La sombra de Atticus

sombra

(30/7/2015) Se lo dije. No idealicen a nadie. Antes o después todos defraudan. También Atticus Finch que ha pasado de ser hombre modélico para toda una generación de americanos en Matar a un ruiseñor a ser un racista intolerante en Ve y pon un centinela, ambas obras de la nonagenaria Harper Lee.
Ya nos lo decía aquel viejo profesor cuando le recordábamos la inalcanzable grandeza de alguien, su integridad, su honradez: “¿mea? –nos espetaba entre burlón y sentencioso- pues entonces es como todos”.
Aun así todos nosotros necesitamos Gandhis, Mandelas y Kings para seguir creyendo en el hombre que es tanto como decir para seguir creyendo en nosotros y, más que soportar nuestra maldad, aprender a convivir con nuestra insignificancia.
Leo La fiesta de la insignificancia de Milan Kundera mientras el calor de Julio derrite los sesos y el asfalto, y tras su lectura me reafirmo en lo apuntado: detrás de los grandes padres de la patria que han dado nombre a calles o ciudades, como Kalinin, por ejemplo, se esconden insignificantes personajes con problemas de retención de orina.
Los pedestales cada vez soportan menos a las efigies de quienes quisieron encumbrar su nombre en la historia. Si rascas en el mármol aparece una amorfa masa de estiércol.
Hasta el nobel Mario Vargas Llosa que tanto nos previno sobre la civilización del espectáculo y al que muchos oíamos boquiabiertos y babeantes de admiración, ha terminado haciendo de su vida un espectáculo mediático que se rifan el Hola y el Sálvame Deluxe. “Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él” decía alguien y eso es lo que ha terminado haciendo el autor de La ciudad y los perros.
Y es que la doblez que todos llevamos dentro, el “hombre demediado” que somos, la sombra que nos acompaña, terminan saliendo para buscar su lugar al sol.
También los escritores que, sabedores del asunto y filósofos de la condición humana, acaban dudando de la bonhomía de sus personajes y los convierten en canallas.
Al final todos malos y aciertas.
Yo mismo en Punto de mira me moví en ese maniqueísmo imperante retratando a unos personajes totalmente buenos y otros enteramente malos. Pero reflexioné a tiempo y concluí con una novela de malvados en la que no se salva ni el lector.
Por eso uno entiende a Harper Lee y el nuevo rostro de Atticus Flinch aquel intachable abogado que tan bien interpretó en la pantalla Gregory Peck y que hizo que tantos padres americanos eligieran el nombre de Atticus para sus hijos.
Nada se sostiene. Caen los ídolos de nuestra infancia. La integridad es un camelo. Todos escondemos papeles comprometedores en el forro de nuestra piel. Todos tenemos un muerto en el armario.
Recuerdo el chiste de aquel que se levantó de la cama, cogió el teléfono y se puso a decir a sus “honorables” amigos: “vete. Todo se sabe”. Y los aeropuertos y estaciones se llenaron de corruptos que pertenecían a todas las tramas.
Con la reciente publicación de Ve y pon un centinela, Harper Lee ha matado al “ruiseñor”, al mito del humanismo y la decencia con el que nos disfrazamos hasta que salta la trama y “todos a la cárcel” que diría Berlanga.
“No volveré a creerme nada de lo que me digas” le manifiesta en la novela una desilusionada y confundida Jean Louise a un padre antes justo y compasivo convertido ahora en un racista y en un intolerante.
Pero ¿qué es el hombre? ¿quién es Atticus flich? ¿El ser honorable, sensato, idealista y modélico de Matar a un Ruiseñor o el racista, intolerante y perturbador de Ve y pon un centinela?
Mark Twain, profundo conocedor del alma humana, dio en el clavo cuando, años antes a la obra de Harper, sentenció: “qué más da la condición social o el color de piel, es un hombre y no puede haber nada peor”.
Por eso como les dije más arriba no hagan de nadie un héroe. Si se fijan bien en su sombra al caminar, comprobarán decepcionados que es la de un eunuco.

 

 



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