La sombra de Arguedas

Arguedas

(20/04/2019) Las distintas efemérides sobre la muerte o el nacimiento de un escritor (también sobre la publicación de alguna de sus obras) suelen llevar, más allá de a valorar su importancia en el campo de la literatura, a la relectura de sus libros, al recuerdo de los espacios narrativos, ficticios o reales, que creó en sus novelas y, sobre todo, a un interés creciente por su biografía a través de lo que cuentan los distintos medios sobre su paso por este mundo.

 La trágica muerte del escritor peruano José María Arguedas hace cincuenta años (se suicidó el dos de diciembre de 1969) está llevando, durante el año en curso, a nuevos estudios e investigaciones sobre su vida y a la reedición de algunos de sus libros, sobre todo del que sería editado tras su muerte El zorro de arriba y el zorro de abajo.

 Nacido en una familia criolla y aristocrática en la sierra sur peruana, la temprana muerte de su madre (tenía tan solo dos años) y la mala relación que tuvo tanto con su madrastra como con su hermanastro, hicieron que refugiara su infancia en la manta protectora de los sirvientes indios de la familia, con los que sació su hambre de afectos y de los que aprendería costumbres y lengua, algo que, con el tiempo, terminaría  modelando su personalidad y condicionando su futuro.

 La manida frase de que la infancia es la patria del hombre, es en Arguedas una realidad tan cierta que no sería posible entender su obra y menos su vida sin apelar al contexto de lo ocurrido en esos primeros años.

 Pero no voy hablar aquí sobre la rica biografía de quien es considerado un héroe cultural en Perú, sino sobre la vigencia de su pensamiento, sobre el ideario que Arguedas defendió a lo largo de su vida y que hoy tendría mucho que decir: me refiero al diálogo entre culturas, a la interculturalidad.

 “Los muros aislantes de las naciones no son nunca completamente aislantes” afirmó Arguedas que siempre creyó que del diálogo entre las culturas podría surgir algo positivo.

 En los tiempos que corren donde muchos mandatarios pretenden alzar muros infranqueables y donde, con la excusa de fomentar la identidad cultural, se están creando mentes supremacistas que defienden que su cultura es superior a las de los demás, atrincherándose en lo que les hace peculiares -la lengua, el folclore, la bandera…-, Arguedas luchó por administrar la diversidad, en crear espacios para fomentar la inclusión de las diferencias.

 “Yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua” escribió en el prólogo de su obra póstuma: El zorro de arriba y el zorro de abajo poco antes de quitarse de en medio de la forma más educada posible: “me voy a suicidar un viernes porque así no interrumpo las clases”.

 El nacionalismo, esa manía de los primates, que decía Borges, se alimenta y bebe en las turbias aguas de las identidades colectivas que no son otra cosa que relatos o narraciones, historias que nos cuentan (en las que se miente, se falsea y se oculta como es normal en cualquier historia) y que terminan definiendo qué personas comparten nuestra historia para ser admitidos y a quienes hay que excluir por no ser parte de nosotros, por ser otros, por ser extranjeros.

 El tema de la interculturalidad le llevó a Arguedas a un estudio pionero en los años cincuenta del pasado siglo: un trabajo comparativo de la cultura rural sayaguesa (comarca española de la provincia de Zamora) con las culturas indígenas andinas.

 Y se vino a España en el año 1958 dispuesto a demostrar la interculturalidad entre pueblos situados a uno y otro lado del Atlántico, tan distintos y tan distantes. De aquellos estudios surgió una obra que es pionera de la antropología española: Las comunidades de España y Perú. 

 Llama la atención que en Bermillo de Sayago (Zamora) no hayan olvidado el paso de Arguedas por sus calles y que en muchas de sus casas tengan el libro que compendia la tesis doctoral que desarrolló estudiando sus costumbres, el libro que trata sobre las similitudes y vínculos que existen entre la sociedad rural sayaguesa y la tierra andina del autor.

 Y emociona ver acercarse a Bermillo, que como tantos pueblos forma parte de la España vaciada, a grupos de estudiantes y profesores procedentes de Universidades de aquí y de allá interesados en esa interculturalidad, en ese abrazo que deben darse las distintas culturas para construir puentes, abrir murallas y derribar muros.

 Si van ustedes a Bermillo de Sayago y se encuentran con un muchacho que se llama Pachacuti (en quechua “revolución”) no se sorprendan. La sombra de Arguedas es alargada.



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