El azar como orgullo

(10/6/2013) Es una frase tan usada, tan manida, que suele aparecer de puntillas y sin apenas generar ruidos. Sin que nos percatemos de la carga explosiva que puede contener. Que la contiene.

Hace pocos días aparecía en una revista de gran difusión. Uno de esos semanales que te entregan junto al periódico que compras el sábado, y que aseguran venta y lectura. ¿Lectura?

Una madre adoptiva afirmaba -y era resaltado como titular por los redactores- lo siguiente: “le he inculcado a mi hija el orgullo por sus orígenes”.

Se refería la entrevistada al orgullo que debería tener su hija, con quien aparecía en el artículo, por haber nacido en China.

Pero si lo del “orgullo” me dejaba perplejo, el verbo “inculcar” me precipitaba sin remedio a lugares más medrosos.

Porque “inculcar” según el diccionario de la lengua significa imbuir, influir con firmeza en el ánimo de alguien una idea o sentimiento, y tiene como sinónimos términos como insuflar, persuadir, aleccionar, adoctrinar…

Leyendo el artículo se demostraba con claridad el éxito obtenido al “inculcar” el orgullo chino en la pequeña pues, según la madre, “si alguien le dice que es guapa o buena en deportes, suelta frases como “las chinas somos guapísimas” o “todos los chinos son buenos en deporte”.

Cuesta creer lo del orgullo por el sólo hecho de haber nacido en un sitio determinado. Es tan aleatorio, tan fortuito el hecho de nacer en determinado lugar que un escritor de la talla de Leopoldo Alas “Clarín” llegó a afirmar aquello de “me nacieron en Zamora”.

El autor de La Regenta (para muchos la mejor novela española tras El Quijote), quería demostrar con la frase susodicha que el hijo de un funcionario, como era su caso, podía nacer en cualquiera de las poblaciones a las que fuera destinado su padre. Que el nacimiento en cualquier parte era el acto más involuntario que hacemos los humanos hijos de Eva. ¡Vaya!

Entiendo que el orgullo se tenga por la realización de una obra valiosa, por hacer bien determinado trabajo, por haber alcanzado cotas de éxito gracias a la dedicación y al esfuerzo… Lo entiendo.

Pero el hecho de nacer en determinado lugar está fuera de los propios méritos y no debería ser presentado como motivo de orgullo y menos el alardear de ello ante cualquier nacido.

Puestos a estar orgullosos cualquier ser humano debería estarlo por el hecho de haber nacido, sea cual sea la patria que le tocó en suerte cuando comenzó a girar el bombo con las papeletas de la suerte.

Cualquiera menos mi abuela que inquietó mi niñez con una frase negra: “dichoso del que no nace”.

Del orgullo de haber nacido en un lugar, se pasa con facilidad al orgullo de llevar determinados apellidos y de éste al de pertenecer, pongamos por caso, a determinada raza “elegida” y ya puestos a llevar RH negativo. ¿Recuerdan?

A los nativistas, a esos tenaces defensores de la identidad local, podría argumentárseles con el viejo refrán que dice que “el buey no es donde nace sino de donde pace” que en román paladino significa que, ya puestos, es más importante en la formación de la personalidad el “nacimiento emocional”, el lugar donde uno se ha realizado y crecido en todos los órdenes.

Algo de esto han debido pensar los encuestados españoles -importantes agentes del mundo del libro- cuando al ser preguntados sobre cuál consideraban la mejor novela española de lo que llevamos de siglo XXI, respondieron que La fiesta del Chivo de Vargas Llosa.

¿Española una novela escrita por un autor peruano, que trata sobre un dictador dominicano?

Aunque muchos se han escandalizado por la respuesta es obvio que muchos consideran a Vargas Llosa español no sólo por el hecho de haberse nacionalizado español en 1993 sino por el de haber realizado parte de su importante carrera literaria en España.

El debate, como todo, viene de antiguo y siempre se discutió sobre si lo que debía primar era el derecho de sangre (ius sanguinis) -si tus padres son chinos tú eres chino aunque hayas nacido en Lisboa- o el derecho de suelo (ius soli) -si todos tus ancestros son chinos y naciste en Lisboa, eres portugués para los restos- para blandirlo con “orgullo” ante y contra los demás. Y contra.

Quizá la respuesta al dilema esté en la que dio un actor argentino cuando al ser preguntado por un muchacho español de dónde era, respondió “yo soy ciudadano del mundo”.

Lo de estar orgulloso de esta ciudadanía ya es otra historia.



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