La vejez y el éxito

(31/3/2013) El éxito, en la vida, casi siempre llega demasiado tarde.

Les ocurre a muchos y también le sucedió a Frank McCourt, que le llegó cuando ya había cumplido los 66 “tacos” y gracias al libro “Las Cenizas de Ángela”. Si espera un poco más las cenizas hubieran sido las suyas.

Si difícil resulta soportar el éxito cuando se tienen pocos años -dicen que por ahí hay mucho jovenzuelo trastornado por el dinero y la fama-, el éxito cuando ya estás jubilado o casi, te debe de encontrar con aire de escepticismo e incredulidad. Como con ganas de escupirle al destino aquello de ¡A buenas horas mangas verdes!

Que no es lo mismo tener éxito en los años en los que piensas que te vas a comer el mundo, que tenerlo cuando el mundo te ha devorado a ti. Que no es lo mismo, ¿verdad Frank?

Frank McCourt .Todo un premio Pulitzer por escribir un libro -uno sólo- y nada de nada –más bien ninguneos y malas noches- por enseñar a 11.000 alumnos durante 30 años. Que manda.

Hay muchas fotos de McCourt en internet pero muy pocas en las que se le vea rodeado por alguno de esos 11.000 alumnos que, según confesión propia, llegó a tener. Por eso he querido poner la foto que abre este artículo. Vean.

McCourt fue sobre todo un profesor. Si leen su libro El profesor comprenderán la extrañeza que siempre tuvo ante esa fama a deshoras. Si mereció un premio Pulitzer fue a sus años de enseñanza, como tantos. Pero el viejo y noble oficio de enseñar, no es reconocido por los dioses que mandan en nuestra sociedad enferma. Triste.

“Lo que me enfada es que por escribir un libro que se ha convertido en superventas todos se asombren. En cambio, 30 años de enseñanza, lo más importante que he hecho en mi vida, no importan nada”. Dijo.

Frank McCourt fue siempre un sorprendido de lo leve, caprichoso e ¿injusto? que es el éxito. No era para menos. Al fin y a la postre su encumbramiento al Olimpo se debió a una vecina.

Gracias a una vecina, que trabajaba en una editorial, y se fijó en aquel libro escrito a golpe de memoria y pupitre -o sea de vida-, se convertiría en millonario de la noche a la mañana y en una de las 35 personas más famosas en los Estados Unidos. Que lo dijo la revista Vanity Fair, mientras Frank, en esa edad en la que ya no estás para vanidades y sólo esperas la jubilación, se desternillaba. ¡Jua!¡jua!,¡jua!

Luego, con el tiempo libre que le dieron fama y dinero, escribió Lo es, Yeats is Dead (obra no traducida al español) y más tarde El profesor. Oficio este con el que le resultaba imposible sacar tiempo para escribir libros porque, tal como confesó, “si uno tiene que dar clases todo el día durante cinco días a la semana, es imposible”. Más claro el agua. Que se lo pregunten a los docentes con vocación de escritor. Imposible.

Antes de morir con 79 años escribió Ángela y el Niño Jesús. Pero ya nada sería como la otra Ángela, la “cenicienta” con la que se llegaron a vender más de veinte millones de ejemplares en todo el mundo.

Y con ella, el escritor terminó matando al docente. O casi.

A mí, sin embargo, me fascina su apuesta por la enseñanza en un entorno tan duro como el neoyorquino, la empatía que demostró con un alumnado difícil, haciendo caso a su intuición y a su conciencia, preocupándose por los gustos e inquietudes de sus pupilos, alejándose de unas directrices académicas empobrecedoras y estériles. Me resulta admirable su forma de despertar el interés de sus alumnos por la vida, gracias a su enorme capacidad de escucha y a su gran sentido del humor. Su complicidad con los más débiles:

“Simplemente he escrito mis libros para mostrar cómo es la pobreza, que la mayoría de la gente no conoce. Porque los pobres que podrían contarlo ni tienen libros ni la energía necesaria para escribirlos”.

Se lo dije. Frank McCourt: Premio Pulitzer al mejor profesor.



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