La película

(10/2/2011) Uno, en su irremediable optimismo, siempre ha pensado que el tema de la colonización americana, por parte de España, podría ser un filón del que sacar aventuras y personajes sin cuento con los que escribir libros y filmar películas y películas. Basta leer a Bernal Díaz del Castillo y su “Conquista de la Nueva España” para hacerse una idea del ingente número de acontecimientos y sucesos extraordinarios que narra y que se podrían utilizar para cualquier intento de narrativa.
Pero como todo optimista, también yo peco de excesos y soy, seguramente, una persona mal informada.
Las películas sobre la gesta española en América son, más bien, pocas y malas. Y que me perdonen las excepciones si las hubiere.
Acabo de ver “También la lluvia”, esa película de Icíar Bollaín en la que un grupo de españoles ruedan una película sobre el violento choque -permítanme el eufemismo- que trajo consigo el descubrimiento de América y, mientras tanto, se ven envueltos en un problema de carácter local (el abastecimiento del agua).
Consciente del maniqueísmo al uso en el que podría caer su película -españoles malos e indios buenos-, Bollaín nos presenta, como respondiendo a un mecanismo de compensación, otros españoles muy alejados de aquellos a los que dan vida como actores, y que se preocupan por el indio esta vez ¡vaya por Dios! explotado por los poderes económicos de Cochabamba.
Pero la parte maniquea y de autoflagelación histórica que tanto nos gusta a los españoles está presente en la cinta. ¡Vaya que sí!
Mastines, crucifixiones, ahogamientos, palos, desmembramientos…el despliegue del conquistador para borrar toda oposición a sus caprichos no tuvo límites. Como ya sabíamos. La leyenda negra por parte de quienes dominaron la imprenta nos lo contó hasta la saciedad durante siglos. Menos mal que allí estuvieron Fray Antonio de Montesinos y Bartolomé de Las Casas, también españoles aunque un tanto desdibujados en la película, para equilibrar tan descompensada balanza. Solo el indio que parece representar al buen salvaje rousseauniano se encuentra libre de toda sospecha como si con ellos no fuera nada. Angelicos.
Luego uno lee cosas sobre los aztecas, los incas y otras tribus y resulta que no; que no eran tan angelicos como nos los quieren presentar, que también daban de las suyas y cometían sus salvajadas.
Pero volviendo a lo que les dije al principio, personajes como Fray Antonio de Montesinos merecerían una película en toda regla. Una para él solito, señora Bollaín. Y es que el dominico tuvo arrestos para frenar las atrocidades de sus compatriotas y enfrentarse a Diego Colón -hijo de Cristóbal y gobernador de La Española en 1511- y a los mismos encomenderos cuando más enfebrecidos se hallaban en la búsqueda del oro.
Fray Bartolomé de Las Casas, que antes de convertirse en defensor del indio fue encomendero y estuvo en el lado de los “malos” (si me permiten el simplismo cinematográfico), oyó sus famosos sermones y nos dejó este impresionante documento:
“ Llegado el domingo y la hora de predicar, subió al púlpito el susodicho padre fray Antón Montesino, y tomó por tema y fundamento de su sermón, que ya llevaba escrito y firmado por los demás: Ego vox clamantis in deserto. Hecha su introducción y dicho algo de lo que tocaba a la materia del tiempo del Adviento, comenzó a encarecer la esterilidad del desierto de las conciencias de los españoles de esta isla y la ceguera en que vivían; con cuánto peligro andaban de su condenación, no advirtiendo los pecados gravísimos en que con tanta insensibilidad estaban continuamente zambullidos y en ellos morían. Luego torna sobre su tema, diciendo así: “Para daroslos a conocer me he subido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto de esta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás pensasteis oír todos estáis en pecado mortal y en él vivís, por la crueldad Y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”.
Lo dicho. ¡Una película, ya!



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