Encuentros en el más acá

isabel

(20/12/2014) Había pensado dedicar este artículo a la fascinante, vitalista y doliente personalidad de Jaime Gil de Biedma, poeta que el pasado noviembre hubiera cumplido 85 años (pero que nos dejó hace veinticuatro víctima del sida) cuando se me cruzó un personaje secundario -una actriz de reparto podríamos decir- con un enorme atractivo como ser humano. Y como me gustan los personajes marginales, los que están detrás del cuadro, -como les conté hace ya dos artículos cuando les hablé del pulso herido que ronda las cosas del otro lado- he pensado dedicar esta entrada a Gil de Biedma y a esa mujer con la que se encontró un buen día..
A Gil de Biedma, sí, enorme poeta, y uno de tantos “señoritos de nacimiento/ por mala conciencia escritores/ de poesía social”, como él mismo se definió en el poema “En el nombre de hoy”, que surgieron en la segunda mitad del pasado siglo. A Gil de Biedma, modelo de exquisitez y hombre de indudable talento, que escribía poesía para no morir del todo, para dejar patentes sus obsesiones, como la del tiempo, por ejemlo. Tempus fugit.

                                                                        Que la vida iba en serio
                                                          uno lo empieza a comprender más tarde
                                                                   como todos los jóvenes yo vine
                                                                    a llevarme la vida por delante…

A Gil de Biedma y sus contradicciones: confeso homosexual que se enamoró de una mujer (la “niña Isabel”, la Belle Bel), poeta vocacional que trabajó como ejecutivo en una empresa de tabacos, tenorio de alta cuna capaz de subir a los palacios del hedonismo y bajar a las cloacas de la lujuria, vate capaz de lo más alto y de lo más bajo, de la exaltación vital a la depresión, serio y jocoso a un tiempo, hombre que “creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema”.
Pero también quiero dedicar esta entrada a Isabel Gil Moreno de Mora, la Belle Bel.
Y es que detrás de Gil de Biedma -¿o es Gil de Biedma quien está detrás de ella?- hay una mujer que no tiene entrada en la Wikipedia pero que la tiene en la historia de las musas múltiples, esas mujeres que han inspirado a todo tipo de artistas. Isabel Gil Moreno de Mora -la “Belle Bel” o “la niña Isabel” como se la conoció y aún se la conoce en los ambientes literarios-, mujer de la que se enamoraron Gil de Biedma y otros artistas y que tuvo una gran influencia en la “gauche divine”, aquel movimiento de liberales burgueses surgido en la Barcelona de los años 60 de cuando el franquismo.
Isabel, malcasada con un burgués y madre de dos hijos a una edad muy temprana, convertida en la musa de aquella “izquierda divina” que contaba entre sus filas con arquitectos, novelistas, filósofos, poetas, editores y cineastas. En musa y algo más. Que cuando se viene del desamor no hay amor bastante que calme la sed de afectos.
Isabel, burguesa también, diseñadora de joyas, amiga de sus amigos (de la gran fotógrafa Colita), hembra magnética, mujer arrebatadora que compartiría cama y vida con el homosexual e impúdico Gil de Biedma durante más de tres años.
Pero como a las almas grandes el mundo termina haciéndoseles pequeño, Isabel se dejó llevar por la riada del tiempo cuando aún era una tierna flor de invernadero. Se encargó de ello un feroz aguacero que arrastró su coche hasta el mar cuando venía de buscar, una vez más, el amor.
Desesperado, el poeta intentará suicidarse primero para entregarse después al amor devorador y canalla. Otra forma de suicidio.
Pero tras batallar con sus insaciables deseos, le quedaría siempre el fantasma de la Belle Bel, de la hermosa dama de cristal, en el rincón más íntimo y hondo de sus afectos.
A aquella “pechos hermosos” que “encontró amargas las flores del matrimonio” y que se refugió en sus fuertes brazos de pluma y agua le dedicó el poeta esta conversación:

CONVERSACIÓN

Los muertos pocas veces libertad
alcanzáis a tener, pero la noche
que regresáis es vuestra,
vuestra completamente.

Amada mía, remordimiento mío,
la nuit c’est toi cuando estoy solo
y vuelves tú, comienzas
en tus retratos a reconocerme.

¿Qué daño me recuerda tu sonrisa?
¿Y cuál dureza mía está en tus ojos?
¿Me tranquilizas porque estuve cerca
de ti en algún momento?

La parte de tu muerte que me doy,
la parte de tu muerte que yo puse
de mi cosecha, cómo poder pagártela…
Ni la parte de vida que tuvimos juntos.

Cómo poder saber que has perdonado,
conmigo sola en el lugar del crimen?
Cómo poder dormir, mientras que tú tiritas
en el rincón más triste de mi cuarto?

 

 



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