El gran sumidero

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(10/12/2020) Sabíamos que caminábamos hacia el abismo, pero ignorábamos su cercanía. Nos habían asegurado tantas veces que venía el lobo que ya no nos asustaban sus fauces. Pero estaba ahí, escondido y taimado, hasta que alguien lo descubrió tras un ramaje de estrellas: un agujero negro supermasivo en el centro de nuestra galaxia hacia cuyas tragaderas insaciables se precipita nuestro planeta.

 “La Tierra está más cerca del agujero negro de la Vía Láctea de lo que pensábamos” dicen los científicos desde sus observatorios astronómicos. Solo es cuestión de tiempo. Un tiempo que se nos acaba por momentos.

 Mientras nosotros, patanes cósmicos, nos desgañitamos en guerras tribales y sectarias, en discursos banales que no llevan a ninguna parte, el Gran Sumidero nos espera a la vuelta de la esquina con las fauces abiertas y un hambre de siglos. ¡Que viene el lobo!

 Gracias al proyecto japonés VERA sabemos que este monstruo supermasivo (cuatro millones de masas solares) sobre el que todo gira y al que se conoce como “Sgr A” (suena a sangre ¿no les parece?), este Satán de los abismos que nos espera para zamparnos, está ahí mismo a unos veintiséis mil años luz de la Tierra (año luz arriba, año luz abajo), casi dos mil años luz más cerca de lo que pensábamos.

 Uno, en su ignorancia, siempre pensó en seres extraterrestres que, llegados de otra galaxia, conseguirían lo que aquí nadie logró: unir voluntades, crear consensos. Pero resulta que no, que el enemigo no llegará de fuera, que el enemigo está dentro, un quintacolumnista armado hasta los dientes, un caballo de Troya supermasivo que tragará por igual y sin hacer ascos boinas, chapelas y barretinas.

 Dicen las crónicas de El Optimista que lo que nadie pudo solucionar hasta ahora: leyes educativas sectarias, políticas corruptas desde que se inventó el mando, pandemias que van y vienen como las olas del mar (ya pronto estaremos en la tercera ola) y otros desastres, puede que alcancen por fin un remedio ante ese enemigo que está ahí, cada vez más cerca, esperando que le plantemos cara antes de acabar en su intestino.

 Dicen las mismas crónicas que desde que leyeron la noticia del Gran Desastre que se aproxima los políticos han abandonado sus diferencias para trabajar en común, aparcando sus intereses para buscar los del ciudadano que  es quien les paga. Que los mandamases autonómicos han dejado de escarbar buscando identidades y diferencias para colaborar con el de al lado pues sus gabinetes de prensa les han asegurado que en ese sumidero, hacia el que nos precipitamos mientras dormimos, de nada valen banderas ni colores. Ser tirio o troyano.

 Pero hay mandarines que no están de acuerdo con los augurios. Temen ser destronados de su chiringuito playero y plantean todo tipo de trabas para seguir en el trono.

 Ignorantes a todo lo que no les conviene, tampoco quieren saber que el sistema solar desaparecerá mucho antes de lo que pensábamos y con él las fronteras, los nacionalismos y las fobias que siguen ensangrentando este minúsculo punto de la galaxia.

-He leído que alrededor del agujero negro hay destellos periódicos, breves parpadeos de luz que bombea un corazón invisible, asegúrate si ese corazón late como el nuestro, si entona nuestro himno, si habla nuestra lengua -le ordena el virrey de turno al jefe de prensa antes de amenazarle con el despido.

 Cuando este regresa derrotado para explicarle que no hay nada que hacer ante el tobogán negro que se dispone a engullirnos sin reparar en que nuestro RH sea positivo o negativo, aquel ya tiene la respuesta.

-He oído que hay un planeta que vive fuera del disco de nuestra galaxia. Esa será nuestra tabla de salvación cuando llegue el desastre. Desde allí contemplaremos como los otros, los de fuera,  los del otro lado de la raya, caerán hacia el abismo.

 Como ven, hay poco que hacer ante el fanatismo cósmico que esgrimen los imbéciles. Ante la hecatombe planetaria que supone la tozudez de los cretinos.

 Ya lo dijo Einstein “no discutas con un imbécil, te rebajará a su nivel y, ahí, te ganará por experiencia” o mejor “hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro”.



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