Estos jóvenes

(20/2/2010) Desde Sócrates hasta hoy, uno de los tópicos más generalizados y que parece trasmitirse de generación en generación, como las costumbres, es el de la falta de educación que tiene la gente joven, sin que nadie o casi nadie se haya cuestionado lo que de verdad o mentira puede haber tras dicha creencia.
Viene esto a cuento porque acabo de comprar pan y periódico en la gasolinera de la esquina (estaban cerradas las panaderías debido a lo temprano de mi madrugada) y un par de muchachos, de poco más de 20 años, que trabajan en el establecimiento han venido raudos y amabilísimos a solucionar mi torpeza -no encontraba el periódico de marras- y cuando han terminado de servirme e instruirme, uno de ellos ha exclamado un “muchas gracias, señor, que tenga un buen día” que me ha sonado a música celestial por lo poco usual que suele ser tanta simpatía a tales horas, y por haberme llegado de unos jovenzuelos de esos que, según el tópico, son todos unos maleducados.
Dicen que en una ocasión le preguntaron a Wilson Churchill sobre qué pensaba de los franceses; el mandatario británico sacó su pipa de entre los labios, miró de soslayo a su interlocutor y extrañado respondió “lo siento pero no conozco a todos los franceses”.
No estaría mal que, a partir de ahora, aplicáramos la respuesta de Churchill a tanto tópico que nos rodea y que reduce nuestra actividad cerebral al trabajo de una sola neurona.
Y ya puestos, tampoco estaría mal que cuando alguien nos preguntase qué pensamos de la juventud o de los andaluces o de los murcianos sentenciáramos como Churchill con un “perdone, pero no conozco a todos los jóvenes, ni a todos los andaluces, ni a todos los murcianos”.
Porque nuestros jóvenes, hoy como ayer, son un grupo humano variopinto en el que se puede encontrar de todo como en botica. Como entre los adultos y como entre los ancianos de ahora y de siempre. De siempre. Porque aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” es otra falacia que corre por los mentideros de la ignorancia. Métanse en el túnel de la historia. Pasen y vean. Cualquier horror, atropello y violencia se multiplica geométricamente a medida que nos retrotraemos hacia el pasado.
Sólo la falta de información y la ignorancia mantenida y cultivada por los poderosos hicieron creer a nuestros abuelos que vivían en el mejor de los mundos. No lo duden.
Eso y que en la época de la Revolución francesa -por poner una período archiconocido-, no había telediarios que emitieran desde las Tullerías los guillotinados del día.
Otro de los tópicos más extendidos entre nosotros es el de la exquisita educación en urbanidad y buenas maneras que recibieron nuestros antepasados y que ilustran con tanta contundencia los manuales escolares de finales del XIX y principios del siglo XX. Olvidan quienes tanto se entregan a alabanzas de costumbres añejas (y que esgrimen como argumento de nuestra decadencia la falta de castigos duros y ejemplares en la actualidad) que aquellos niños que leían y practicaban la moralina de los cuentos de Calleja y sufrieron castigos corporales sin cuento en la escuela de entonces (la letra con sangre entra, decían) se enfrentaron con saña desmedida y cruel en la década de los años treinta; y que los europeos que también tuvieron sus manuales de buenas costumbres, hoy tan alabadas por quienes acusan a nuestra juventud de la decadencia que se aproxima, no se quedaron mancos e hicieron lo propio en la guerra que asoló Europa.
Tal vez lo que acabo de afirmar sean también generalizaciones simplistas que no consideran la multitud de causas que suele haber tras los conflictos bélicos. Lo sé. Pero permítanme decir que los presagios catastrofistas y apocalípticos de nuestros abuelos para los niños de los años sesenta y setenta que nos criábamos, decían, en la molicie y la falta de educación, no se han cumplido a Dios gracias y que, digan lo que digan algunos, estamos viviendo la más larga época de paz y prosperidad que se recuerda en la historia de España.
Ahora es la televisión la que nos hace creer que vivimos en el peor de los muladares acercando a nuestro salón las malas noticias que se prodigan en cualquier lugar del planeta. Y entre ellas, cómo no, la de nuestros jóvenes haciendo botellón un fin de semana sí y otro también. Actividad que parece ser la única a la que se dedican nuestros muchachos, pues las otras, las de los miles de jóvenes que estudian, preparan oposiciones, trabajan o buscan desesperadamente un trabajo, esas nunca son noticia.
Como tampoco lo ha sido la amabilidad de dos jóvenes que me atendieron en una gasolinera esta misma mañana.



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