Japón y los opinantes

(20/3/2011) Seguramente el mejor resumen de lo que ocurre en Japón, tras los horrores que ha sembrado, en su piel, otro maldito 11–M, sea el que encierra la expresión “el grito silencioso” que es, además, el título de una obra del escritor japonés y premio nobel de literatura, Kenzaburō Ōe.

Grita en silencio el Japón, lame sus heridas en silencio, con el temple de acero que ha demostrado tener a lo largo de su dramática historia, mientras comentaristas y opinantes, a escala planetaria, nos aturden desde sus tribunas con sus variopintos análisis sobre la tragedia.
Marginan el hecho y parecen regodearse en él los miles de comentaristas de las cadenas televisivas. Y esgrimen una verborrea incesante que, cual tsunami, arrasa, desplaza y sustituye el hecho, la información, la noticia, de nuestras televisiones.
No importa lo que ocurre, sino aquello que se dice, se comenta o se debate sobre lo que ocurre. El debate es la noticia. No el suceso.
Comentaristas, analistas y tertulianos vocingleros, hacen su agosto platicando sobre el Japón y sus desgracias. Pobre Japón del dolor sordo y contenido. Roto en mil silencios.
Es tanta la estulticia que derrochan los mal llamados medios de comunicación -que habrá que rebautizar como “medios de opinión”- que alguien -tal vez Kenzaburō Ōe- tendrá que venir para decirnos cómo sobrevivir a tanta locura. “Dinos como sobrevivir a nuestra locura”, Ōe. Dinos como sobrevivir a tanto debate canalla y cotorra.
El acontecimiento en sí, por grave que resulte, cada vez cuenta menos. Comentar la realidad visualizada desde miles de kilómetros de distancia, mientras nos tomamos el café mañanero o vespertino, es lo que se lleva. Lo que mola. Que la realidad es demasiado simple y estática. Y los horrores, una vez vistos, ya no venden ¡Ay!
La precisión y el equilibrio ante los hechos noticiosos -con la correspondiente confirmación que los datos aportaban- del viejo periodismo, están siendo sustituidos por un chapapote mediático en el que las frases más polémicas e impactantes, la osadía y atrevimiento de los lenguaraces más agresivos, son mantenidos por directivos que solo atienden a los índices de audiencias, que es lo que cuenta.
Sigo encomendándome a Kenzaburō Ōe. A los títulos de su obra. Que hay obras que se inician y concluyen en los títulos. “¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!” nos grita en silencio, de nuevo, el escritor. Parad tanta memez, tanta basura, tanta indiferencia…
Shūsaku Endō, otro grande de las letras niponas, nos dejó una obra maestra con un título escueto y sublime: “silencio”. Como si esta y no otra fuera la forma de ser de su pueblo. Su cualidad más emblemática. Innovar sin alardes y en silencio. Llorar en silencio y para adentro.
Me impresionan las imágenes que llegan del Japón. Las fotogalerías. En ellas me refugio -huyendo del periodismo de opinión y de su carrera insensata- para entender la hondura de la desgracia ajena. Y aunque me impresiona la devastación de sus pueblos costeros, el escape al aire del gas de la muerte, la búsqueda errática del hijo por padres enloquecidos …me impresiona más el silencio de sus gentes. Su llanto interior.
Como el de esa muchacha que, callada, rumia su dolor, desolada y como sin rumbo. Pero que emana no sé por qué, una extraña dignidad ante el sufrimiento y la sinrazón de la catástrofe.
Algo que me reconcilia con el ser humano. Con los opinantes. Con la vida



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