Gestos como gritos

monedero

(10/01/2020) Hay momentos en la vida en los que, ante la devaluación que sufren las palabras, uno se fija en los gestos, en esos pequeños movimientos que, al hacerlos de manera casi mecánica, nos definen y nos delatan a la vez.

Y, sin saber cómo ni por qué, te conviertes de repente en un cazador de gestos, de ademanes, de esos movimientos mecánicos que contribuyen al flujo comunicativo más que las palabras.

 Como a todo cazador me sucede que, estos gestos, no acuden a mí cuando lo deseo (lo mismo que la pieza deseada no se pone en el punto de mira del cazador cuando le viene en gana) sino cuando menos me lo espero. Como dice el viejo proverbio “cuando menos te lo esperas salta la liebre”.

 Y el otro día saltó esa liebre. O sea que pude cazar, para mi colección, uno de esos gestos que pasan desapercibidos para el común de los mortales: me refiero a ese abrir la cartera de par en par por parte de la gente mayor para que el dependiente, o la cajera saquen el dinero necesario que pague la compra.

 El gesto, que suele estar directamente relacionado con las prisas, se multiplica en los días de compra desaforada y compulsiva, como los de la Navidad y Reyes, donde todo el mundo parece tener prisa por adquirir y pagar, como si no hubiera un mañana o el mismo apocalipsis estuviera a punto de llegar y tuviera que encontrarnos preparados como a las “vírgenes prudentes” del evangelio. O sea, con la compra hecha y pagada.

 Era víspera de Reyes y estaba delante de mí, en la larga cola del supermercado, una de tantas mujeres ancianas, de movimientos lentos y vista cansada que a la hora de pagar huelen las prisas que fluyen del ambiente. Se disponía a pagar mientras oteaba, medrosa y callada, una cola llena de estresados que sin soportar la lentitud y menos la torpeza de quien está metido en años, miraban nerviosos su reloj mientras parecían decirle por lo bajo: “señora, dese prisa, por favor”.

Y lo hizo: abrió la cartera llena de monedas y se la entregó a la cajera como quien da la vida, para que esta hurgara en su interior, con la habilidad y suficiencia que dan el oficio y la edad (sobre todo la edad) y así cubrir el pago.

 No hay gesto que no encierre un sentido profundo, aunque al observarlo nos parezca nimio, pensé.

 Ese gesto de abrir de par en par el monedero ante la cajera era todo un signo eucarístico (tomad y cobrad todos de él porque este es mi dinero, mi salario de jubilada), un grito de quien necesita ayuda, como una solicitud de misericordia a quien está más dotado en el duro oficio del vivir.

 Dice el escritor Felipe Benítez Reyes que en el fondo todo gesto misericordioso es un gesto cruel. Y tiene razón. Pero la anciana, seguí pensando, como aquellos que tienen demasiados años, convive a diario con la crueldad. Sí. Con la crueldad de un cuerpo que ya no responde, de unas manos que ya no encuentran, de una piernas que ya no soportan, de una mente que ya no recuerda .., y el gesto misericordioso del dependiente, de la cajera, lejos de ser cruel es un alivio, un consuelo.

 Quizá vaya siendo hora de dar importancia a los gestos, a los ademanes, a las muecas.., y abandonar tanta palabrería hueca, tanto ruido, tanta algarabía, en unos tiempos particularmente lenguaraces donde las palabras parecen haber perdido su sentido.

 Hace pocas fechas se celebró en Barcelona el XI Cóctel Silencioso que creó Tres, artista recientemente fallecido que sólo quiso ser conocido por su pseudónimo.

 Durante una hora, tal como marcan las reglas de dichos cócteles, se llevó a cabo la reunión de un grupo de personas para tomar una copa en silencio, valiéndose para comunicarse de todo aquello que puede suplir al lenguaje hablado: expresiones de miradas, del rostro, de gestos…

  Como buen cazador de gestos pienso ir al XII Cóctel Silencioso para aumentar mi colección con los ademanes que hacen allí los reunidos. Aunque estoy convencido que nunca serán tan espontáneos y auténticos como los que se observan en la calle, en la cotidianidad que dan los días. Nunca tendrán tanto significado, tanta fuerza, como cuando se hacen sin previo aviso, sin pensárselo dos veces, como la anciana del supermercado.

 Porque la sabiduría es silencio y las palabras no pueden expresar los matices que sustentan el pensamiento. Porque el gesto es el mensaje y hay muchas formas de pedir auxilio sin tener que lanzar un SOS.

 Una de ellas es abrir la cartera y dejar que te registren mientras te atracan. Mientras te atracan las prisas de los otros.



Los comentarios están cerrados.