El escritor y sus ocurrencias

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(20/12/2015) Cada vez me confirmo más en la idea, cada día estoy más convencido que es cierto lo que se oye decir en los mentideros literarios: hay más escritores que lectores.
Desde que me metí en el gremio, yo que siempre me dediqué a la docencia, constato con extrañeza que hay escritores convulsivos que, sin asomarse a una biblioteca o deambular por librería alguna, publican como mean, sin que sonrojo alguno habite ante tanto atrevimiento.
Si un 40% de ciudadanos no leen -según las encuestas- y el otro 60% sólo lee su propia obra – corrigiéndola sin cesar para entregársela a su editorial-, ¿quién lee tanto libro como se publica?
Desde que me metí en el gremio, repito, acudo agotado a presentaciones de libros que mis colegas se sacan de la manga, cual conejo de chistera, sin dar tregua o descanso a las musas que huyen despavoridas ante tanta ocurrencia.
¡Hay que parar a la bestia! Hay que frenar al escritor con diarrea que te anuncia la presentación de otro engendro antes de que hayas llegado al capítulo dos de su anterior parida.
Hay que frenar al diarreico literario rezando, por ejemplo, a San Ernesto Sábato que quemaba sus obras tras años de trabajo, temeroso de no haber dado en el clavo, o a san Juan Rulfo que escribió dos libros y lo escribió todo, ahorrando a sus amigos presentaciones estériles que no llevan a ningún lugar…literario. Contó en ellos todo lo que tenía que contar y lo hizo bien ¿para qué escribir cincuenta libros y encima no decir nada, si en uno puedes decirlo todo?
Algunos escritores deberían oír el desgarrado grito de las estanterías que ya no pueden soportar el peso de tanta nimiedad, de tanta insulsez, de tanta insignificancia como se publica.
Richard Ford, autor de Francamente, Frank , nos previno cuando dijo aquello de “los escritores no tienen gran cosa que decir, pero convierten su insignificancia en un destino”.
Con la osadía que da la juventud hoy se publican naderías desde que se tienen quince años con lo que a libro por año -esa es la frecuencia de algunos escribas que conozco- a los 85 años habrán publicado 70 libros que es como para echarse a correr.
Ochenta y cinco años tenía Aurora Venturini -escritora argentina que nos dejó el pasado 24 de Noviembre- cuando publicó su novela “Las primas” y ganó todo lo que había que ganar –premio Nueva Novela, II Premio otras voces, otro ámbito-, y Frank Mccourt necesitó llegar a los 66, tras años y años de docencia conociendo el género humano, para publicar “Las cenizas de Ángela” Seguramente se necesita cierta edad para tener algo que decir.
Hay que fomentar la “Escuela del No” ese club de escritores talentosos que, por distintas razones, deciden dejar de escribir, y extender su filosofía entre los no talentosos que son legión -y entre los que me hallo- para que dejen de vomitar libros llenos de naderías y ocurrencias.
“Mi padre me dijo que leyera todo lo que pudiera y que sólo escribiera cuando sintiera la íntima necesidad de hacerlo y sobre todo que no me apresurara en publicar” dijo Borges y a él me remito cada vez que amigos y parientes me asedian con la misma pregunta ¿cuándo publicas tu próximo libro?
Hace falta mucha autoestima, mucho descaro y mucho atrevimiento para dar a la imprenta y al mundo los engendros de nuestra fantasía y de nuestro inconsciente. Lo suyo sería actuar como Sábato y arrojar nuestras gracias y agudezas a las llamas.
“Cada vez que publicamos algo, producimos algo o aireamos algo, nos exponemos a que nos vuelvan a juzgar, a sopesar, a etiquetar y a meter en sacos otra vez” le confió Jerome David Salinger a la escritora Joyce Maynard.
El autor de “El guardián entre el centeno” escribió cuatro obras -que no son tantas- pero seguramente pensaría que bastaba con la primera, que con ella lo había dicho todo, porque un autor, cualquier autor, siempre escribe la misma obra.
Debería haber una ley que obligara a publicar un solo libro, una sola novela para que los letra-heridos que son multitud aplicasen su talento, si lo tienen, a escribir el libro de su vida. El libro que les lleve a la fama si es eso lo que buscan.
Si no lo logran que dejen de hacerlo, ahorrarán papel, salvarán bosques y dejarán a sus amigos seguir echando la partida en el bar.
Nulla dies sine línea (ningún día sin una línea) dijo Plinio el Viejo. Y muchos se han entregado a escribir sin descanso sin saber que el latino no se refería tanto a escribir como a leer.



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