El camino de Ida

vitale

(10/05/2019) El siguiente texto: “Ésta que veis aquí, de rostro alargado, frente lisa y desembarazada, de ojos claros y nariz larga, aunque bien proporcionada; cabello largo y rizado en las puntas, peinado a lo Lauren Bacall, los dientes ni menudos ni crecidos…”, lo podría haber escrito Ida Vitale cuando entregó la foto que abre este artículo para el carnet de lectora en la biblioteca Artigas-Washington de Montevideo, emulando al hombre que la cautivó desde niña, al escritor que descubrió en sus años escolares: Miguel de Cervantes Saavedra.

 Porque hay nombres que marcan un destino y destinos que marcan una vida e Ida lo encontró en don Miguel, el autor del Quijote, y tanto la marcó que no paró de escribir hasta alcanzar el premio que lleva el nombre de su admirado maestro: el premio Cervantes de literatura.

 Veintidós años tenía Ida cuando se apuntó como lectora en la biblioteca de su ciudad, sin sospechar que le esperaba una larga vida como lectora y viajera, aunque bien pensado ya se lo decía Cervantes, el hombre al que tanto leía:  “El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho”.

 Sólo le faltó decir al célebre manco que quién lee mucho también vive mucho, porque leer es vivir más vidas, más años, más memorias, porque leer es incorporar otras vidas a la propia y si no que se lo pregunten a Ida Vitale que a sus noventa y cinco años y haciendo honor a su nombre (Ida proviene del término alemán Idis, diosa guardiana de las manzanas de oro que daban la eterna juventud)  y a su apellido italiano (Vitale significa vital, propio de la vida, vivaz) lleva varias vidas encima, un peso que no la impide subir a las tribunas como una veinteañera para decir a reyes y súbditos que “el Quijote es un breviario para la vida y que todo está en el Quijote”.

 Y más aún, para recordar a los oídos tendentes a escandalizarse, a quienes pregonan lecturas adaptadas a la edad para que los muchachos no se encasquillen con textos difíciles, a quienes han quitado a los clásicos de la escuela o les han “suavizado” con ediciones ligeras para sus tiernas tragaderas mentales, que se dejen de memeces y que “la escuela debería obligar a leer el Quijote antes. Aunque no se corresponda a la edad que se tiene porque es tan importante entender como no entender, y del no entender sale la curiosidad de ir más allá”.

 En una palabra que nos dejemos de lecturas livianas y triviales y afrontemos aquellas que requieren atención y empeño, aunque no las entendamos del todo. Porque la lectura es un esfuerzo creativo e intelectual muy alejado de la imperante cultura de la pantalla que adormece la inteligencia y arroja el espíritu crítico a los cascos de los caballos. Porque la lectura es una tensión del entendimiento para descifrar lo complejo y disfrutar con ello.

 Textos complejos, por lo tanto, que lejos del inmediatismo y el facilismo del consumo rápido exijan una lectura lenta, meditativa y crítica. Nada de cursos de lectura rápida. Que no nos pase lo que a Woody Allen: “hice un curso de lectura rápida y fui capaz de leer Guerra y Paz en tres horas. Creo que iba de Rusia”.

  Todo escritor parte de la motivación de determinadas lecturas y las de Ida Vitale fueron las andanzas de los caballeros cervantinos, el deambular de Quijote y Sancho por tierras manchegas, con monturas tan distintas, con empresas tan opuestas, con ideales tan contrarios, pero tan “tiernamente compatibles como pareja” en palabras de Ida.

 Ida y el Quijote. Ese Quijote que padece “un frenesí poético”, que otros llaman locura pero que es poesía, aunque no lo subrayara como tal Cervantes, dice también Ida.

 Por eso ver subir a esta nonagenaria veinteañera (y que valga la contradicción), a esta ninfa del saber, a la tribuna de oradores del paraninfo de la Universidad de Alcalá para recibir la placa que contiene esculpidas las manos de Cervantes es todo un guiño del destino, una conjunción astral, una carcajada de la diosa Fortuna.

 Si como dijo el doctor Doch Bridman del círculo científico de Londres, allá por los primeros años del siglo pasado, una señora cubana que padecía neurastenia curó su mal después de leer cuatro veces el Quijote, ¿por qué no creer que la diosa Fortuna ha bajado a Alcalá para otorgar el premio más prestigiosos de las letras españolas a quien con tanta devoción lo ha leído?

“Corta la vida o larga todo/ lo que vivimos se reduce/ a un gris residuo en la memoria/…/ De la memoria solo sube / un vago polvo y un perfume./ ¿Acaso sea la poesía?”, dice Ida Vitale y de paso nos alecciona a que sigamos adelante, luchando contra gigantes, malandrines y quimeras porque la vida es eso, porque “vivir es no detenerse jamás”.



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