Libros y terapia

(30/5/2013) Uno de los mayores placeres que experimenta cualquier autor ocurre cuando ve que sus obras son leídas -y valoradas- por un público amplio. Pero es seguramente su uso terapéutico, su condición sanadora, lo que más satisfacción le aporta. Y no me estoy refiriendo a los libros de autoayuda, aplicables a todo tipo de complejos, sino a aquellos que son utilizados como medida curativa tanto del cuerpo como del alma.

Hace pocos días experimenté en mis propias carnes esa alegría añadida a la de escribir un libro, el saber que se lee y que además puede tener un efecto curativo.

Y es que alguien en la calle me paró para comentarme que mi libro “Valladolid con ojos distintos” estaba siendo utilizado en un centro para personas que sufren la enfermedad del Alzheimer como recurso memorístico y lúdico con el fin de contribuir a frenar el avance de tan penosa enfermedad.

Muchos libros se han utilizado en el ámbito de la neurosis y de las enfermedades degenerativas dando excelentes resultados como complemento a las técnicas psicoterapéuticas aplicadas. También en la medicina.

Uso que viene de antiguo. Bastaría con que recordáramos los libros de protección o de características mágicas, utilizados en tiempos pasados para proteger a quienes los leían. Protección para nada extensible a sus autores que siempre fueron perseguidos como sospechosos de pactos diabólicos.

Entre los más conocidos se podrían citar la “Oración de la emparedada”, el “Libro de San Cipriano o San Ciprianín” y el “Gran Grimorio del papa Honorio” cuya mera utilización sobre el enfermo, o simplemente el hecho de enseñárselo o leérselo, tenía, según era común creencia, carácter paliativo.

Pero no solo debemos pensar en una utilización del libro en el campo de las patologías o de la magia. También en el tratamiento de distintas crisis existenciales, determinados libros pueden tener efectos muy beneficiosos.

Los psiquiatras hablan, por ejemplo, de libros que son enormemente prácticos para ayudar en determinados trances vitales, así como en el último, el de la muerte. Y son los poetas los preferidos por aquellos que van a dejar este mundo de forma más o menos voluntaria.

Cuentan que miles de jóvenes del campo de concentración de Theresienstadt, antes de ser conducidos al de Auschwitz, asaltaron la biblioteca del campo para llevarse como viático el libro de su poeta preferido.

Pero cuidado. El libro no siempre resulta tan beneficioso para los lectores. En otro de mis artículos les hablé del “malditismo” que rodea a alguna de las más importantes obras de la literatura.

El libro “El guardián entre el centeno” de Paul Auster, considerado una de las obras imprescindibles de la literatura del siglo XX, está relacionado con criminales de la talla de Mark David Champan -asesino de Lennon-, Charles Manson -que cumple condena como instigador de los asesinatos de Sharon Tate y sus invitados en Beberly Hills-, Lee Harvey Oswald -presunto asesino de John F. Kennedy-, John Hinckley -que atentó contra Ronald Reagan- y Sirhan B. Sirhan -arrestado por el asesinato de Robert F. Kenned-, entre otros.

Todos ellos confesaron hallarse influenciados por dicho libro.

No me refiero, por lo tanto, a los libros de temas “malditos” como el exorcismo, el ocultismo, la alquimia o el diablo (Dan Brown acaba de publicar Inferno) como los señalados más arriba. Tampoco a aquellos que fueron ocultados por su condición de “malditos” al versar sobre contenidos prohibidos en su época -como los encontrados en Barcarrota (Badajoz)-; sino a esos libros que han acompañado a importantes criminales y que los han elevado (me refiero a los libros) al altar de la fama más oscura.

En defensa de los autores de tales libros hay que decir que, cuando cualquier obra se echa a vivir en el bosque de los humanos, nunca podrán controlar las interpretaciones que se harán de sus trabajos. Y es que un libro, cualquier libro, puede malinterpretarse o sus ideas pueden ser deformadas o su lectura hacerse de forma torticera y alimentar todo tipo de salvajadas.

Y no quiero entrar aquí en el adoctrinamiento que buscan determinadas publicaciones.

Al escritor no hay que exigirle que escriba para salvar al mundo de los peligros que le acechan. Sería imposible además de pretencioso. Pero sí el cambiar o transformar parte de esa realidad que le rodea en aquello que deba ser transformable porque beneficia a todos.

También el propósito de inmunizar al lector contra el odio, la depresión, la desesperación y la frustración existencial. Que no es poco.



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