La botica de los frailes

(10/1/2010) Mientras la pequeña pantalla escupe imágenes de aeropuertos y estaciones con miles de viajeros suplicando, ante una ventana vacía, que les caiga la lotería de poder volar a cualquier parte. Mientras mis vecinos imploran, entre codazos y empellones, al camarero arrogante (todo un dios en su barra) que les sirva la cerveza mañanera para poder enfrentarse al exceso de felicidad que les desea todo el mundo. Mientras amas de casa, ceñudas y estresadas, hacen colas interminables en el supermercado, ante cajeras autistas, agotadas y robóticas que ya no saben, dado su agotamiento, si van o vienen. Mientras que miles de ciudadanos hacen turnos de espera para poder ver el Belén Monumental que ha puesto, como todas las navidades, la asociación belenista…
Opto por acudir a uno de los pocos sitios donde los trabajadores son más numerosos que los clientes: el Museo de Arqueología. Una de las reservas de nuestro ecosistema navideño donde no hay que hacer cola. Maldita sea.
El Palacio Fabio Nelli (Valladolid, España) otrora casa del banquero que lleva su nombre y hoy Museo Arqueológico provincial (Museo de Valladolid) ofrece una exposición temporal sobre La Botica de San Ignacio que es una delicia para quienes se interesan por la antigua farmacopea o por la historia en general.
Las boticas, término hermoso y ya en desuso, que solamente pronuncian nuestras abuelas -otra reserva lingüística a proteger-, estuvieron en manos de las principales órdenes religiosas hasta el siglo XIX, siglo en el que desaparecieron por distintas y diversas razones.
Boticas espaciosas que incluían un cuarto de estudio para el padre boticario, un laboratorio, una droguería, un desván, un cuarto de hierbas, una bodega, un lapidario y ¡un arca de víboras! (que el veneno fue muy utilizado tanto en los laboratorios como en las cocinas).
Es toda una delicia el poder ver, sin colas ni agobios, redomas para agua de jazmines, ungüentarios, pildoreras, botes de Talavera fina con sus escudos para raíces y polvos, ánforas con ramos azules para agua destilada.
Todo tipo de remedios podían encontrarse en aquellas boticas de los frailes, desde Ipecacoana para los vómitos en caso de envenenamiento hasta opium para el sopor, polygala para el dolor de costado y planta de cinchona o Polvos de la Condesa (la famosa quina, que tomó aquel nombre por la condesa de Chinchón, esposa del virrey del Perú, al enfermar de paludismo y curar gracias a esta planta) para fiebres e inflamaciones de la garganta.
Botica de los benedictinos, -que fueron los primeros en establecerlas en sus monasterios allá por la Edad Media- botica de los dominicos y de los jesuitas. Botica de los frailes que estuvieron abiertas a la caridad y a los dolores públicos como no podía ser de otra manera, que “no se hizo la luz para ponerla debajo del celemín”. Boticas que se abastecían de los huertos y jardines del propio monasterio donde se cultivaban plantas curativas de uso común.
La expulsión de los jesuitas, la Guerra de la Independencia y las desamortizaciones del siglo XIX acabaron con aquellas boticas monacales.¡Qué pena! Aunque no todo se perdió. Restos de su botamen están diseminados por diversos museos esperando la visita de quien sepa valorar el rico patrimonio cultural que esconden entre sus paredes.
Como en este Museo de Valladolid que tantas piezas esconde, tan rico en tesoros arqueológicos y artísticos como pobre en número de visitantes ¡ay!



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