Impresionismo: Un nuevo Renacimiento

(10/3/2010) Una de las ventajas de tener Madrid a tiro de piedra (gracias a la Alta Velocidad Española), es poder disfrutar de alguno de los eventos culturales que ofrece la capital. Tras madrugar algo más de lo aconsejable para un sábado y tomar el AVANT a las 8 de la mañana, llegas a Madrid en poco más de una hora, haces cola en la sede de la Fundación Mapfre -“culpable” de haber traído a estas tierras una interesante muestra del Impresionismo- y con un poco de suerte crees hallarte en el mismísimo Museo parisino d´Orsay. ¡Ahí es nada!
La lluvia, que no entiende de cultura ni de madrugadas, empapó una espera de algo más de una hora en la puerta del edificio, mientras unos y otros mascullábamos impotentes la necesidad de organizar las esperas de una manera menos tercermundista que la de sentirse ganado ovino entrando en el aprisco (esas cintas que dibujan un laberinto y que te hacen dar vueltas absurdas y sin sentido en un viaje a ninguna parte).
Pero mereció la pena. Ver El pífano de Édouard Manet , un taller en Batignolles de Henri Fantin-Latour, La Estación de Saint-Lazare de Claude Monet, la Clase de Danza de Degas, la Casa del Ahorcado de Cézanne, el Columpio de Pierre-Auguste Renoir y otras joyas de aquel renacimiento pictórico, nos hizo olvidar lluvias y madrugones.
Impresiona -y aquí el verbo viene como anillo al dedo- comprobar cómo en el marco histórico de la Guerra franco-Prusiana (1870-1871) y de la Comuna de París (1871) un grupo de pintores liderados por Édouard Manet, lograron plasmar la modernidad y la cotidianidad en sus lienzos con todo lo que aquel proyecto tenía de ruptura para las inamovibles leyes de quienes controlaban el Salón de París.
Hércules, ninfas, dioses, santos, aristócratas o burgueses en sus palacios, dejarán de poblar los cuadros de los artistas, para dejar paso a sencillas bailarinas en un momento de descanso, a aldeanos caminando con una haz de leña, a una muchacha columpiándose en una mañana de primavera, a una urraca posada en un cercado,…imágenes cotidianas, fulgores de un instante llevados a la paleta por unos pintores incomprendidos por la crítica del momento.
Y tras ellos la tradición de la escuela barroca española, especialmente la de Goya, Velázquez y Ribera. La influencia de una pintura realista, austera y sobria que buscó en su momento (en un adelanto de siglos), mediante propuestas innovadoras, el asalto a la modernidad.
Al salir, seguía la lluvia persistente y nostálgica; quizás pesarosa por no hallar entre tanto transeúnte a uno de aquellos artistas que con unas pinceladas vibrantes y mínimas sabían captar la fugacidad de un gesto, de un efecto atmosférico, de un momento. Los impresionistas.



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