Llegar a las manos

choques

(10/06/2017) Mal andamos cuando hasta el hecho, simple y arcaico, inocente y sincero, de darse la mano es objeto de análisis y elucubraciones entre quienes diseccionan los discursos para llegar a la verdad. Mal andamos.

Hasta hace pocas fechas el hecho de darse la mano, para saludar, para despedirse, para sellar pactos…era solo incumbencia de quienes protagonizaban el apretón. Se daban la mano y ya está. Saludo cumplido. Pacto sellado. No había lugar para segundas intenciones.

El problema vino cuando se quiso interpretar un hecho tan simple. Cuando alguien asoció la personalidad del otro con el inocente hecho de darse la mano. Mano blanda: pusilánime, pasivo, falto de confianza; mano fuerte: decidido, tenaz, resuelto; demasiado fuerte: carácter agresivo, dominante, despótico…

Luego resultó que no. Que tras el apretón blando se escondía un asesino en serie y tras el choque firme y agresivo el voluntario de una ONG.

Pero llegaron las cámaras, y las manos, y su breve vuelo hasta el abrazo, son objeto de todo tipo de análisis que dan para hacer una tesis doctoral.

Apretones que los implicados tienen que justificar ante la prensa como si fueran entrenadores de fútbol tras el partido.

“Sostuve el apretón de Trump para no mostrar debilidad”, comentó Macron para acallar el titular de prensa que pregonaba a los cuatro vientos que “el tenso e intencionado apretón de manos de Macron y Trump no fue inocente”.

Y es que las palabras ya no sirven para definir a nadie, se ahogan en el río de lo políticamente correcto, en el océano de la posverdad, y hay que acudir a los gestos, a los andares, a los rubores, a las maneras de estrecharse las manos, para saber si Trump va a involucrase o no en la OTAN o si va a asumir los riesgos del cambio climático y actuar en consecuencia. Que no.

 Ya no interesan ni los analistas de discursos, ni los sabios en grafología. ¿Para qué? Todos al paro.

Una cámara y dos manos buscándose para el choque (¡choca esa mano!) marcarán o no el inicio del conflicto en el Mar de China. Sobran las palabras.

Por eso digo que mal andamos  porque la palabra siempre fue el puente que permitía salvar el abismo de la guerra. Pero ya no.

 El gesto crea realidad, dicen, mientras el lenguaje se pierde en el bosque de la palabrería. Las palabras hace tiempo que perdieron su significado. La inflación “palabraria”, peor que la monetaria, ha llevado directamente al gesto, al apretón, al choque. A las manos.

El inocente gesto de darse la mano que nació en las “tesseras de hospitalidad” romanas, para demostrar que no se llevaban armas (este fue su origen) ha pasado de pacto a declaración de guerra y los dedos son ya misiles que apuntan al corazón del oponente. Sin palabras.

 Pero si la palabra es reemplazada por el gesto bravucón de un apretón de manos -por parte de quien se considera el macho alfa de cualquier imperio- se corre el riesgo de que desaparezca la libertad y con ella la democracia. Por eso digo que mal andamos.

 Esos apretones de manos que se dan algunos mandatarios, profetas del odio, oficiantes de la mentira, en quienes oímos el gesto y no la palabra, son puñetazos al entendimiento con música de fondo (el bolero “perfidia”, por ejemplo), mientras arrojan las palabras al cementerio.

¡Han llegado a las manos! decíamos y seguimos diciendo cuando las divergencias se solucionan con los puños. Y esa frase, se ha hecho realidad y el fotógrafo busca las manos de los que mandan, con mirada febril, para saber, por fin, que encierran en la bocamanga de sus discursos.

 Y la historia vuelve a repetirse y retrocede hasta Pilatos, al momento en que un gesto de manos -lavarse las manos- sentenciaba a un inocente a la cruz.

 Los poderosos hace tiempo que podaron las palabras y se entregaron a los rumores del gesto, de los ademanes. Saben que la dictadura de la imagen, en la que estamos inmersos, cercena las palabras y las vacía de significado. Para qué el diálogo, la discrepancia, el entendimiento, la conversación, la entrevista, la discusión, el debate, el coloquio, la plática o la opinión, si un gesto, un simple gesto con las manos, equivale a un discurso.

“Cortad esas palabras y sangrarán: son vasculares, están vivas” decía Emerson comentando los Ensayos de Montaigne. Pues lo mismo.



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