Leer os hará vivos

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(28/02/2019) Cuando un producto se vende mal o es desconocido por el gran público la mercadotecnia aconseja hacer sesudos estudios sobre el mismo que terminen demostrando lo que se pretende (objetivo de toda investigación que se precie y que se pague): las bondades del artículo en cuestión y, si viene al caso, sus propiedades anticancerígenas.

 El libro, un producto más que sale al mercado en busca de clientes, está de capa caída desde que irrumpieron en su vida todas las pantallas y le arrojaron al rincón del ángulo oscuro cual arpa de poeta. Y necesitado como está de ayuda, aquí y en Pekín, busca investigadores que destaquen sus mieles y que lleguen a demostrar, si es posible, que leer alarga la vida, tiene propiedades afrodisíacas y, ya puestos, cura el cáncer.

 Si los “mileniales” (los nacidos a partir de los años 80) leen poco, los llamados “centeniales” o “posmileniales” o Generación Z (nacidos tras el nuevo milenio) auténticos nativos digitales, lo hacen aún menos y ver a alguien con un libro en las manos comienza a ser tan extraño como verlo con sombrero. Como diría Marco Aurelio Denegri “la lectura para los más de los habitantes se ha convertido en una actividad exotérica y oculta, misteriosa y secreta. Casi clandestina”.

 Por eso la Universidad de Yale, nada menos, se propuso investigar las bondades de la lectura y ha demostrado (como era de esperar tras años y dólares de investigación), que los lectores tienen una esperanza de vida superior a la de quienes no abren un libro. Y para que nadie piense que se trata de una de tantas noticias falsas, de tantas mentiras piadosas  o de tantas verdades a medias, pone números al asunto para entronizarlo en el mundo de lo incuestionable: 2 años más de vida.

 No sé si la noticia (que por cierto se ha publicado en la revista Social Science and Medicine) dice algo sobre la muestra que han tomado para dicha investigación, sobre el control de variables y sobre otros asuntos importantes para cualquier tesis, aunque viniendo de Yale y habiendo sido publicada en Social Science and Medicine nadie osará ponerla en duda: es como cuando alguien para demostrarnos las bondades de un producto nos dice “¡lo anuncian en la televisión!” y todos damos el asunto por zanjado, o como cuando ante una duda de fe (quién no las tiene) alguien nos amonesta con un “¡lo dice el Papa!” que nos deja clavados y sin réplica, aunque con las mismas dudas.

 Tendré que leer más en profundidad la noticia para ver si gracias a Yale puedo tener ganados esos dos años más de estancia en esta vida, ese crucero por los fiordos de la vejez que me corresponden como lector, no sea que pasen las rebajas o me caduque el bono.

No obstante, por si acaso, por saber si cumplo los requisitos, leo la definición de lector que da la RAE y compruebo que se trata de un adjetivo referido a quien lee o tiene el hábito de leer.

 Definición que como ven hace una leve pero importante distinción al indicar claramente que no es lo mismo leer ocasionalmente un asunto que tener el hábito lector, que es a lo que se refiere, supongo, la investigación de Yale. No es lo mismo leer que ser lector como no es lo mismo conducir que ser conductor. Un lector -aquí con categoría de sustantivo- es por lo que entiendo el único que tiene derecho a vivir esos dos años de placer que dice Yale.

 Y hablando de lectura, ¿a qué lectura se referirá?: ¿a la de libros en papel?, ¿a la de libros en digital?, ¿a la de periódicos o revistas?, ¿a la de tebeos?, ¿a la de wasap? …

 No lo sabemos, como tampoco sabemos si estaremos entre los afortunados que gozarán de ese regalo de vida que nos prometen, aunque lo que no podrán quitarnos nunca a los lectores serán esos magníficos viajes en el espacio y en el tiempo que nos permiten los libros. Como dejó escrito Umberto Eco: “el que no lee, a los setenta años habrá vivido una vida. Quien lee habrá vivido cinco mil años, la lectura es una inmortalidad hacia atrás”.

 Cinco mi años hacia atrás y dos por delante no son moco de pavo y tanta vivencia e inmortalidad deberían conducirnos a un asalto masivo y desesperado a las librerías como esos hambrientos que asaltan supermercados tras un terremoto devastador.

 Porque los libros condicionan la vida, alimentan deseos, trastornan la mente, desbordan la imaginación y generan “quijotes, “sanchos”, “alicias”, “azarías”, “ulises”, “lolitas”, bovarys”, “hamlets”, “lázaros”, “werthers”, “sherlocks”, “celestinas”…Porque la lectura es una vocación, un placer, una forma de felicidad, una droga que engancha.

 Y  a los lectores lo de vivir dos años más, con perdón de Yale, nos la trae al pairo.



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