Francisco Casavella

(30/12/2008) La muerte, cualquier muerte, incluso la más esperada, siempre nos sorprende. Es como si nuestra programación genética más íntima, aquella que mora en las entrañas de nuestro ADN, tuviera entre sus logros más atávicos para soportar la existencia y hacerla más llevadera, el pensarnos eternos. El creer que eso nunca va a ocurrirnos a nosotros, incluso que eso tampoco les va a ocurrir a aquellos a quienes conocemos o amamos. De ahí la sorpresa que la muerte, cualquier muerte, nos depara un día sí y otro también cuando el finado es alguien conocido.
Entre las muertes que nos han sorprendido últimamente, sobre todo a quienes nos dedicamos al viejo oficio de escribir, está la de Francisco Casavella. El flamante Premio Nadal de Literatura del año 2008, fallecía el pasado 17 de Diciembre a los 45 años de edad el mismo año en el que había ganado el Premio Literario más antiguo de España. La vieja frase de “todos los hombres mueren jóvenes” adquirió en el escritor una certeza implacable más allá del fondo filosófico que encierra.
En el trasiego de días que es toda existencia se imagina uno a Francisco Casavella -se llamaba en realidad Francisco García Hortelano- esperando con la ansiedad lógica de las prisas la entrada en el 2008, incluso deseando que el sol acelerase su curso –quién no ha deseado alguna vez en su vida que las hojas del calendario caigan con más rapidez de la debida- para que llegase el “Día de Reyes” -día en el que se hace público el premio- y saber si su esfuerzo, el enorme esfuerzo que supone el parto de una novela habría sido reconocido por el jurado.
Y llegó el 2008 y llegó el 6 de Enero y su novela ganó. Y sintió tras el triunfo apetecido y apetecible el leve y acaramelado viento del éxito. Y siguieron unos meses para el aplauso y la sonrisa excesiva de quienes acunaban su triunfo. Pero llegó también el gélido viento de la muerte y un mazazo nos golpeó y derribó como el que derribara en otro tiempo al amigo del poeta Miguel Hernández:

“un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado”

  El mismo Eugenio Nadal Gaya en cuyo homenaje se instauró el premio ganado por Casavella, había fallecido a los 27 años de edad tras escribir el libro “Ciudades en España” así como numerosos ensayos y artículos. Y es que la parca no sabe de edades ni de méritos. Su guadaña siega todo lo que se le pone por delante sin reparar si entre su macabra trilla se hallan talentos consagrados o genialidades en germen.
Leía la novela premiada cuando me enteré del óbito del autor. Es una novela con un estilo sorprendente, un magnífico primer capítulo y un tema de los que apasionan a quienes nos gusta la historia: los avatares de un jesuita expulsado de España en 1767 y los acontecimientos que vive en la Europa del momento. Una novela que marca unas coordenadas en las que se vislumbran espacios literarios distintos, mundos narrativos  nuevos a la espera de ser plasmados por plumas atrevidas y sin complejos como la de Casavella.
Con la muerte de Casavella se trunca una prometedora carrera literaria y nos deja a sus lectores huérfanos de una narrativa, preñada de originalidades y sabores nuevos, que no había hecho más que iniciar su andadura.
Dicen quienes trabajan las estadísticas de la muerte que los mejores en cualquier campo siempre “se van” antes como si los dioses, celosos, adelantaran su tránsito por la obligada carnalidad para gozar cuanto antes del genio de su espíritu.
Pasó con Mozart, pasó con Nadal Gaya, pasó con Ramón Sijé y ha pasado con Casavella. Su entrada en el Olimpo hace que todos deseemos llegar a encontrarnos con ellos el día en el que la parca nos sorprenda. Aunque no seamos tan jóvenes dada nuestra mediocridad.



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