Divergencia

(30/7/2009) Pues resulta que la naturaleza que es muy sabia, según todo el mundo admite, es también un poco irresponsable. ¡Vaya por Dios! Si es que nadie es perfecto. Como prueba de esa irresponsabilidad y para que nadie lo ponga en duda, estaría el adelanto que, a juicio de los expertos, ha experimentado la madurez sexual en niños y niñas que por arte de birlibirloque se convierten de la noche a la mañana en criaturas listas para ser padres aunque no hayan terminado la primaria y acepten sin dudarlo que los niños vienen de París. Pero hay más. Resulta que la madurez personal y social de ellos y de ellas ha experimentado, a su vez, un retraso en el tiempo que los convierte en infantes hasta que se acercan a la veintena y en adolescentes hasta casi la treintena. ¿Exageraciones?  Puede ser. De lo que no hay ninguna duda es que este  desfase, esta divergencia entre una madurez y otra, esa dotación hormonal en mentes inmaduras, se convierte, en algunas circunstancias, en una auténtica bomba de relojería. Bomba a mi entender activada para estallar en cualquier momento y que de hecho ya ha estallado creando la consiguiente alarma social -léase aquí, y con todos los respetos, los últimos casos de violaciones de niñas, por parte de menores, tan comentados y debatidos en los últimos días en distintos foros- . Llegados a este extremo la familia y la sociedad en general -también la escuela- tendrían mucho que decir ante un problema que alarma cada día más y que, lejos de disminuir, va aumentando su presencia en los noticiarios. Pero surgen dos problemas. Por un lado nos encontramos, salvando las honrosas excepciones, con padres inmaduros -ya se ha dicho que la adolescencia se aproxima a la treintena- e incapaces de llevar a buen puerto la responsabilidad paterna que ha de tener para con sus retoños, padres que no saben qué hacer con lo que se les viene encima o sea con sus hijos, padres que no ejercen como tales porque poner límites genera conflictos y lo más fácil es dar al niño todo lo que pide y no negarle nada porque se puede traumatizar la criatura. Y es que “hacer un padre” siempre ha sido más difícil que “hacer un hijo”. Y, en segundo lugar, nos encontramos con una sociedad que parece mirar hacia otro lado cuando se habla de valores, sobre qué valores queremos para nuestros hijos ahora que los valores tradicionales están, al parecer, pasados de moda. Porque en el fondo y en la superficie es de valores de lo que se trata. ¿O no?
Por eso dije más arriba que la naturaleza tan sabia ella resulta un tanto irresponsable a la luz de lo que estamos comentando. Como diría mi abuela lo que hace la naturaleza es “dar pan a quien no tiene dientes”.
En otro extremo -que en esto como en todo también hay extremos- estarían las mujeres que se plantean la maternidad cuando ya han superado la edad de jubilación. El caso de la gaditana que dio a luz a gemelos a los 67 años ha sido objeto de todo tipo de debates en los medios de comunicación. Lo fue cuando se supo que era la madre más longeva del mundo gracias a someterse a un tratamiento de fertilidad; y lo ha sido tras fallecer de cáncer a los 70 años dejando tras de sí dos huérfanos de 3 años.
“Ellos nunca estarán solos porque en mi familia hay mucha gente joven” manifestó a un rotativo inglés tras dar a luz hace tres años. Alguien debió recordarla, aunque le tacharan de retrógrado, que para unos bebés estar rodeados de gente joven no es lo mismo que estar rodeados de unos padres. El médico que materializó el embarazo de esta mujer cuando se enteró de su verdadera edad –ella le dijo que tenía 55 años y eran, como se dijo, 67- comentó: “es muy irresponsable. La historia podría haber acabado mal”. Y acabó mal. No la gestación, que fue todo un éxito sino la maternidad.
Pues  ya ven, cuando la naturaleza es sabia y responsable y nos recuerda que ya no estamos para tirar cohetes, llegamos nosotros y con nuestra irresponsabilidad crónica no la hacemos ni puñetero caso. Me parece que no tenemos arreglo.



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