El editor

(20/5/2008) Si escribir en España es llorar como diría Larra, editar se convierte para el narrador primerizo en un auténtico vía crucis plagado de estaciones y caídas con sus “originales” a cuestas.
Avergonzado por haber osado escribir una pequeña novela, casi pidiendo perdón por tanto atrevimiento, el escritor se acerca acomplejado ante el editor de turno farfullando tembloroso el contenido de su obra y las razones que le llevan a pedir su publicación.
El editor le mira de soslayo con cara de perdonavidas y le espeta:
- Tendrás que dejarme el trabajo y no te daré el resultado hasta dentro de cinco meses. Esto es así.
El acojonado escritor balbucea:
- ¿Cinco meses? Bueno, en fin, creo que es mucho tiempo, creo, ejem, que lo traeré más adelante cuando no esté tan ocupado.
- Aunque me lo traigas dentro de cinco meses -le interrumpe el editor adoptando un tono desafiante- estaré con él los siguientes cinco meses. Porque yo, oye, lo tengo que leer y tengo muchas otras ocupaciones. No puedo dedicarme sólo a leer manuscritos. Tengo que viajar, hacer presentaciones…. Pero te aseguro que yo lo leeré y no como otros que ni siquiera lo leen.
El acongojado escritor expone sus razones con voz de ajusticiado:
- Bueno, es que yo, ejem, es la primera vez que intento algo en el campo de la narrativa y espero que al menos tras esos cinco meses, ejem, usted me asesorará sobre su contenido.
- Nada de eso – le corta de nuevo – si el trabajo no me interesa, cosa que ocurre en el 98% de los casos lo destruyo. No tengo tiempo para andar asesorando a nadie. Yo no soy un agente literario.
El escritor sin apenas recursos para la dialéctica y deseando salir cuanto antes del berenjenal en el que se ha metido, tercia:
- Bueno en ese caso, me llevaré el trabajo y probaré en otras editoriales…
- Te van a decir lo mismo -casi grita el editor-. Prueba, prueba, porque no pensarías que a la primera de cambio te iba a editar la novela…
El escritor se disculpa con voz castrada:
-¡No!, ¡No! nunca pensé que esto fuera fácil, al contrario esperaba que me dijera que no, pero sin tener que esperar tanto tiempo, y menos aún que me destruyera el trabajo…
El editor muda el rostro. No comprende al escritor novato que quiere amargarle la tarde. Pensaba que, como otros, terminaría desistiendo en su empeño, entregándole el trabajo de marras para esperar con la ansiedad debida los cinco meses de embarazo literario.
El escritor se reafirma en su postura:
- Mire usted, es mucho tiempo de espera y además me destruirá el trabajo. Es casi seguro. Lo hace en 98 casos de cada 100…
El editor intenta convencer al testarudo aprendiz de escritor. Nunca se le ha resistido tanto una pieza:
- Pero, ¿qué hubiera sido de Vargas Llosa si hubiera pensado como tú?
El escritor se defiende cada vez con más torpeza. No está acostumbrado a nadar en aguas tan turbulentas.
- Pero yo, ejem, no soy Vargas Llosa, ejem, que más quisiera yo, …pero …
-¿Es que no confías en la editorial? – le interroga despiadado el editor como quien está quemando los últimos cartuchos del convencimiento a un hereje contumaz.
- ¡No!,¡No! Al contrario. Vine aquí porque he visto que ha publicado trabajos excelentes y autores que me gustan.
El escritor hace ademán de retirarse. El editor trata de impedirlo acorralándole contra una de las paredes frente a la puerta de salida. Luego, como a la desesperada, se saca de la manga el último as en forma de lamento. Hay testarudos, parece pensar, que no se resisten a un hombre que finge ser un incomprendido, una pobre víctima:
-¡Es increíble! Es la primera vez que me pasa esto. Nunca me he encontrado con nadie así…pero ¿es que no crees en tu obra?
El escritor novel busca la puerta de salida a punto de padecer un ataque de claustrofobia.
- Eso debe de ser. Eso. No confío mucho en mi obra. No creo poder estar entre ese 2% de afortunados. Ya le dije que no me he considerado nunca un Vargas Llosa. Al contrario, siento un gran pudor por publicar un texto. Pero, no se preocupe iré a otra editorial.
El editor mete la mano en su cartera y saca una de sus tarjetas de visita, convencido de hallarse ante un caso perdido:
- Si lo piensas mejor, no dejes de llamarme…
El escritor vuelve por fin al aire abrazado a su novela en ciernes como si acabara de salvarla del olvido y del despiece.



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