La muerte tenía un texto

esquelas

(20/05/2019) Supongo que nos pasa a casi todos. Que todos los tenemos. Esos días en los que nos visitan, en el recuerdo, antiguos compañeros de estudios, viejos amigos de confidencias adolescentes, dejándonos, tras su estancia en la memoria, el ánimo lleno de dudas: ¿qué fue de ellos?, ¿a qué se dedicaron?, ¿se casó y tuvo hijos?, ¿llevó a cabo aquello que tanto le ilusionaba?…

 A mí me pasa. Y entonces recurro a los buscadores de internet, a esos chivatos universales que todo lo saben, siguiendo las pautas acostumbradas: introduzco entrecomillados nombre y apellidos, añado algún detalle para acotar resultados (sobre todo cuando nombre y apellidos son muy comunes), pulso la tecla de “intro” y a esperar resultados.

Hace días lo hice. Recordé de repente a un compañero de bachillerato del que nunca más supe, a un viejo amigo de correrías juveniles e introduje su nombre y apellidos seguidos de la palabra “Vitoria” que era, según recordaba, su lugar de nacimiento y de residencia. Golpeé en “entrada” y…¡¡¡Oh sorpresa!!!

 Allí estaba, fría y virtual, concisa y macabra, su esquela mortuoria. Pensé que no podía ser, que tal vez se trataba de algún homónimo (el nombre y el apellido que recordaba eran bastante comunes), pero la duda apenas duró un instante: el que tardé en fijarme en la fotografía que incluía la esquela (en algunos lugares es habitual incluir la fotografía del difunto). Sí. Allí estaba. Era él. La misma boca, los mismos ojos, el mismo gesto de cuando estudiante…

 Conmocionado como púgil golpeado en el rostro, leí el texto que resumía su vida buscando alguna excusa a tan duro golpe (uno siempre piensa que tiene que haber alguna causa fortuita en la muerte, más que nada para tranquilizarse): un accidente de tráfico, un accidente laboral, una caída al vacío (en el caso de que hubiera practicado el alpinismo), un paro cardiaco por practicar deporte cuando no conviene, un ahogamiento (en algún lugar de la costa vasca)…Pero no.

 Mi viejo amigo había muerto tras una larga enfermedad (así decía el texto) y no había otra causa a la que apelar para tranquilizarse. Porque estarán conmigo que tenemos la tendencia a buscar causas en todo, y que muy a la americana pensamos que si alguien muere joven algo habrá hecho  mal. Como si ignorásemos aquella máxima que nos decían los abuelos: “para morirse solo hace falta estar vivo”.

 El esquema vital que es la esquela mortuoria resume a la perfección, cual cartucho egipcio, lo más reseñable de la vida de los difuntos por afamados que sean: nombre, edad, esposa, hijos, hijos políticos, hermanos, hermanos políticos, tíos, sobrinos, primos y demás familia. Es como la Piedra de Rosetta de nuestra vida que permitiría descifrar el deambular de nuestra existencia a cualquier visitante extraterrestre interesado en nuestra insignificancia.

 Luego si ese visitante astral quiere saber más  de nosotros y no se conforma con el resumen que le brinda la esquela bastará con que acuda a los centros de Silicon Valley donde se acumulan los big data de nuestras vidas y explayarse.

 La muerte, esa segadora que al decir de Cervantes no duerme la siesta porque a todas horas siega y corta tanto la seca como la verde hierba, se había llevado a mi amigo a una edad temprana dejándonos, enmarcada en negro, su peripecia vital y su foto.

 No sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero al que escribe estas letras esas fotos que “adornan” el ángulo superior de las esquelas le recuerdan aquellas “fotografías de difuntos” en las que se vestía al cadáver (de adultos o niños) con sus ropas personales para retratarlo, como si así se le dotara de cierta inmortalidad.

 ¿No buscamos esa inmortalidad con la esquela mortuoria y virtual?, ¿no pretendemos al colgarla en internet que permanezca en la nube como un nuevo lenguaje de lo eterno?, ¿no es eso lo que siempre se buscó al escribir en las lápidas los epitafios, esas frases cortas e intensas (frases lapidarias) que resumían la vida del muerto?

 Poco hemos cambiado. Del antiguo aviso fúnebre en el que se iba de casa en casa gritando el nombre del fallecido, se pasó a las esquelas en los periódicos y hoy a las esquelas online que permiten trasmitir el pésame mediante la conexión a internet.

  Somos como niños jugando a burlar a la muerte en ese baile absurdo que es la vida.

  Ya lo dijo aquel escritor maldito que respondía por Charles Bukowski: “no se puede derrotar a la muerte, pero puedes zurrarla en vida”. Otra frase lapidaria.



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