La Plaza del Ochavo

(30/5/2010) La ciudad celebra el XI Festival Internacional de Teatro y Artes de calle. 63 compañías llegadas de 17 países nos sumergirán durante unos días en el mundo de la magia y el encantamiento. Al otro extremo de los convencionalismos. En la geografía ignota de lo auténtico. La ciudad se convierte en un gigantesco escenario sin bambalinas.
Paseo por la calle Platerías. La calle puente (la cruzaba el Esgueva “in illo tempore”) recientemente restaurada y embellecida. Sigo pensando que le falta profundidad. Esa profundidad que sólo podría darle una Plaza del Ochavo integrada en su conjunto.
“… en Valladolid hay una placetilla que llaman la del Ochavo…” que escribiera el genio de Lepanto en su entremés “De los habladores”. ¡Cuánto hubiera disfrutado don Miguel con el mundo de la farándula llenando las calles que el paseó. Llenando su Plaza del Ochavo.
Pero su Plaza del Ochavo apenas es visible. Los coches la asfixian en su continuo rodaje. No parece ni plaza. Sólo es cruce. La Plaza convertida en cruce.
Ayer tuve un sueño (si me permite el plagio Luther King). La larga avenida que une la Plaza de la Rinconada, la Cebadería, la Plaza del Corrillo, la Plaza del Ochavo y La Plaza de la Fuente Dorada y que atraviesa uno de los conjuntos arquitectónicos más hermosos de la ciudad del Pisuerga (y de la España del siglo XVI, me atrevo a afirmar sin rubor) se había prohibido al tráfico rodado. Y la larga calle y sus plazas, flanqueadas por hermosas columnas eran ocupadas por ciudadanos que asistían embobados a los malabares circenses del Festival Internacional de Teatro y Artes de calle.
Ayer tuve un sueño. Un joven maestro rodeado de un grupo de muchachos explicaba desde la Plaza del Ochavo, desde su corazón, la historia del entorno:
- En esta calle, llamada de La Platería, hubo dos argollas, una allá, al final, y otra aquí en sus inicios. Allá al fondo, en la esquina con la calle Macías Picavea, se hallaba la casa del platero Juan de Granada donde se inició el incendio en 1561.
- ¿Duró mucho tiempo? –pregunta un alumno preocupado por las cantidades.
- Tres días. Desde el 21 hasta el 23 de septiembre.
- ¿Para qué las argollas? –inquiere otro.
- Las argollas eran doradas, según Manuel Canesi Acevedo -escritor vallisoletano del siglo XVIII- , y estaban situadas a ambos extremos de la calle-puente (no olvidéis que un ramal del Esgueva la cruzaba). Servían para cerrar la calle, mediante una cadena, al tránsito de carruajes cuando convenía.
Luego les habla de la casa donde nació Pedro Regalado, de la Costanilla, del Renacimiento en la ciudad.
Pero los sueños, sueños son. La Plaza del Ochavo es una calle cruce, como se dijo. Ha perdido su condición de Plaza para convertirse en calle, en lugar de paso de un tráfico que la desdibuja y la devora. También en lugar de aparcamiento de motos.
¿Cómo adivinar que entre tanto ajetreo, entre tanto motor, se esconde uno de los lugares más entrañables de la ciudad antigua?
La Plaza que cantara y contara don Miguel de Cervantes Saavedra.
“Y en Valladolid hay una placetilla que llaman la del Ochavo”.
Ayer tuve un sueño…



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