Javier Cortés Álvarez de Miranda

(20/12/2009) Lleva unos pocos días en la calle. En Saldaña. Sin pedestal, con chaqueta de pana, zapatillas y en el más absoluto anonimato. El hombre que descubrió y protegió durante años la Villa Romana de la Olmeda (la más importante de la península ibérica por sus impresionantes mosaicos de cuando el Bajo Imperio), rehuye nuestra mirada, mientras camina mano sobre mano, humilde y austero, absorto en sus quehaceres.

– Es él –comenta una señora del pueblo que le conoció en vida, sorprendida por el parecido.
- ¿Lleva mucho tiempo? –pregunta el “urbanita-fin de semana”siempre tan impertinente y sabidillo él.
- Sólo unos días. Murió hace unos meses cuando se iba a inaugurar, por la reina doña Sofía, la ampliación de la Villa Romana de la Olmeda.
Junto a la efigie una vieja iglesia, con la advocación de San Pedro, encierra bajo sus muros diversas vitrinas con los objetos hallados en el yacimiento.
Pero volvamos al personaje. A Javier Cortes el agricultor que en 1968 se topó en sus tierras de Pedrosa de la Vega con unos impresionantes “opus tesellatum” romanos.
- Era perito agrícola –nos dice un señor que está dispuesto a dejar las cosas en su sitio y a no rebajar méritos al esculpido.
- Y entendido en temas de arte romano –añade otro.
El grupo de forasteros vuelve a mirar al bronce. Es una de esas estatuas que tanto abundan en nuestras ciudades y pueblos clónicos ansiosos por representar a sus hijos más destacados cuando han renunciado definitivamente al empadronamiento entre los vivos. Efigie sin peana, como se dijo, que se confunde con el vecindario que camina por las calles y que le recuerdan en la postura y semblante que ha impuesto el escultor.
Antonio Gala -dramaturgo, novelista, poeta y ensayista- en su libro “El pedestal de las estatuas” le hace decir a Antonio Pérez, secretario de Felipe II, estas palabras:
“Sé, como nadie, de qué está hecho el pedestal de las estatuas: de abusos, sangre, llanto y muertes, unos; de soberbia, desprecios y avidez, otros; de negación a la vida los demás…”.
La efigie de Javier Cortes no tiene pedestal. Repito. Camina humilde y anónimo por su pueblo. Pero de haberlo tenido habría sido una rotunda excepción a las palabras anteriores. Nada en su rostro refleja la soberbia, el desprecio o la avidez; y aún menos los abusos, la sangre, el llanto, las muerrtes… Y lo de negación a la vida, ni les cuento. Vivió apasionadamente su existencia como arqueólogo entregado al tesoro con el que se topó su arado. Sufragó con su bolsillo todos los gastos que los trabajos arqueológicos llevaron consigo, entregándose a su descubrimiento con una dedicación obsesiva y febril.
Sólo en el año 1980, cuando el crecimiento y la importancia del yacimiento excedían lo humanamente soportable, se lo cedió a la Diputación Provincial de Palencia.
- Si llega a toparse con los restos romanos otro agricultor, sigue con la arada y no repara en restos -comenta una señora del pueblo que se ha acercado a nuestra conversación.
El 4 de marzo del año en curso cuando estaba a punto de concluirse la adecuación del entorno del yacimiento y el recorrido museístico, murió Javier Cortes Álvarez de Miranda, el descubridor de La Olmeda. El hombre que sí reparó en restos y no reparó en gastos.
Aquel yacimiento salvado de la incuria de los siglos, cayó en las mejores manos posibles. En las manos del agricultor-arqueólogo Javier Cortes. Otros restos romanos no tuvieron tanta suerte. Desaparecieron un mal día precisamente a causa de un arado romano ¡Qué ironía!



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