El informe Pisa

(5/1/2008) Los últimos resultados sobre la enseñanza en el mundo dados a conocer por el informe Pisa -ese informe que, cada tres años, mide las capacidades de los jóvenes de 15 años, en 57 países- han hecho que muchos españoles nos hayamos llevado las manos a la cabeza, elevado los ojos al cielo y susurrado un ¡Dios mío, pero cómo nos puede pasar esto a nosotros! ¡A NOSOTROS!
En el país de la autocomplacencia y el disfrute donde los informes se paren a golpe del político de turno, y que son siempre sospechosamente positivos, dada la cercanía de elecciones de todo tipo, el informe Pisa  ha abofeteado nuestra desmedida autoestima amargando el turrón de las navidades. ¡Vaya por Dios!
Pasado el huracán y sentados ante la ruina de nuestro desmantelado edificio educativo muchos hemos mirado a nuestro alrededor contemplando incrédulos lo bien que han soportado los embates del ciclón evaluador otros países de nuestro entorno y entre ellos uno: Finlandia.
De la avalancha de informaciones que nos llegan de aquel país, que debe estar soportando un número de periodistas superior a su población, muchas hacen hincapié en los logros de su sistema educativo y en su manera de hacer las cosas, informaciones que  nos vienen muy bien a quienes estamos deseosos por saber cómo demonios un país que no tiene nuestro sol ni nuestras playas -otra vez la autocomplacencia- se permiten ser el número uno en rendimiento académico y arrojarnos al abismo del pelotón de los torpes.
Pero vayamos por partes y analicemos alguno de los datos que han aparecido en los distintos informes. Quizá nos ayuden a ver la luz al final del túnel.
Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención es la confesión de que sólo a un 10% de los estudiantes finlandeses les gusta ir al colegio, cuando la media en la OCDE
-responsable del informe Pisa- ronda el 50%.  Al parecer tras la falta de ese gusto por las aulas en los muchachos nórdicos se esconde  algo elemental y simple: no les gusta ir al Instituto porque es un lugar en el que hay que trabajar y esforzarse. Digamos que como a cualquier adulto que acude a su lugar de trabajo. Como a usted y como a mí, sin ir más lejos. Lo cual nos está hablando de una cultura del esfuerzo que hemos desterrado de nuestras aulas hace ya demasiado tiempo y de unos estudiantes que saben que su trabajo es estudiar y que estudiar es duro y sacrificado. Y eso no le gusta a casi nadie.
También me sorprende  -aunque esto ya lo veía venir- que el 55% de los padres finlandeses se consideran los primeros responsables de la educación de sus hijos mientras que en España sólo se sienten responsables el 15%.
Que la primera entidad educadora es la familia es algo que a nadie debería de sorprender. Si en ella no se dan los primeros valores, las normas básicas para moverse por la vida, las primeras nociones  sobre lo que está bien y lo que está mal, poco se puede hacer desde los centros de enseñanza. Pues bien, esto que parece una “verdad de Perogrullo” no lo tienen muy claro muchos padres de España y, lo que es más grave, tampoco muchos profesores que se autoproclaman educadores con la boca llena mientras descuidan aspectos tan suyos como las metodologías de la enseñanza y las didácticas de las asignaturas que imparten. Así nos va.
No quiero entrar en lo de que en Finlandia ser profesor es una de las profesiones con más prestigio del país. Por dos razones. Primero porque pienso que el prestigio también hay que ganárselo -en Finlandia sólo llegan a maestros quienes sacan mejores notas en el bachillerato y tras haber adquirido la licenciatura en Pedagogía- adquiriendo los conocimientos que  hacen auténticos profesionales de la enseñanza, especialistas en técnicas de estudio y eficaces transmisores de conocimientos. Y segundo porque el prestigio está demasiado unido al sueldo, al dinero que se gana, lo cual lo hace sospechoso. ¿De dónde rayos les viene el prestigio adquirido últimamente a futbolistas y constructores?, ¡que alguien me responda!
Pero volvamos a las entrevistas.
-No pierdes la ilusión ni te quemas. Te dedicas a enseñar no a imponer orden- dice una de las profesoras consultadas ante el asombro de cualquier profesor de nuestra ESO que tiene que dedicar los diez primeros minutos de cada clase, y lo que te rondaré morena, a lograr un orden que se le escapa por momentos.
Otro aspecto que llama  mi atención es el referido a la promoción automática de los estudiantes finlandeses. En un país como el nuestro que se puede pasar hasta con tres asignaturas  “cuando el equipo docente considere que la naturaleza de las mismas no le impide seguir con éxito el curso siguiente” y tras múltiples oportunidades, sorprende la ley finlandesa que obliga a los estudiantes a superar todas las materias.
-Aquí sólo tienes una oportunidad para aprobar un examen por la misma razón que la vida sólo se vive una vez. Y hay que aprovecharla-  dice otro de los profesores consultados.
Pero de las frases impactantes leídas en las distintas entrevistas hay una que me ha  conmocionado hasta dejarme KO y sin recursos para la dialéctica -la oí en mi más tierna infancia por boca de mi maestro y de mis padres, antes de ser arrancada de nuestro diccionario más noble y condenada al ostracismo y al destierro -.
- En nuestra cultura son muy importantes dos valores: la honradez y el trabajo.
¿Les suena?
Así cualquiera.



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