La avispa esmeralda

avispas

(10/11/2020) Perdidos en la colonización de Marte y en el enigma de los agujeros negros, los científicos parecen haber olvidado algo más cercano y trascendente para nuestra especie: la colonización de nuestro cerebro, ese gran desconocido que posee tantas neuronas como estrellas iluminan nuestra galaxia.

 El universo está aquí sobre la cabeza de cada uno de los sapiens. Y lo seguimos ignorando.

  Es tanto lo que no sabemos sobre su comportamiento y gestación que cuando nos aproximamos a su conocimiento quedamos fascinados. Aturdidos ante sus enormes posibilidades.

 Uno de los últimos hallazgos ha desvelado la importancia que tuvo la socialización, el trabajo en grupo, en el desarrollo del cerebro, demostrando que nuestra masa encefálica es lo que es -el mayor prodigio del reino animal- gracias a que somos sobre todo seres sociales.

 Por esto y por otras causas se entiende que el teletrabajo esté dando los problemas que está dando en tantos empleados a los que la pandemia ha obligado a trabajar desde casa

 “Algunos permanecen un rato más para socializar” dice el propietario de un restaurante ante la afluencia de tanto trabajador a las terrazas de su establecimiento para “teletrabajar” mejor (en Estados Unidos han creado las Starbak: oficinas para llevar a cabo reuniones de negocio).

 Y lo mismo podríamos decir sobre la enseñanza a distancia, sobre hacer escuela desde un ordenador. Los niños necesitan vivir experiencias junto a otros muchachos, tener a otros semejantes por modelo. Y eso solamente lo otorga la enseñanza presencial, dicen los maestros.

 Niños y adultos lejos de caer en la adicción al aislamiento que provoca el teletrabajo o la “tele- enseñanza” huyen de sus casas para poder llevar a cabo sus tareas en lugares donde dar rienda suelta a su pulsión social. Esa fuerza que nos impulsa a ver y ser vistos.

Pero, ¿y las redes sociales, no son la panacea que necesitamos para socializar como conviene en momentos de aislamiento y mascarillas?

 Las redes sociales lejos de ser la solución pueden ser el problema, dicen los sociólogos, cuando las convertimos en una manifestación narcisista de nuestra soledad, cuando nos convertimos en coleccionistas convulsivos de “me gusta”, cuando estando hiperconectados somos incapaces de visitar a un amigo o de preguntarle por teléfono cómo se encuentra.

 Necesitamos ver y que nos vean, Necesitamos tocarnos, olernos, sentirnos. La ausencia de contacto humano, de socialización, nos convierte en niños salvajes, en adultos enfermos y en viejos con deterioro mental.

 “Los humanos nacemos del útero materno, pero nacemos también del útero social” dice el filósofo Fernando Sabater y en este útero hay un elemento que marca la naturaleza de nuestra sociabilidad: su corporeidad. Somos seres epidérmicos, sensuales. Nuestra inteligencia social se manifiesta a partir de nuestro cuerpo. Necesitamos tocarnos.

 En las reuniones de trabajo en la oficina, en los juegos en el patio del colegio nuestro cerebro social recaba información a partir de los gestos, los movimientos, las interacciones, las miradas. Y esto se pierde con el teletrabajo.

 Ocurre como en esos Cócteles Silenciosos en los que se experimenta la oportunidad de juntarse para tomar una copa y charlar en silencio (en Barcelona se celebró hace pocas fechas el IX Cóctel Silencioso). En ellos se demuestra que la comunicación va más allá del lenguaje hablado y que se suple con recursos expresivos del rostro, del gesto y de la mirada.

 Por eso las reuniones telemáticas, las “videollamadas” y otros inventos, son un pobre remedo a las reuniones presenciales, a la rica información que nos da el compartir la presencia del otro, los gestos y rituales con los que expresa su estado, su bienestar o su dolor.

 Las prótesis digitales que nos acompañan (móviles, tabletas, ordenadores, televisión…) terminan inoculando en nosotros el veneno de la soledad para matar lentamente nuestro ser social.

Dicen los biólogos que la avispa esmeralda clava su aguijón en un punto concreto del cerebro de la cucaracha  y que esta, anulada su voluntad y como hipnotizada, se deja conducir hacia el avispero donde es devorada por la larva que aquella deposita en su interior. Pienso si lo digital no será esa avispa que nos hipnotiza a quienes nos levantamos cada mañana convertidos en cucarachas cual Gregorio Samsa kafkianos. En seres dóciles, amigables y enamorados siervos de las pantallas  a las que seguimos ciegamente sin saber que nos acabarán devorando.



Los comentarios están cerrados.