La mano de Dios

(30/10/2013) Éramos pocos…

Pues resulta que nada es gratis. Nada. Ni dar la mano, que ya es decir.

Ya me lo decía mi abuela, siempre tan sabia, “hijo, nadie da nada por nada. Todo tiene un precio”. Y yo sin hacerle caso.

En el cordial acto de saludarnos, de darnos la mano, pagamos un alto precio: recibir una carga explosiva en forma de bacterias que terminarán matándonos. Como lo leen.

José María Ordovás, nacido en Zaragoza y profesor en Boston, nos previene: “al dar la mano a una persona le transferimos 12.000 bacterias”. ¡Doce mil!, que ya son bacterias. Ni una más ni una menos. Que las ha contado con los aparatos electrónicos del Imperio y allí no existen, que sepamos, las chapuzas.

Doce mil bacterias son muchas bacterias, demasiadas como para darle la mano a cualquiera que se presente en la oficina, por muy cliente que sea. Doce mil bichos que recibimos tan alegremente cuando nos hacemos los simpáticos y que le entregamos al incauto visitante. ¡Chócala!

Un toma y daca asesino. Una guerra bacteriológica. Un choque apocalíptico.

Los japoneses, tan listos ellos, deben saberlo. Lo saben desde siempre. ¡Qué calladito se lo tenían!

Una servil inclinación de cintura y cerviz y todos tan contentos. Nada de manos. ¡Qué asco!

Por eso los nipones lo inventan casi todo. Sus manos libres de bacterias crean y diseñan aparatos por un tubo, aunque muchos no sirvan para nada.

También los árabes deben saber algo sobre el asunto. Sospechosamente distinguen, desde siempre, entre mano “impura” -la izquierda, ¡cómo no!- reservada para el aseo personal, y la diestra que usan para comer y saludar. Piensan que ésta, al no contaminarse en los humedales de la entrepierna, está limpia de polvo y paja. Pues no.

Esa mano diestra que cuidan con tanto esmero y que reservan para los actos nobles y nutricios está tan cargada de dinamita como la otra. Doce mil balas de ametralladora. ¡Ta!, ¡ta!, ¡ta!, ¡ta!

De poco sirve que cada 15 de octubre celebremos el Día Mundial del Lavado de Manos. De poco. En esta batalla perdida, doce mil organismos resisten tras las barricadas.

Doce mil bacterias para que, según confiesa Ordovás, acompañen a las más de 10.000 especies bacterianas que habitan en nuestro cuerpo. Las bacterias heredarán la Tierra.

Cuando Maradona metió el famoso gol gracias a lo que se llamó “la mano de dios”, pues resulta que no. Que no fue obra de la mano…solamente. Hoy sabemos, ¡por fin! que doce mil bacterias contribuyeron, y mucho, a que el esférico cambiase su trayectoria y entrase por donde debía entrar.

Que ya lo intuíamos los que no entendemos de fútbol: aquella gesta era excesiva para una sola mano. Y el ojo del árbitro no estaba preparado para sorprender a tanto colaborador.

Visto lo visto, y para concluir, a partir de ahora nada de besos y apretones de manos.

¿Tampoco besos? ¡Tampoco!

Un milímetro cúbico de saliva puede contener hasta 40 millones de células bacterianas, dice también el sabio, por lo que el beso mejor dejarlo para tiempos mejores aunque le “deban un beso” como le cantó el recordado Pepe Blanco a Carmen Morell. “Me debes un beso, no puedes negarlo”.

Los confesores antiguos, algo de esto intuían cuando castigaban desde el púlpito besos y abrazos. Y el baile “agarrao”. Nos repetían que en esas proximidades peligraba nuestra alma, cosa que sabíamos, y nuestro cuerpo, cosa que ignorábamos o preferíamos ignorar. Queríamos caer en manos del pecado. ¿Lo ven? ¡Hasta el pecado tiene manos!

El gran Miguel Ángel, que algo de esto sabía, en su “Creación de Adán” puso la distancia necesaria entre las manos. La justa para que no sepamos desde entonces lo que se traen entre manos el creador y su criatura…

Porque estamos en manos del destino y aunque manos blancas no ofenden, te llenan de bacterias.

Ya lo dijo el escritor chino Lin Yutang: “nuestras vidas no están en manos de los dioses, sino en manos de nuestros cocineros”. Y somos muchos a los que nos sirven la última cena.

El filósofo griego Anaxágoras, también sentenció: “el hombre es inteligente porque tiene dos manos”. “Con la recámara cargada de bacterias”, añado con su permiso.

Éramos pocos…Y parió la abuela.



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