Musas robadas

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(30/12/2014) Si detrás de cada hombre “importante” hay siempre una mujer…sorprendida, detrás de cada escritor o de cada artista parece haber una musa que inspira su trabajo y lo sublima.
Musas existentes como Isabel Gil Moreno de Mora que encandiló a la “gauche divine” barcelonesa como vimos en el artículo anterior, o como Alma Mahler que inspiró a Gustav Mahler el Adagietto de su 5ª Sinfonía (retrato de Alma) y la 6ª Sinfonía (La Trágica) que nació por y para ella; pero también al pintor Oskar Kokoschka -vean su cuadro “La novia del viento” y oigan el dolor de quien llegó a trastornarse cuando Alma le abandonó-; al compositor Zemlinski en su Suite Lírica; al poeta y novelista Fran Werfel con quien se casó en terceras nupcias y al compositor Alban Berg que, en su obra A la memoria de un Ángel, reflejó sus sentimientos hacia Alma.
O musas inexistentes como Georgina Hübner que inspiró una hermosa elegía al poeta Juan Ramón Jiménez, siendo la tal Georgina el invento o broma pesada de dos jóvenes peruanos, admiradores del autor de Platero, tal como nos narra Juan Gómez Bárcena en su libro “El cielo de Lima”.
Y mujeres que hubieron de resignarse a ser meras comparsas de la genialidad de otros hombres para ver cómo su propio talento era utilizado en provecho ajeno recibiendo, como premio, la condena al ostracismo y el robo de la autoría de sus obras por sus ególatras compañeros. Musas robadas.
Podemos empezar por María Lejárraga mujer de Gregorio Martínez Sierra y autora, según investigaciones recientes, del libreto de El amor Brujo que se había creído obra de su esposo.
Pero hay más semblanzas que se alejan de la sombra ladrona y tutelar del marido, padre o tutor para emerger como genios del arte. Son aquellas que algunos creían incapaces de tener talento “dada su condición mujeril” y a las que se consideraba “pusilánimes, de corazón más flaco, de cerebro más húmido y de complexión más astrosa” entre otras sandeces. Como Camille Claudel, triste símbolo de la artista ninguneada por el poder masculino, escultora de importantes creaciones y coautora de renombradas obras atribuidas a su amante Auguste Rodin, que recibió como pago a su colaboración el encierro en un manicomio porque, según dejó escrito, “tras apoderarse de la obra realizada a lo largo de toda mi vida, me obligan a cumplir los años de prisión que tanto merecían ellos…”; o como Anna Magdalena Bach que, además de musa, esposa y madre de numerosa prole, escribió el manuscrito de las seis sonatas y suites para violín, considerado autógrafo de Bach durante muchos años, y que según sesudas investigaciones lejos de mera transcriptora también fue la genial compositora del aria de “Variaciones Goldberg” y del primer preludio de “El clavicordio bien temperado: Libro I”. Casi nada.
Ya metidos en harina podríamos continuar con la francesa Colette (Sidonie-Gabrielle Colette) para enmendarle la plana a su esposo Henry Gauthier Villars por haber utilizado a su mujer como “negro” en la producción de sus obras, presumir después ante la sociedad francesa de su ingenio y dedicarse al oficio de “bon vivant”, sin reconocer que era, como escribió Colette, “un mentiroso impotente ante la página en blanco”.
A estas alturas del artículo ya casi podríamos afirmar que detrás de cada mujer importante hay un hombre que roba su creación y, si puede, la condena al ostracismo.
Sofonisba Anguissola, una de las pocas pintoras con un lugar en el Museo del Prado, es uno de esos genios olvidados tras la muerte que fueron despojados de la autoría de sus obras mientras se entregaban a autores coetáneos con los que compartió años y estilo: Antonio Moro, Sánchez Coello, El Greco, Tiziano…
Así el “Retrato de Felipe II” atribuido durante siglos a Coello es obra de Sofonisba y lo mismo ocurre con la “Dama vestida de armiño” que se atribuyó al Greco hasta fechas recientes (1999) y que tras sesudos estudios, nunca concluyentes, resultó no ser una dama anónima sino la infanta Catalina Micaela -hija de Felipe II-, no ir vestida de armiño sino con piel de lince y que lejos de ser una obra de El Greco era de Sofonisba Anguissola.
Sirva esta mujer como paradigma de tantas otras forzadas por maridos, padres o hermanos, o por el poder masculino de cada época, a estar ausentes de las artes visuales o de la literatura por considerar que su condición de mujer les impediría alcanzar las cotas del hombre.
Las más de cincuenta obras que se atribuyen a Sofonisba, su influencia en artistas que vendrían después como Lavinia Fontana, Fede Galizia, Bárbara Longhi y Artemisa Gentileschi hacen necesaria una revisión histórica sobre el papel de la mujer en el mundo del arte y de la cultura.



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