El chino de la librería

lector

(30/11/2018) La noticia me conmovió. Y la imagen que la acompañaba, aún más.

El artículo, aparecido en un importante diario, hablaba de un niño chino de doce años, Hao Yu, que llevaba más de uno (o sea desde los once años) leyendo mañana y tarde (cuatro horas diarias) en una librería de Barcelona.

“Una tarde de agosto de 2017 entró en una librería se sentó en la que ahora dice que es su butaca y empezó a leer. Un año y tres meses después Hao Yu sigue ocupando su butaca para leer y leer”, decía la periodista que cubría la noticia.

 Me quedé clavado en el sofá, incrédulo ante lo que veían mis ojos. “He aquí un ejemplo para quienes no abren un maldito libro en su vida”, estuve a punto de exclamar llevado por la emoción del momento. Pero había algo en la noticia que aplacaba mi entusiasmo -a uno, a medida que se mete en años, además de crecerle orejas y nariz también le crece el sentido crítico- y ese algo era la fotografía que abría el artículo.

 En ella, se ve a un niño chino, arrellanado en una butaca, absorto en la lectura de Brandon Sanderson y completamente ajeno a Carles Ribas, el fotógrafo.

  ¿Cómo es posible que un muchacho que está en edad de juegos y pandilla permanezca clavado en un butacón durante tantas horas? ¿Habrá jugado lo suficiente en el patio del colegio? ¿Cómo será su nivel de integración escolar y social?, me preguntaba una y otra vez.

“Es muy movido. En el colegio da problemas. Pero cuando lee, está tranquilo, de verdad, no lo entiendo” confiesa la madre de Hao Yu en la entrevista.

 Era el 20 de noviembre, Día Internacional de Niño, cuando leí el artículo y cuando contemplé la imagen del muchacho sentado durante tantas horas, concentrado y absorto en su lectura. Y había algo que no encajaba en mi rompecabezas mental.

 Siempre oí defender a importantes pedagogos que el juego es una actividad necesaria e imprescindible para lograr un sano crecimiento en la infancia, que el juego es una forma de comprender el mundo de los adultos, la vida que les espera, y que el niño que no juega es un niño enfermo en lo emocional y en lo social.

 Recuerdo incluso a un maestro que ponía como “deberes” a los muchachos el juego, ante la incomprensión de unos padres empeñados en aumentar la carga lectiva del colegio con tareas y tareas como si en vez de niños se tratara de sesudos catedráticos.

“Si de algo carecen los niños de nuestra época es de juego y cuando digo “juego” no me refiero al deporte, sino al juego libre y grupal, sin adultos (monitores, entrenadores, educadores) que los vigilen y controlen, donde no se sientan observados y puedan dar rienda suelta a su creatividad lúdica, a sus intereses y aficiones”, decía aquel maestro.

 Aquella imagen de un niño pasivo, leyendo y leyendo, me reconfortaba como amante del libro y la cultura, pero rompía todas mis teorías pedagógicas. Y las palabras de la madre “en el colegio da problemas”, me llenaban de interrogantes. ¿Esos problemas se deberían a que era “demasiado movido” en el colegio, según confesaba la madre, o a un natural mecanismo de compensación de su organismo necesitado de moverse ante tantas horas como permanecía sentado?

 Los psicólogos nos informan que cada vez es mayor el número de niños  y adolescentes que acuden a sus consultas al no saber enfrentarse a las frustraciones que antes o después llegan. Acostumbrados a que todo sea inmediato y divertido, carecen de recursos para soportar lo aburrido o aquello que necesita un tiempo de espera.

 Pues bien, la frustración, la espera y la capacidad de superar lo aburrido, las reglas para convivir, la adaptación a la realidad, las habilidades de comunicación, el aprendizaje de alternativas ante distintos dilemas, el desarrollo de la ciudadanía democrática basada en la capacidad de tomar iniciativas, discutir, negociar, llegar a acuerdos, etc., son aprendizajes que se llevan a cabo mediante el juego.

 Sí. Ya sé que leer no es lo peor que puede hacer un chico que no juega. Sé que la imagen de un muchacho leyendo en papel a Leonardo Paduro, a Daryl Gregory o a Cixin Liu es encomiable desde muchos puntos de vista. Sé que hay cosas más preocupantes como quedarse horas y horas ante la televisión o ante el móvil. Pero aun así si estuviera ante Hao Yu le diría que jugara con los muchachos de su edad y que después, sólo después, se entregara en cuerpo y alma a la lectura.



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