Egosurfing

(10/1/2013) Lo dijeron los griegos. Esos sabios a los que nunca podremos pagar en euros su ancestral magisterio. “Conócete a ti mismo” -γνῶθι σεαυτόν-.  Los griegos, víctimas de nuestra estupidez, que deberían cobrar la propiedad intelectual regalada al mundo desde que éste tuvo uso de razón. Los griegos.

Y como para conocerse mejor hay que buscarse, somos muchos los que nos hemos lanzado al “egosurfing” que es algo así como sumergirse en la piscina del yo para rastrear el hedor propio y, ya de paso, el ajeno.

Que lo dijeron también los indígenas norteamericanos: “Búscate a ti mismo por tus propios medios. No permitas que otros hagan el camino por ti”.

Por eso siguiendo el consejo de los más sabios de la tribu, somos legión los que nos hemos lanzado a la búsqueda de nuestro rastro en internet. No vaya a ser que otros tomen la iniciativa y nos descubran.

Es fácil. Pones tu nombre en cualquier “buscador” -que hoy día es el mejor sabueso-detective de nuestras miserias- y compruebas el rastro que vas dejando en el ciberespacio. Ese lugar que tanto sabe de ti, pero del que tú no sabes nada.

Eso hizo Pablo Martín Sánchez. Lo que todos. Puso su nombre en el Google –supongo que entrecomillado para que la búsqueda fuera más precisa- y se encontró con un homónimo que le ha permitido escribir una novela: “El anarquista que se llamaba como yo”. Cosas de la red de redes.

Y es que a estas alturas del telediario es difícil que seas el único propietario de tu nombre y apellidos. Demasiados habitantes del planeta han podido llevarlo, sufrirlo o gozarlo.  Y entre ellos habrá de todo. Como en botica. Desde un santo hasta un criminal pasando por un “don-nadie”. Así de sencillo.

Buscas algún gran hombre que compartió tus apellidos, algún emperador, algún nobel, algún hidalgo y te encuentras que fue un degenerado el que respondía por tu nombre. ¡Maldita sea!

Pablo Martín, se topó con un anarquista condenado a garrote vil allá por 1924 por oponerse y conspirar contra la dictadura del General Primo de Rivera. Pero otros han llegado a lugares peores, que el deporte de la auto-búsqueda, aunque sea de los más practicados, también tiene sus riesgos.

Como hoy día se hacen estadísticas para todo, -hay estadísticas sobre las estadísticas que ¡manda bemoles!-, las hay sobre el tema que nos ocupa o sea el “egosurfing”. Vean: el 74/% se han buscado al menos una o dos veces; el 22% se buscan de vez en cuando y el 7% de forma habitual.

Que lo dice el oráculo del siglo. Ese que ya no está en Delfos -otra vez los griegos, ¡ay!- y que habita en la Pew Internet y American Life Project.

Estadísticas que dejan muy alta la vanidad que todos llevamos dentro. Aunque unos más que otros. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Yo, que practico el “egosurfing” de forma habitual, me he topado con un homónimo que es un importante futbolista uruguayo, otro que es responsable de formación en el equipo andaluz de salud, otro que es arquitecto, otro que fue actor  y otro –por terminar pues la lista es más larga que un día sin pan-  que es un estudiante de la UNAM (Universidad de Méjico). Como ven de todos los  oficios y de todas las patrias.

De momento como no hallo criminales ni corruptos banqueros entre mis homónimos me quedo tan tranquilo. Aunque todo se andará. Y si no al tiempo.

Y como sé que Pablo Martín Sánchez acabará dando con su nombre en este artículo cuando practique el “autosurfing”, – estará en algún remoto lugar del Google y  tendrá que barrer muchas páginas para encontrarlo-, aprovecho desde este cuaderno de bitácora para desearle lo mejor desde el ciberespacio. Y de paso le animo a seguir practicando la auto-búsqueda que tantos dividendos le está aportando. Su novela, según los críticos, le ha salido redonda.

Por eso, igual un día le imito y escribo algo así como “el futbolista que se llamaba como yo”.

Al tiempo.



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