Lo quiero y ¡¡ya!!
(10/04/2025) Ahora, cuando el coronavirus parece estar en retroceso, los profesionales de la salud nos alertan sobre otra pandemia que está causando estragos desde hace tiempo y que tiene, al parecer, difícil cura: la ansiedad. La generación de las pantallas a la que todos pertenecemos, pero de una manera especial los más jóvenes, ha aparcado de su vida las experiencias físicas, imprescindibles en los mamíferos, y se ha enganchado a esas experiencias virtuales que ofrece la tecnología, llevándonos, según refiere el psicólogo social y escritor Jonathan Haidt, a una “generación ansiosa” formada por vástagos que han sido y son sobreprotegidos en el mundo real pero desprotegidos en el mundo virtual.
También Juan Luis Suárez, autor de La condición digital ha puesto el dedo en la llaga cuando ha afirmado que “depresión, ansiedad, autolesiones y hasta suicidios se aprecian ya en estudiantes de primaria y secundaria”. Y la reciente serie Adolescencia, recomendada por las autoridades británicas para ser vista en sus institutos,está llenando de angustia a muchos padres que desconocían, dicen, ese lado tóxico y sombrío que tienen las redes sociales.
Y no se trata de ser apocalíptico cuando se afronta el tema de las nuevas tecnologías pues todos reconocemos sus muchas ventajas, pero en el caso de la ansiedad, del logro de la satisfacción inmediata a cualquier precio, del “lo quiero y ¡¡ya!!” está llevando a muchos padres a un ataque de nervios (de ansiedad), ante su impotencia para satisfacer tanta demanda y de una manera tan inmediata.
Llegar al cielo y sin escala es el “santo grial” de los nuevos consumidores en los que el tiempo de espera ha sido derrotado por la prisa y donde nadie disfruta del camino sino de la llegada. Y eso mientras el destino no supere el tiempo de un clic, de ese clic con el que logramos todo lo que nos apetece en la selva digital donde vivimos confortablemente instalados.
Hoy son muy pocos los que valoran los tiempos de espera y muchos los que buscan resultados inmediatos y gratificantes. Por eso cuando el médico nos dice que hay que esperar tres días para saber los resultados de la analítica terminamos comiéndonos las uñas, incluyendo las de los pies.
“¡Lo quiero y ya!” berrea el muchacho acostumbrado a la satisfacción inmediata de sus caprichos cuando no le llega el cromo esperado (porque lo que importa es completar el álbum y no la experiencia de coleccionar). Y entonces los papás, tras lamentarse de lo cruel que es el sistema con su retoño, tiran de cartera y acortan los plazos de entrega. Luego la ansiedad cambia de bando y se ceba en ellos que esperan y desesperan cuando no llega el repartidor con el paquete de Amazon.
Quienes más entienden de esta nueva pandemia, de este lograr al precio que sea la satisfacción inmediata, de esta “ansiedad de tenerte en mis brazos” que decía aquella canción, son los repartidores. Véanlos cómo zigzaguean en la calzada, en monopatín o bicicleta, a velocidades supersónicas, con el bolsón de “GLOVO” a la espalda para llegar cuanto antes al destino y frenar el berrinche de cualquier ansioso.
La ansiedad lo llena todo y está presente en cualquier lugar, pero hay dos en los que se hace más patente entre los adultos: las colas en el supermercado y en la cafetería. Se den una vuelta por cualquiera de esos lugares y comprueben con sus propios ojos cómo la ansiedad degenera en angustia y se transforma en gritos y atropellos a nada que te descuides.
Es una pandemia, como ya dije, que está infectando todos los ámbitos de la actividad humana, incluso uno tan plácido, relajante y reflexivo como debería ser la lectura. Cada vez es más evidente en muchos lectores un afán por pasar páginas de manera ansiosa para ver cuándo rayos acaba el capítulo en cuestión o cuándo se termina el libro que, aunque solo tenga cien páginas, se nos hace más largo que el alambre de un equilibrista.
Ya son muchos los que están aplicando técnicas y terapias caseras para llevar a sus hijos a disfrutar más del proceso en cualquier actividad y a ver la frustración y los errores como parte esencial del aprendizaje humano.
Pero es un camino que exige tiempo de espera algo a lo que ni padres ni hijos estamos acostumbrados. Formamos parte de una sociedad adicta al placer instantáneo y ajena al esfuerzo y a la constancia. y donde la paciencia se ha marchado de vacaciones.
Es hora de practicar adivinanzas como aquella con la que los padres de antes nos mantenían expectantes toda una mañana: “Blanco por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga, espera”.