La seducción de lo zafio

Room

(10/02/2020) Supongo que alguno de ustedes habrá oído que el director estadounidense James Franco va a rodar una película que lleva por título The Disaster Artist (El artista del desastre), basada en el libro del mismo título de Greg Sestero. Algo que no sería noticia o sería una de tantas noticias sobre películas que se ruedan en el mundo, si no fuera porque el film recrea una película de culto, The Room (la habitación), considerada por el mundo del celuloide como la peor película de la historia. Sí, han leído bien: la peor película de la historia. Una película que se mueve entre lo demencial y lo incoherente y resulta ridícula hasta el esperpento.

 ¿Cómo una película zafia, indescriptible y mala desde un punto de vista objetivo y técnico, se ha convertido en todo un fenómeno del cine de culto?, ¿cómo una película que es un desastre en los aspectos técnicos, narrativos e interpretativos se puede haber convertido en una leyenda y proporcionar a su director, Tommy Wiseau, dinero y fama?

 Estas y otras preguntas se hacen los críticos del séptimo arte que no logran entender cómo “el Ciudadano Kane de las malas películas” que, como señaló una web especializada en cine, es “peor que recibir un hachazo en la cabeza”, ha pasado de ser altamente deficitaria (hubo espectadores que durante su estreno en el 2003 pidieron que se les devolviera el dinero que habían abonado por verla) a rendir beneficios jugosos.

Los franceses han inventado un término, nanar, para referirse a una película (y por extensión a cualquier obra de arte) que tiene tantos defectos y es tan ridícula  que acaba convirtiéndose en algo cómico y divertido. En algo tan malo que se hace irresistible.

 The room no es, ni mucho menos, el único ejemplo de desastre en el mundo del arte. Si echamos una mirada al campo de la música y nos adentramos en la ópera nos encontramos con otra figura que ha logrado fama internacional gracias a haber sido la peor soprano de todos los tiempos: Florence Foster Jenkins. Pero las muchas entradas que se encuentran en internet, la película rodada en 2016 por Stephen Frears, con Meryl Streep como protagonista (y lanzadora de aullidos en el escenario), y las obras de teatro (Souvenir (Broadway, 2005), Glorious (Peter Quilter, 2005) muestran a las claras que ser el peor en algún aspecto del arte es tan determinante como ser el mejor para pasar al Olimpo de la fama.

Glorious se ha representado con éxito en más de veinticuatro países y ha sido traducida a más de catorce idiomas. No les digo más.

 Algo de esto intuía el poeta chino Su Dongpo cuando hace la friolera de diez siglos apuntaba: “los hombres educan a sus hijos deseando para ellos inteligencia/, pero la inteligencia echó a perder mi vida/. Yo quiero para mi hijo zafiedad y estupidez/. Y sin cuitas, sin afán, llegará a ser ministro”.

Me viene también a la mente, mientras les pongo estos casos sobre el triunfo de lo zafio, la restauración fallida del Cristo de Borja que, aunque pasó de Ecce Homo a burla internacional, está dando muy buenos dividendos al municipio, gracias a un turismo ávido de sensacionalismos.

“Antes muerta que sencilla” decía la cantante María Isabel. “Antes malo que mediocre” podríamos decir al ver los éxitos apuntados más arriba. Si no puedes ser extremadamente bueno, pues sé extremadamente malo.

El cine basura, la música cutre, el arte zafio y las series amorales se consumen con avidez y se difunden cada vez más gracias a las nuevas tecnologías.

Cualquier entretenimiento cínico y chabacano que pisotee la legalidad y las normas acaba teniendo éxito en nuestro mundo.

 Y las series, escuelas de formación (o deformación) continua que han sustituido al libro, están llenas de personajes marginales, ambiguos, detestables, perversos y cínicos,… pero seductores.

  Echen un vistazo a su alrededor y comprueben como en las redes y en los canales de televisión triunfa el chismorreo y la mentira, la ruindad y el resentimiento, lo raro y lo tosco.

  El mal seduce, triunfa lo malo y “los malos” son los nuevos héroes en las películas de nuestra vida.

 Gary Cooper, James Stewart, Gregory Peck y otros “buenos” de nuestra infancia, de seguir en activo, hoy estarían en paro. Su porte noble no vendería. Hay que ser malo y parecerlo.

 Lo que mola es el policía justiciero, el juez corrupto, el político amoral, la madre drogadicta…

Con estos mimbres nos movemos y con ellos tejemos el cesto de nuestra vida. Ya les digo.



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