El del Círculo siempre llama tres veces

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(20/12/2019) Conocíamos su llamada. No tenía la urgencia desesperada de quienes tocaban el timbre para pedir limosna. Tampoco la enfebrecida y persistente llamada del empleado del gas ni la ruidosa y desinhibida del cartero. Era distinta. El del círculo siempre llamaba tres veces.

 Y nosotros, que, al fin y al cabo, somos seres condicionados a los estímulos como los perros de Pavlov, comenzábamos a salivar de emoción al oír el timbre que nos anunciaba la llegada del festín esperado en forma de libros.

 Llegaba el del Círculo de Lectores con su catálogo impoluto oliendo a tinta fresca y, con él, el último pedido: el libro largamente esperado (y la espera lo hacía más deseable) al que nos disponíamos a hincarle el diente cuanto antes.

 Llegaba el del Círculo de Lectores con la sonrisa cómplice de quien se siente esperado, de quien se sabe rey en día de Reyes. Tan necesario en el páramo cultural de nuestra vida. Tan deseado como el pan tras la hambruna.

Pero todo este maravilloso ritual, este cuento de Navidad que duraba todo el año, se nos marchó al reino del olvido, allá donde se van los sueños que no vuelven.

 El pasado mes de noviembre cerró el Círculo de Lectores.

 Sin poder resistir el embate digital, sin saber enfrentarse al asalto de todas las tecnologías que venden lo inmediato, olvidando que en la espera está el deseo (como ya dije), el club que llegó a alcanzar un millón y medio de socios y más de cuatro millones de lectores, se nos fue como el humo el año que termina.

 El gigante digital que todo lo engulle y los cambios en los hábitos del consumidor -como reza el eufemismo-, han terminado por devorar un club de lectores que era más que un club: una familia que en tiempos difíciles compartía lecturas y sueños (porque leer es soñar).

 “Es el canto de cisne de una cultura editorial irrepetible” dice el editor y crítico literario Ignacio Echevarría. Y tiene razón. Tanta que muchos nos preguntamos cómo no hubo remedio para tamaño desastre. Cómo alguien no pensó en lo difícil que es encontrar lectores. “Busco un lector”, podría decir hoy cualquier editor parodiando a Diógenes.

 En el frágil mundo del libro, donde los lectores cada vez son menos, parece una irresponsabilidad dilapidar un caudal de más de cuatro millones de lectores. Pero así son las cosas y así tenemos que contarlo.

  Decía el añorado Paco Umbral que en España se edita mucho, se vende poco y se lee nada, por eso cuesta creer que los gestores del Círculo hayan echado por la borda tamaño capital: ¡más de cuatro millones de lectores!

 Uno de los últimos barómetros del CIS señala que cuatro de cada diez personas no leen nunca o casi nunca un libro y que el proceso de desalfabetización está llegando hasta aquellas personas que antes leían o iban al cine o al teatro.

 Las series, los móviles y las tertulias televisivas, llenan el tiempo de los desertores a la lectura y han terminado convirtiéndose en el libro de quienes no leen.

Se habla mucho de conseguir planes lectores en las familias y en las escuelas, pero ¿cómo conseguir estos planes cuando los padres y los profesores no leen?, ¿cómo contagiar la lectura en niños y adolescentes cuando se hallan inmersos y atrapados en los vídeos de sus pantallas?

 Lo mejor del Círculo de Lectores no era la lectura del libro (que también) sino la práctica de esos valores fundamentales que están desapareciendo de nuestro mundo: la prudencia y la espera.

 Primero había que darse un tiempo para ver las ofertas literarias del catálogo, ir a las distintas secciones que marcaban los gustos lectores, comparar la calidad y el precio de los libros, y luego tomar una decisión sobre el pedido a realizar. Decisión que, en ocasiones, resultaba dolorosa al haber dos libros o más que deseabas leer y que había que demorar hasta otra entrega.

 Cuando todo se consigue a golpe de clic, cuando la inmediatez ha aumentado la aceleración general, cuando la urgencia se ha disparado convirtiéndonos en niños caprichosos que queremos tenerlo todo y ya, saltando de vínculo en vínculo en nuestras pantallas para leer de una forma superficial la oferta infinita de lecturas, se echa de menos aquella placentera y sabrosa espera a la que nos abocaba el Círculo.

 Sin el Círculo de Lectores hoy todos somos más pobres.



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