Naturalmente un manuscrito

manuscrito

(10/07/2019) Alguien, alguna vez, debería hacer un homenaje, un merecido reconocimiento, a los “manuscritos encontrados”, a esos escritos sin realidad física ni papel que los soporte, pero que en la mente del autor y en la imaginación del lector fueron considerados reales.

 El recurso al manuscrito encontrado ha llenado la literatura de libros virtuales, de libros fantasma, que han sido analizados por críticos y eruditos, y por supuesto por los lectores. Libros con los que el autor se enmascara por distintos motivos y da a conocer el texto como fruto de un hallazgo fortuito con el propósito de lograr una historia que sea verisímil.

 Son muchos los ejemplos que pueblan la literatura, pero para empezar ¿por qué no hacerlo con el manuscrito en latín encontrado por un monje alemán a finales del siglo XIV y que Umberto Eco convirtió en una joya literaria? Eco inicia la narración de El nombre de la rosa con un rotundo “naturalmente un manuscrito” porque sabe que dicho recurso es la mejor herramienta para dar  credibilidad a su relato, a su novela: “Naturalmente un manuscrito. El 16 de agosto de 1968 fue a parar a mis manos un libro escrito por un tal abate Vallet, Le manuscript de Dom Adson de Melk…”. Y sigue Eco aportando datos sobre el mismo porque sabe que al hacerlo está haciendo más creíble la novela.

 Otro ejemplo sobre lo mismo sería El manuscrito carmesí de Antonio Gala donde el último sultán de Granada -Boabdil- da testimonio de su vida usando unos papeles carmesíes y legándonos un manuscrito inmaterial rescatado para nuestro deleite. Como Eco, Gala se recrea en explicarnos el descubrimiento de los papeles por parte de dos arquitectos franceses (personas curiosas, pero no expertas en materia de paleografía, dice) que trabajan en la mezquita de Karauín: “se trataba de unos manuscritos que destacaban de los demás por dos razones: por estar encuadernados a la perfección…y por su color carmesí”.

 Podríamos continuar con el mismo Cervantes, inventor de la novela moderna, que repite a lo largo de El Quijote que su novela no es más que la traducción al castellano de un autor árabe: Cide Hamete Benengeli (al iniciar el capítulo IX de la primera parte habla de unos cartapacios con caracteres arábigos que vendía un muchacho: “quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de Don Quijote. Con esta imaginación le di priesa que leyese el principio; y haciéndolo así, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”), seguir con Edgar Allan Poe y su Manuscrito en una botella en el que un marinero que se halla en Indonesia zarpa con una tripulación sueca para, tras múltiples avatares, dejarnos un relato espectral y terrorífico. “No hace mucho que me aventuré en el camarote privado del capitán y tomé de allí los materiales con que escribo esto y lo que antecede. De tiempo en tiempo seguiré redactando este diario. Cierto que puedo no encontrar oportunidad de darlo a conocer al mundo, pero no dejaré de intentarlo. En el último momento encerraré el manuscrito en una botella y lo arrojaré al mar” y concluir con el manuscrito que Pascual Duarte encuentra en la cárcel y  permite a Camilo José Cela escribir La familia de Pascual Duarte.

 Pero no podría cerrar este artículo sin referirme al Manuscrito encontrado en Zaragoza del conde ucraniano Jan Potocki, uno de los libros más importantes de la literatura europea. En él se narra la historia de un oficial polaco que, batallando a las órdenes de los franceses en pleno sitio de Zaragoza, encuentra un manuscrito escrito un siglo antes por el noble Alfonso Van Worden. El Manuscrit trouvé à Saragosse (Manuscrito hallado en Zaragoza) resulta ser una historia original y cautivadora, una fascinante fantasía, un prodigio de la imaginación que sería llevada al cine por el director W. Has y que según confesó Buñuel fue la única película que había visto entera en su vida.

  Son, todos ellos, manuscritos cuya existencia no ha sido demostrada aunque hay estudiosos que lo intentan sin éxito -ya se ha dicho que son recursos, piruetas literarias que los escritores usan con mayor o menor fortuna-, pero que nos fascinan igualmente como lectores y que perviven en nuestra mente como reales, como obras rescatadas del imaginario común.

 Miguel de Unamuno que también utilizó la “técnica del manuscrito encontrado” en San Manuel Bueno, mártir, dijo: “A todo historiador debe serle permitido colmar las lagunas de la tradición histórica con suposiciones legítimas, fundadas en las leyes de la verosimilitud”.

 Y el manuscrito encontrado siempre será una de esas suposiciones legítimas.



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