Madame Bovary o así pasen 150 años
(14/1/2008) Dicen que es una de las diez mejores novelas de todos los tiempos. Aseguran que es una obra de arte de la literatura universal. Predican que nos hallamos ante una de las mejores novelas del siglo XIX. Apuntan que es todo un referente en lo que a realismo narrativo se refiere. Señalan, en fin, que con ella se inició la narrativa moderna.
La novela “Madame Bovary. Costumbres provincianas”, nació hace 150 años de las manos de un genio que padecía desórdenes de tipo nervioso, que era perfeccionista en el estilo hasta lo maniático y, además, un misántropo convencido. Que todas esas cosas y muchas más dicen que era el francés Gustave Flaubert, el padre de la criatura.
La globalización, que para algunos asuntos tiene las piernas más largas que un jugador de baloncesto, apenas si ha llegado al mundo literario y cultural como si el universo de la narrativa no se nutriera con las mismas grandezas y miserias humanas, con los mismos anhelos y miedos en Lima o en Pekín. Pero pasó el 2007, se celebraron mil efemérides, y muy pocos nos acordamos de ese personaje de la literatura universal que nos representa a todos porque representa al hombre con su nobleza y su bajeza, con su humanidad más cruda: Emma Bovary.
“Emma c´est moi” (Emma soy yo) llegó a exclamar Flaubert cuando le preguntaban por la identidad de su personaje. Le faltó añadir “y usted, y ella, y aquél, y aquélla y …todos”.
Y somos Emma porque antes de ser derrotados por el tedio y la vulgaridad de nuestras vidas todos hemos buscado el amor que se elevaba por encima de todos los amores, el deseo que superaba a todos los deseos, el ideal que se alzaba sobre todos los ideales posibles.
Emma persigue lo imposible y no se resigna a llevar una vida aburrida y mediocre, y ¿quién, alguna vez, no ha corrido tras quiméricas felicidades de adolescente y buscado lo excelso y lo absoluto en lo grisáceo del paisaje?
Emma se siente con derecho a la pasión, lo que hace que tenga que llorar, arrastrarse, frustrarse pero también sentirse viva; y ¿quién no ha intentado alguna vez lanzarse en los brazos de la pasión más loca sabiendo que tras ella se escondía el sufrimiento y el desengaño?
“Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, he aquí las condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os falta la primera estáis perdidos” dijo en alguna ocasión Flaubert. Y Emma era cualquier cosa menos estúpida, por lo que no fue feliz aunque persiguió como pocos la felicidad.
Madame Bovary es la primera mujer en el mundo literario que toma decisiones propias, asume sus propios fracasos y se atreve a romper con el tedio de una vida vacía y opaca. Otras seguirían después su estela. Pero ella, Emma, fue la primera. Corría el año 1857.
Ciega de ideales, aullando de amor, se estrellará contra la vulgaridad y trivialidad de un mundo que no llega a saciar los anhelos de su corazón palpitante.
Lean, si aún no lo han hecho, Madame Bovary. Lo apuntado en el primer párrafo es cierto. Nada de exageraciones. Flaubert escribe magistralmente la primera novela moderna empleando dos recursos no utilizados hasta entonces: la técnica del monólogo interior y la caracterización humana de sus personajes. Por vez primera los protagonistas dejan de ser héroes y personajes fascinantes para moverse por el terreno de la humanidad más cotidiana.
Saboreen la musicalidad de sus frases y el ritmo que late en sus párrafos. Y si llegan al final sorpréndase con la descripción de la agonía de la protagonista. Nadie ha descrito una agonía como Flaubert en Madame Bovary.
Lo dicho. Una obra maestra alimentada con prodigiosas técnicas narrativas.
Madame Bovary.