La lengua invasora

castellan

(20/11/2017) Hace tiempo que los biólogos acuñaron el término “especie invasora” para referirse a los animales y plantas que, llegados desde otros ecosistemas (algunos de allende los mares  traídos por turistas desaprensivos) acababan con las especies autóctonas siguiendo la ley darwiniana del más fuerte.

 Y todos corroborábamos la veracidad del tema cuando veíamos en los documentales de la 2 como el cangrejo americano terminaba con el cangrejo autóctono o como el mapache llegaba de más allá del océano como mascota peluda para terminar trasmitiendo la rabia y otras enfermedades peligrosas.

 Pero el término “invasor” aplicado a las especies, a películas y series de ciencia-ficción -todos recordamos la serie de televisión “los invasores”- ha llegado al habla manipuladora de algunos políticos que hablan a sus respectivas tribus de que el castellano es un idioma invasor. Y se quedan tan anchos.

 A uno que le educaron en el respeto a las lenguas y en la necesidad de preservar y potenciar todos los idiomas de la península: gallego, vascuence, catalán, aranés, bable…, le resulta penoso y triste el ensañamiento que sufre la lengua de Cervantes en algunos lugares de España.

 Tanto pesar y frustración le generan que a veces llega a pensar si no hubiera sido mejor tomar hace años la drástica medida de los revolucionarios franceses cuando abogaron por aquello de “una nación, una lengua” y extendieron el francés en todos sus dominios.

 Las lenguas son puentes, sirven para entenderse, para comunicarnos, nos decían sabia e ingenuamente los maestros.

 Pero la amabilidad mató al gato y hemos visto como lejos de ser usadas para el encuentro y el abrazo, las lenguas se emplean para separar y generar odio.

 La imagen de ese muchacho hispanohablante comunicándose con gestos  con sus profesores por tener prohibido hacerlo en castellano, es desoladora hasta la náusea.

 Esos profesores que impiden a sus alumnos hablar en castellano, que aparcan la enseñanza de este idioma a las horas del recreo, que convierten en exiliados lingüísticos a quienes no hablan como ellos,  que consideran el castellano un “idioma invasor” y que basan su postura en agravios antiguos de cuando alguien, tan sectario como ellos, persiguió su lengua, practican con su actitud la “moral del pedo”, ese hábito que no nos molesta salvo cuando es ajeno.

 Habrá que preguntarse qué ocurre en algunas comunidades autónomas con el castellano y por qué durante tanto tiempo de políticas sectarias se ha mirado para otro lado. Habrá que buscar responsabilidades.

 Desde directores que imponen su criterio saltándose la ley, hasta inspectores que “no saben, no contestan”, o dan largas a un asunto que discrimina hasta el maltrato (¿no es esto maltrato escolar?), pasando por Consejerías que justifican lo injustificable, algo tendrá que decir tanto responsable al respecto. Y los gobiernos de la nación que durante tantos años han vendido su alma al diablo por cuatro votos, también.

 El odio a la cultura del otro y a todo lo que suena a español no surge de la noche a la mañana. Lleva años alimentándose en las escuelas y en los medios de comunicación sin que las quejas de muchos padres surtieran el menor efecto. “Los medios no lo publicaban al no considerar interesante la noticia” dicen unos padres que han optado por emigrar a otra comunidad autónoma tras sufrir acoso lingüístico y social.

No, señores políticos. Las lenguas conviven y enriquecen a quienes las hablan. Quien ama un idioma ama todos los idiomas. Las lenguas no son invasoras. Quienes son invasores son quienes quieren llevar el pensamiento único, la lengua única, a las aulas.

 Si los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo, como dijo el filósofo, ampliemos nuestro mundo ampliando los idiomas. Algo como lo que hizo Joseph Conrad que siendo polaco y dominar perfectamente el francés decidió escribir en inglés que era el idioma que menos dominaba.

 Actitud que nunca entenderán los nacionalismos etnicistas que buscan diferenciarse excluyendo las lenguas que no sean la propia y que conducen al localismo y en último término al catetismo.

 Como dice el escritor mallorquín José Carlos Llop: “el falso razonamiento del Romanticismo: lengua, cultura, nación, ha hecho más daño a Europa que el sida”. Pues eso.



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