El finalista

(30/1/2009) Comentaba en un artículo anterior cómo la repentina muerte de Francisco Casavella me sorprendió degustando las últimas páginas de su novela “Lo que sé de los vampiros”. Terminé el libro peregrinando, tras la lectura de cada párrafo, a la fotografía del autor, situada en la contraportada, con esa curiosidad morbosa y apenada con la que miramos a los difuntos.
Pero hoy no quiero cansarles con Casavella, ni divagar sobre la muerte repentina. Hoy quiero hablarles sobre el Premio Nadal ganado, como es público y notorio, por la escritora Maruja Torres con “Esperadme en el cielo”.
Desconozco por completo si los premios literarios están o no amañados, como afirman algunos; ignoro si solamente llegan a los jurados aquellas obras recomendadas por los distintos agentes literarios, que dicen otros; tampoco sé si será cierto que para optar a los galardones tienes que caerles bien a los medios de comunicación -o haber salido mucho en ellos-, como también asegura alguien. No sé. Pero tengo que confesarles que cuando los ganadores son autores consagrados y de reconocido prestigio, automáticamente dirijo mi interés al segundo clasificado en el evento, por tratarse, casi siempre, de alguien desconocido y libre de toda sospecha. Supongo.
Pues bien en la presente edición ha sido finalista un escritor que, dada su calidad, estoy seguro dará mucho que hablar en el panorama literario español. Me refiero a Rubén Abella.
A la espera de que la imprenta saque su “Libro del amor esquivo” en los próximos meses -trabajo con el que ha sido finalista en la presente edición del Nadal- quiero recomendar a todos los que se interesan por las historias bien contadas y con solvencia literaria el título con el que ganó el Premio Torrente Ballester en el año 2002. Me refiero a  “La sombra del escapista”, su primera novela.
Después de leerla y releerla varias veces sigo sin poder entender cómo se pueda hacer algo tan redondo y profundo la primera vez que se intenta, aún asumiendo que hay personas que parecen hallarse en estado de gracia cuando realizan su primer trabajo –no es necesario recordar que la literatura está lleno de primeras obras que son consideradas obras maestras-.
El mismo año en el que ganó el XIV Premio de Narrativa “Torrente Ballester”, Abella fue distinguido con el Premio “Mario Vargas Llosa” por su libro de relatos “No habría sido igual sin la lluvia”. Y ya ven a los siete años finalista con el Nadal. Y lo que te rondaré morena que la cosa no ha hecho más que empezar.
“La sombra del escapista” es una novela que tiene los ingredientes de las grandes historias: amor, fantasía, misterio, odio… Con unos personajes muy bien dibujados y creíbles a pesar de sus extravagancias o precisamente por ellas. Entre ellos Leandro que “tiene por costumbre anudar sus días al firme tronco de la historia”, o Beato, fascinante embustero que viaja “en un decrépito carromato adornado únicamente con el nostálgico encanto del deterioro” y para quien “su propia vida era un lienzo en blanco sobre el que se divertía pintando pasados ficticios”. O Goliat que “conoce el idioma de los aromas” porque le “enseñó a oler su padre, que era pastelero”, o Paniagua que habita “el gélido universo de lo que se encuentra al otro lado del sentimiento”.
Rubén Abella retrata con maestría las falsas apariencias de muchos personajes seductores, las nieblas que esconde todo aquello que creemos real, las veredas torcidas que acompañan a tantos amores…
Disecciona, en fin, con verbo poético y minuciosidad fotográfica toda una trama narrativa perfectamente estructurada, algo que no debería sorprendernos pues Rubén Abella tiene en la fotografía su segunda actividad creativa.
Por eso les dije que retrata con maestría. Como un fotógrafo. ¡Flash!



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