Díez días de febrero

gargantilla

(10/02/2019) Pasaron los diez primeros días de febrero, como pasan las horas y los años, furtiva y mecánicamente, sin que su fugacidad nos altere lo más mínimo. Sumidos en la prisa. Sin tiempo para que nos incomode el vertiginoso paso del tiempo.

 Diez días de febrero que estuvieron cargados de fiestas que pocos reconocen -no se las han apropiado las grandes superficies, de momento- salvo en el mundo rural, ese ámbito que va para desierto y que ya es una gigantesca residencia de ancianos.

-Mañana son las Candelas- me dijo Pedro, nonagenario y de pueblo, el mismo día en el que febrero asomó la cabeza en el calendario.

Y yo, urbanita despistado, le dije que me lo explicara antes de acudir a la Wikipedia, porque algo había oído (algo me sonaba) y apenas lo recordaba.

-Es cuando la Virgen pudo presentarse en el templo. Tuvieron que pasar cuarenta días desde que tuvo a Cristo -me dice mientras me mira como maestro a discípulo.

-¿Cuarenta días han pasado?

-Cuenta, cuenta desde el día veinticuatro de diciembre y compruébalo.

Y yo, ignorante, a la cuenta la vieja, echando mano de los dedos, cuento hasta cuarenta y compruebo que sí, que el día dos de febrero son las Candelas porque están a cuarenta días de distancia de la Nochebuena.

-Antes las mujeres no podían ir a la iglesia hasta pasados cuarenta días después del parto -me sigue asesorando Pedro que sabe que estas cosas ya nadie las recuerda, ni las entiende.

 Ya en casa, profundizo en el tema desde internet y corroboro la enorme sabiduría del viejo: el dos de febrero es el Día de la Candelaria que se refiere a la purificación de la Virgen, que el fuego es el protagonista de dicha fiesta en forma de candela (vela) y hoguera, y que la fiesta es de origen romano (apropiada como otras por el cristianismo) teniendo su origen en la fiesta de las Lupercales (Luperca fue la loba que alimentó a Rómulo y Remo) que se celebraban por estas fechas y que eran un rito de purificación en la antigua Roma.

-Se bendicen las velas porque las Candelas son una fiesta de la luz, al alargarse los días -le digo a Pedro al día siguiente tras asesorarme en la Wiki.

-¡Claro!, -me confirma- Ya lo dice el refrán: “por los Reyes lo notan los bueyes, por San Vicente, la gente, y por San Blas, el gañán”

-¡Aclárame eso- le suplica mi ignorancia.

-Pues que los días, la luz, se alargan a partir de los Reyes (6 de enero) y los bueyes lo notaban porque aumentaba su trabajo. Luego por San Vicente (30 de enero) la gente común sentía el alargamiento de los días y por San Blas (3 de febrero) lo notaba (y sufría) también el gañán, que era el que trabajaba en el campo para otros…

 Pasaron ya diez días de febrero, como dije. Con fiestas rurales que ya pocos recuerdan porque los pueblos como escribió Juan Rulfo “saben a desdicha y se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo”.

 Pasaron y nos dejaron las Candelas y San Blas. También San Blas, el santo médico que nos permitía ver las cigüeñas que retornaban -“por San Blas la cigüeña verás”-, pero que en estos tiempos ni se van ni retornan por el cambio climático, dicen. San Blas, que salvó a un niño que se ahogaba por una espina de pescado y a quien nuestras madres, en años de alta mortalidad infantil, encomendaban nuestras tiernas y vulnerables gargantas. ¡Cómo recuerdo la “gargantilla de san Blas” que adornaba nuestro cuello tras ser bendecida en la iglesia! ¡Y qué tristeza daba el pensar que habría que quemarla el miércoles de ceniza, como mandaba la tradición!

 Era ver aquella preciosa cinta y se nos curaban los catarros y las ronqueras.

 Las había de todos los colores pero yo prefería la roja. Era anudarla en mi cuello y me sentía como un ascendido a general. Y cuando nos juntábamos la muchachada, ¡qué voy a decirles!, formábamos el más radiante y espectacular arcos iris que imaginarse pueda.

 Diez días de febrero con las Candelas, San Blas y las Águedas. Sí, las Águedas. Con nuestra madres convertidas en super-mujeres por un día –ellas que para nosotros lo eran todos los días- que madrugaban para subir a la iglesia y tocar las campanas, que hacían fiestas y bailes, y tenían mayordoma y mandaban, ¿mandaban?… ¡Diez días de febrero!



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