Había una vez

cuento

(30/08/2020) Hay escenas que le reconcilian a uno con el mundo. Después de soportar la granizada de malas noticias que descarga la prensa (coronavirus, política, guerras) y mientras me tomaba un café sin haberme desprendido aún de ese amargo sabor a telediario que a uno le acompaña todo el día, veo en una mesa alejada de la mía (a la distancia suficiente que marcan los cánones sanitarios) a un padre leyendo un cuento a su hijo.

 Aunque el lugar no era el más adecuado (seguramente esperarán a la madre, pensé) pude otear desde la distancia que el padre de la criatura tenía oficio como lector. Convertido en un actor de terraza, gesticulaba unas veces, susurraba otras, cambiaba el tono las más, movía las manos e imitaba distintas voces (incluso en un momento llegó a canturrear algo)…mientras su pequeño de apenas dos años lo escuchaba embobado.

 Las diferencias empiezan desde la cuna, pensé, ya convertido en un filósofo de taberna. Por decir algo obvio, y sin meternos en el terreno de los afectos, seguí pensando, no es lo mismo nacer en un lugar seguro (cualquiera de nuestras casas) que hacerlo en una patera.  Pero hay diferencias más sutiles que también marcan el futuro de cada cual cuando viene al mundo.

Porque estarán conmigo en que tampoco es lo mismo que te acuesten arropado en pantallas multicolores (que emiten sin cesar toda clase de dibujos animados) para que te calles y te duermas, que lo hagan leyéndote cuentos. No es lo mismo.

 Aquella entrañable escena de hace años, de padres o abuelos (más estos últimos pues aquellos solo tenían tiempo para trabajar) contando cuentos a sus pequeños parece haber quedado atrapada en una telaraña de rayos catódicos (digamos que hablo de la televisión) que nos devora desde la cuna.

 Dicho esto, tengo que admitir que cada vez son más los padres (ahora los abuelos viven en otras latitudes) que leen cuentos a sus hijos. Saben que con ello están fortaleciendo vínculos emocionales a la vez que despiertan su mente y mejoran su lenguaje.

 Porque además de estimular su imaginación, su atención y su escucha, los cuentos son una excelente herramienta para que el niño comprenda sus emociones. Porque son una eficaz manera de introducirle en el mundo de los valores: la bondad, el valor, la generosidad, el amor, la amistad, el respeto, la compasión…Y porque se ha demostrado que son la mejor forma de potenciar el gusto por la lectura algo que tanto se echa de menos en unos tiempos donde los lectores son un rara avis que hay que buscar con lupa.

 Solo los humanos somos capaces de contar historias, de tejer relatos. Desde nuestros antepasados, aquellos homínidos que sentados junto al fuego narraban escenas de caza o leyendas antiguas, el contar o leer cuentos siempre fue un ritual placentero. O no tanto.

-¿También cuentos de ogros y brujas? –pregunta el padre novato temeroso de ocasionar algún trauma a su pequeñín.

También. Con la lectura de cuentos el niño aprende a controlar sus emociones y entre ellas la ansiedad y el miedo. Con la lectura sobre ogros y brujas, derrotados finalmente por el protagonista, el niño adquiere seguridad en sí mismo, a la vez que se prepara para un mundo en el que se topará con personas buenas, sí, pero también con personajes malvados, con situaciones difíciles que tendrá que superar. Porque los cuentos son ese espejo mágico que refleja las inevitables dificultades a las que todos, antes o después, nos enfrentaremos a lo largo de nuestra existencia.

 Leer un cuento es viajar a otros espacios, a otros tiempos, es crear un mundo mágico entre el niño y los adultos, es dar alas a la imaginación. Pero también es un máster que te prepara para la vida.

 Basta pronunciar tres palabras, “había una vez”, para que se descorra el telón de la mente y se ofrezca la más fascinante representación, el más fantástico viaje, que hará volar la imaginación a territorios inexplorados.

  No extraña que, ya adultos, cuando queremos saber más sobre algo que ha captado nuestro interés decimos expectantes ¡cuéntame!, ¡cuéntame!…que es tanto como pedir que nos fascinen con su relato, que nos cuenten un cuento como aquellos que nos contaban cuando niños…,“cuéntame cómo te ha ido, si has conocido la felicidad” que dice una melodía televisiva.

Llegó por fin la madre. El niño, arropado con la cálida voz del cuentacuentos, del padre, duerme tranquilo. Sueña que ese príncipe valiente que le acompaña, ya mató al dragón y se casará por fin con la princesa.



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