El Nobel del matemático

echegaray

(30/12/2016) El premio Nobel concedido a Bob Dylan y que tanto ha dividido a los profesionales del libro, debería dejar una cosa bien clara: que si a partir de ahora cualquier músico puede aspirar al Nobel -hay música que es poesía-, también, y en justa compensación, cualquier literato  podrá optar a los Grammy -hay literatura que es música-. Y, ya puestos, que los premios se concedan con carácter retroactivo, otorgando el primer Nobel-Grammy a San Juan de la Cruz por su “Cántico” (la música callada/la soledad sonora) y el segundo a Fray Luis de León por su “Oda a Salinas” (Salinas cuando suena/la música estremada).

Alfred Brendel, pianista, poeta y escritor austriaco habla de la poética de los sonidos que no solo ha de referirse al piano, sino a los demás instrumentos.

 Enfrascados en Dylan sí, Dylan no, en que si son galgos o son podencos,  se nos está yendo el año (sólo queda un día) sin que nadie se haya percatado que hace justo cien murió el primer Nobel de Literatura español: José Echegaray.

 El mercado de las efemérides es tan copioso y se halla tan visitado que es fácil olvidarse de los productos más necesarios. Metidos hasta el corvejón, en Cervantes, Shakespeare y Dylan, pocos son los que han prestado atención a don José.

Echegaray, que compartió el Nobel con el poeta Frédéric Mistral, fue siempre un enamorado de la ciencia matemática, pero hubo de abandonar su pasión científica por la de las letras porque aquélla no daba para vivir.

“El drama más desdichado, el crimen teatral más modesto, proporciona mucho más dinero que el más alto problema de cálculo integral”.

El dramaturgo español de más éxito en el siglo XIX, al que muchos conocimos a través de los billetes de mil pesetas, era matemático de vocación y se acercó a la literatura para no morir de hambre. Entonces, al contrario de lo que ocurre ahora, las ciencias tenían poco predicamento por estos pagos y llevaban al hambre. Don José lo veía así:

“El cultivo de las altas matemáticas no da lo bastante para vivir”.

El desprecio por las ciencias, parejo al que hoy sufren las letras, venía de muy atrás.

Cien años antes de que Echegaray se pronunciara, otro “pepe”, el gaditano José Cadalso, autor de “Cartas marruecas”, opinaba de esta manera sobre dicho asunto:

“Hay cocheros en Madrid que ganas 300 duros y cocineros que fundan mayorazgo: pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las Ciencias” (Carta VI de sus “Cartas Marruecas”).

No existen los Nobel en matemáticas, pero de haberlos cosecharíamos los mismos éxitos que cosechamos en física, química o medicina: ninguno.

Por eso la sorpresa fue mayúscula cuando, el pasado año, optó al de medicina Francisco Juan Martínez Mojica. Aunque finalmente se lo llevó el japonés Yoshinori Ohsumi, los méritos del español eran más que sobrados: descubrir la tecnología para poder editar genomas y manipular el ADN en plantas, animales y humanos.

 Tras años de dura sequía -los que van desde don Santiago Ramón y Cajal, que lo recibió en 1906, hasta hoy, ¡¡110 años!!!-, por fin un español es digno merecedor de dicho premio.

 El problema es que mientras nosotros apostamos a un solo caballo en las carreras que organiza la academia sueca, hay países que presentan toda una caballada.

La ciencia matemática nada nos debe; no hay en ella nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo”, se quejaba el autor de “El gran galeoto”.

El matemático, ingeniero, político y dramaturgo español, José Echegaray, al que Valle-Inclán llamaba “el viejo idiota” -también se lo llamaba a Cervantes, lo que nos da una idea de cómo se las gastaba el gallego- murió a los ochenta y cuatro años.

Acumuló tanto saber sobre la ciencia matemática que, con ochenta y tres años, confesaba:

“No puedo morirme, porque si he de escribir mi Enciclopedia elemental de Física matemática, necesito por lo menos 25 años”.

Aun así escribió cerca de treinta tomos de Física Matemática.

El viejo idiota.



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