Malandrines “honoris causa”

birrete

(30/4/2016) Hay que gritarlo a los cuatro vientos. Existen universidades especializadas en dar doctorados “honoris causa” a malandrines y bellacos (por usar términos cervantinos tan recordados en este centenario). Doctorados “honoris causa” a quien tiene el “honor” de ser un sinvergüenza redomado y un corrupto impenitente.

 El banquero que tanto nos predicó desde el púlpito catódico, mintió como un bellaco en su discurso de investidura al doctorado que le otorgó la universidad Complutense: “hay que practicar la ética de la solidaridad, hay que equilibrar la riqueza para integrar a los desintegrados”, nos sermoneó. Y se quedó tan ancho.

Por llevarse, se llevó hasta el “código de valores compartidos” que dijo habría que diseñar para “integrar el razonamiento ético y el puramente económico”. Todo un atraco a nuestra dignidad a punta de pistola.

Tiren de hemeroteca y sonrójense. Muchos de los acusados por eso que eufemísticamente se llama “desajustes contables” fueron revestidos con el birrete de los doctores, con la toga de los justos, con el guante blanco de la pureza.

Uno de ellos, a quien había que dirigirse con un “Muy honorable señor”, fue distinguido como doctor “honoris causa” por once universidades (¡¡¡¡ONCE!!!!): La universidad de Rosario (Argentina), la Universidad de Toulouse, la Universidad Católica de Bruselas, la Universidad Lumière Lyon II, la Universidad Eötvös Lóránt de Budapest, la Universidad de Swon (Corea), la Universidad de Gales, la Universidad Ramon Llull, la Universidad París 8, la Universitat Oberta de Catalunya y la Universitat de Lleida. Y esto sin entrar en los premios, títulos, insignias, galardones, grandes cruces, medallas de oro, órdenes, grandes cordones, distinciones y llaves de ciudad otorgados por un todo un rebaño de serviles y “pelotas”.

El birrete de ceremonia, el gorro cilíndrico, tiene un origen oscuro pero esclarecedor para el asunto que tratamos. Del italiano berretto se emparenta con el término latino birrus que significa “rojo”. Y rojo era el color que identificaba a los esbirros, esas personas pagadas por otras para llevar a cabo tropelías y desafueros.

 En el templo de la sabiduría, en el Alma Mater de la honestidad, campean a sus anchas esbirros revestidos con todas las dignidades.

Se tiran estatuas, se cambia la nomenclatura de alguna calle, se modifican los libros de historia, pero nadie, que yo sepa, pide que se devuelvan togas, anillos, guantes y libros a los corruptos que se dedicaron a doctorarse en “cuentas opacas”, ni a quienes se los otorgaron.

Sólo una universidad, y gracias a la presión de setenta y cinco mil firmas (¡¡¡75.000!!!) de sus estudiantes, ha logrado que devuelvan lo robado: el título. El resto permanece en Suiza.

Otras, cuentan con la complicidad cobarde de sus rectores que justifican tamaño desafuero (vuelve Cervantes) aportando mil escusas: que si ocurrió hace mucho tiempo, que si se adoptó por unanimidad, que si fue aprobado por gente de todas las ideologías, que si el personaje era toda una personalidad en la España de esa época.

Personajes que eran y siguen siendo, políticos, banqueros, adinerados y poderosos. ¿Dónde están los investigadores que acorralan al cáncer?, ¿dónde los maestros que aran cada día el futuro en el aula?, ¿dónde los héroes que sacan a sus familias adelante con un salario de hambre?

No tienen los créditos necesario. Les falta en su currículo los necesarios delitos de corrupción, los imprescindibles blanqueos y falsificaciones para optar al doctorado, dicen los rectores.

Al paso que va la burra, que es lento y cansino pero tenaz, nuestras universidades serán por fin las primeras en algo: tener entre sus doctores toda una gavilla de chorizos y aprovechados. Un record Guiness de truhanes con birrete a nada que se lo propongan. Gaudeamus igitur.

“Devuélveme el rosario de mi madre” cantaba una agraviada Dolores Pradera mientras prometía que “a nadie ya en el mundo daría su corazón”. Pues que nos devuelvan el birrete, la muceta y la toga para revestir con ellos a los pocos honrados que van quedando en la Sodoma de los tiempos.

Pero no devuelven nada. Bastante tienen con  descojonarse de risa desde su confortable celda, a la espera de salir pitando con billete al paraíso fiscal. Se acompañarán de los guantes blancos que le dieron en la ceremonia del doctorado, y que, según les dijeron, “son símbolo de la pureza que deben conservar tus manos y distintivo también de tu singular honor y valía”. Gaudeamus igitur.



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