El erasmista que salvó a Colón

cristoballl

(30/6/2015) No sabría explicar el por qué experimento un extraño placer cuando me topo con personajes que unen en su vida historia y literatura.
Y no me estoy refiriendo aquí a las grandes biografías de la historia que nos han dejado obras escritas de fama universal sino a aquellos que fueron protagonistas de importantes hechos históricos -a veces desconocidos por el gran público- y que, a su vez, tuvieron al libro y la lectura como referentes en su vida.
Uno de estos hombres fue Diego Méndez de Segura, escribano en el cuarto viaje de Colón hacia un imposible Cipango, que consigue lo que parecía imposible: salvar al Almirante y a sus hombres de una muerte segura.
Tras un ajetreado viaje -con huracán incluido- por las costas de Panamá buscando el estrecho que permitiera alcanzar las costas de china y cuando Colón, derrotado, se dispone a tomar el viaje de vuelta, constatará horrorizado cómo sus barcos hacen agua y se hunden sin remedio.
¿Causa de tamaña desgracia?: la “broma”, un molusco marino come-madera, que ha devorado el casco provocando que sus naves -la Bermuda y la Santiago de Palos- sean totalmente inservibles para el tornaviaje.
Náufragos en la isla de Jamaica sin que nadie sepa de su desgracia, con unos indios cada vez más hostiles, sólo les queda una esperanza: el rescate.
Pero el rescate se halla a casi trescientas leguas de distancia en otra isla llamada La Española, cuyo gobernador, Nicolás de Ovando, no quiere ver a don Cristóbal ni en pintura debido a rencillas y agravios que vienen de antiguo. Pero hay que intentarlo. No queda otro remedio.
A la propuesta de navegar por el Caribe y salvar esa enorme distancia -casi doscientos kilómetros- en una canoa (“madero cavado” lo llamarán los españoles) hecha por los indios se ofrece voluntario Diego Méndez de Segura que, dispuesto a salvar la expedición, arriesgará su vida para convertirse en todo un héroe. Y lo logrará.

“Señor, una vyda tengo nomas. Yo la quiero abenturar por servicio de Vuestra Señoría y por el byen de todos los que aquí están, porque tengo esperança en Dyos Nuestro Señor que vista la yntençion con que yo lo hago, me librara como muchas otras vezes lo a hecho”

Conocido por los historiadores como el “Héroe del cuarto viaje” aquel escribano unía a su valor como soldado un amor por el libro y la cultura que le haría poseer una importante biblioteca erasmista.
En testamento hecho en Valladolid en 1536, Diego lega a sus hijos El Arte del buen morir de Erasmo, un Sermón, también de Erasmo, traducido al español, los libros que se dicen Lingua Erasmi, y los Coloquios del mismo autor. Un Tratado de las querellas de la paz y otros Adagios, además de libros de Dante, de Valerio Máximo, de Josefo, de Aristóteles…
Sus abundantes libros sobre Erasmo son los que han dado la calificación de erasmista a su biblioteca, según destacó el historiador Martín Fernández de Navarrete en 1858 tras estudiar concienzudamente su testamento.
Testamento que hará en la misma ciudad que el hombre al que tan bien sirvió: Valladolid.
Son esas coincidencias o azares que nos presenta la historia y que nos hacen pensar en los hilos secretos que parecen tejer los destinos del hombre.
El 26 de Junio de 1536 -treinta años después de que lo hiciera Cristóbal Colón- hace testamento, lega su biblioteca a sus hijos, pide que pongan una losa en su tumba y que “en medio de la dicha piedra se haga una canoa, que es un madero cavado en que los indios navegan, porque en otra tal navegó 300 leguas, y encima pongan unas letras que digan: canoa”.

La biblioteca de Méndez de Segura se halla entre las primeras que se formaron en América. La gran estima que el “Héroe del cuarto viaje” tenía hacia ella queda patente en estas palabras de su testamento:

“Ya dije, hijos míos, que estos libros os dejo por mayorazgo con las condiciones que están dichas de suso en el testamento y quiero que vayan todos con algunas escrituras mías”.

Dejar los libros por mayorazgo obligaba a que fueran heredados siempre por el hijo mayor para evitar que la biblioteca se diluyera entre sus descendientes.
Buena idea para quienes tenemos una biblioteca más o menos nutrida y que estamos resignados a que su destino final sea el mercadillo de los domingos o la venta al por mayor. Tomo nota. Hablaré con mi hijo mayor.



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