Morirse para un premio

jardiel

(10/06/2021) “Si buscáis los máximos elogios, moríos” reza el epitafio de Enrique Jardiel Poncela y (añado yo) si queréis que alguien os conceda algún galardón por vuestra obra, ese reconocimiento que os han negado en vida, moríos también. O estad a punto de palmarla.

 Si te dicen que van a premiarte, mírate en el espejo. Seguro que ya alcanzas una palidez cadavérica y tus labios van adquiriendo desde hace días un rigor mortis delator. Que se lo digan a Francisco Brines que a punto estuvo de recibir el Premio Cervantes (monarcas incluidos) en el tanatorio, o a Ralph Steinman que falleció tres días antes de recoger el Nobel de Medicina o a tantos premiados que recibieron el pastel del éxito cuando ya criaban malvas.

 Aquí y en las Antípodas aumentan los galardonados “a título póstumo” que es el título que más aprecian los jurados de todos los premios y más aún los herederos de los galardonados que se quedan con la dotación material del premio, con los derechos de autor y con el reloj del abuelo.

Esos premios que lejos de premiar el presente creativo del artista premian su pasado (premio a toda una vida entregado a la literatura, al cine, a la música, según dicen) terminan en los bolsillos de sus deudos que corren como locos para hacer cola en hacienda cuando se enteran de que al abuelo le ha caído el gordo.

 Además de a los herederos que son muchos habrá que tener en cuenta, en esta querencia póstuma por las glorias patrias, a las entidades y organismos que premian a quienes ya soportaron en vida todos los honores y reconocimientos, con vitrinas tan cargadas de medallas, placas y títulos que se acercan al derrumbe, según confiesan sus viudas.

  Son premios otorgados con criterios tan previsibles que lejos de deparar sorpresas consagran lo obvio. Es como si se quisiera dar el premio Cervantes a Cervantes.

 Normalmente quienes así actúan (ya digo que suelen hacerlo con un artista universal, reconocido por todos en la pasarela de los genios) lejos de buscar los honores del artista lo que quieren es premiarse a sí mismos, adornar con los oros del muerto el palmarés de la entidad que presiden y su propia ambición.

¿Qué pretenden quienes premian a Pavarotti a título póstumo? ¿Qué propósito anida en quienes otorgan, a título póstumo también, el Premio Ondas a Camilo Sesto y el premio especial del jurado a Luis Eduardo Aute? Lo dicho: consagrar lo obvio sin arriesgar nada.

 Pero hay más: en el armario del animal guarda-muertos que es el hombre, al decir de Unamuno, habría que considerar a aquellos que han tenido que esperar décadas e incluso siglos para que les dieran su aplauso.  A quienes la costra de la envidia que padecieron creo tanto grosor que no se pudo eliminar en semanas ni en meses. A veces tardó años e incluso siglos.

 El ingreso en la RAE de doña Emilia Pardo Bazán a los cien años de su muerte (le han concedido un sillón que ni siquiera existe, pero menos da una piedra no nos pongamos exquisitos), así lo corrobora.

 El director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, le ha otorgado “el simbólico sillón 47” como reconocimiento a su valor como escritora.

 Aquella “literata fea con peligro de volverse librepensadora” en palabras de Menéndez Pelayo, después de tres intentos de ingresar en la RAE (en vida) lo ha logrado por fin y podrá asistir de pie a los cansinos debates sobre el lenguaje inclusivo que trae de cabeza a los señores académicos.

 Este lavado de conciencia de las instituciones ante las viejas glorias que la inquina, la torpeza o la envidia apartaron del reconocimiento en su día, sigue aumentando y pronto serán más los póstumos que los vivos en el catálogo universal de los premios.

 Que yo sepa hay grupos que han pedido el Nobel para García Lorca mientras esperan en la puerta de la historia “nobelera” (con b de Nobel, no se confundan) Galdós y Borges. Y es posible que lo consigan ahora que están muertos y bien muertos y no pueden rechazarlo como hiciera Sartre cuando le llamaron los suecos.

  Se trata de eso de premiar a muertos. Con ello se evita el posible rechazo (no todos se mueren por un premio) pero sobre todo se evita que el artista, al estar muerto, disfrute y sea feliz. ¿Hay algo más obsceno y vomitivo para el envidioso que el rostro de un premiado?

 Siempre me dio que pensar que la expresión “darle su merecido” solo se refiriera  al castigo y no al premio. Para esto hay que morirse primero.



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