El señor algoritmo

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(20/05/2022) Hace pocas fechas fue mi cumpleaños y como va ocurriendo desde hace varios años el primero en felicitarme fue mi banco.

Uno, que intenta ser cortés y agradecido, ha querido averiguar cuándo cumple años el señor director de la entidad, por aquello de devolverle el favor, y me han dicho que ni lo intente, que quien me felicita no es ninguna persona física sino el algoritmo: un “señor” que no tiene edad, que lo sabe todo sobre nosotros y que gobierna nuestra vida. ¡Vaya por Dios!

  Pero no solo lo sabe todo sobre nosotros, me dicen,  sino que se atreve incluso a conducir nuestra vida indicándonos qué comprar, dónde alojarnos, cómo ir de un lugar a otro, qué pensar políticamente, etc.

 Esas notificaciones que nos saltan en el móvil cada mañana, esas noticias que alguien elige por nosotros, que están hechas a nuestra medida y se basan en nuestros gustos e intereses, se fundamentan, me dicen también, en complejos algoritmos -otra vez el “señor” invisible- basados en los big data que es una enorme acumulación de datos que nosotros mismos les ofrecemos cuando, despreocupados e ignorantes, navegamos por las redes.

 -El algoritmo analiza tus búsquedas y tus caprichos y los transforma en datos útiles para cualquier industria -me dice un amigo que lo sabe todo sobre el mundo tecnológico.

Ese eufemismo que se conoce como “cambios en los hábitos del consumidor”está producido por el algoritmo, ese gigante que se alimenta de lo digital para reventar nuestros hábitos y nos marca lo que tenemos que hacer, cómo, dónde y cuándo.

¿Quién gobernará el mundo” le preguntaron a la escritora india Arundhati Roy, y la autora de El dios de las pequeñas cosas respondió “diría que los algoritmos, escritos por las mismas personas que siempre han controlado el mundo”.

Ese “señor” que ya gobierna el mundo, que nos felicita en los cumpleaños, que dirige nuestro destino turístico, es el termómetro de nuestra cultura, que se basa cada vez más en sus dictados y menos en la capacidad de los contenidos para debatir, emocionar o iluminar nuestro mundo.

 El resultado es de todos conocido: banalización, autocensura, narcisismo, espectáculo…

 -Estamos gobernados por máquinas -sigue machacando mi amigo- en el futuro las decisiones las tomarán los algoritmos a imagen y semejanza de los poderosos que son quienes los hacen.

-Pero esas decisiones debilitarán nuestra capacidad de juicio -apostillo.

Y entonces él se explaya -ya les he dicho que domina el tema-  y me habla de análisis matemáticos que nos aconsejarán sobre las decisiones a tomar, de que si la Unión Europea ya ha lanzado unas directrices éticas para programar la IA (Inteligencia Artificial), que si esto , que si lo otro.

 Como le digo que no acabo de ver el peligro y que hasta me parece bien que el algoritmo se acuerde de mi cumple -a cierta edad uno no quiere acordarse de que va a cumplir años y a veces lo consigue- mi amigo se pone bravo y en plan “mira que no te enteras de nada” me lleva a un apartado y me caen las del diluvio.

 -Sabrás  -me dice rozando la regañina- que con tus incursiones en el móvil vas dejando una huella, un rastro, una forma de comportarte que el algoritmo aprovecha para dibujar tu perfil y ofrecerte una versión de la realidad que ya no es la tuya sino la del algoritmo. O sea la de quienes lo manejan y nos manejan.

-¡Claro!, por eso saben lo de mi cumpleaños.

-Lo de tu cumpleaños, los lugares que visitaste, los restaurantes en los que comes, el pie que calzas y hasta el partido político al que votas. Pero eso no es lo más grave.

-¿Hay algo peor?

- Lo más grave es que la realidad que el algoritmo te ofrece a ti es distinta de la que me ofrece a mí, de forma que ya no compartimos la misma realidad. Y esa ruptura en la realidad que antes compartíamos nos lleva a la ruptura de todo entendimiento y cooperación. ¿Acaso no ves la división encarnizada entre los políticos?, ¿no te duelen los comportamientos de agresividad y odio que ves en quienes piensan distinto?  Pues eso responde a que cada uno ve una versión de la realidad distinta al otro. Y eso lo alimenta el algoritmo.

-¡Anda!, -le digo derrotado- déjalo y vamos a tomar una caña al Bercino.

-¿Por qué al Bercino? Me ha saltado en el móvil que las mejores tapas son las del Tapete.



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