hacer para que pueblos como Olmo de la Guareña sigan cantando a la Navidad.

(Quiero dedicar este artículo a mi bisabuelo Lisardo Hernández que nació en Olmo de La Guareña en la segunda mitad del siglo XIX, en los años en los que Olmo, según el Diccionario de Pascual Madoz, tenía “escuela de primeras letras dotada de 200 reales y 18 fanegas de trigo, a la que asisten dieciséis niños”).



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