Desayuno con diales

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(20/11/2020) Somos los libros que leemos, la lengua que hablamos, las músicas oídas, las historias narradas, los amores vividos y sentidos. Somos todo eso y su contrario: los libros no leídos, las lenguas no aprendidas, las músicas calladas, las historias ocultas, los amores robados, los besos que no dimos. Somos una suma mermada por infinitas restas, que diría el escritor mexicano Sergio Pitol.

 Somos lo que comemos y lo que oímos, pero también lo que nunca manchará nuestro plato ni golpeará con su voz nuestra conciencia.

Todo esto, y mucho más, somos los primates tribales a quienes capitanea la emoción. No la razón.

  Nos levantamos por la mañana desayunando la dieta que creemos saludable mientras oímos las noticias, que nos sirven en bandeja de plata, para alimentarnos de certezas.

Y es aquí donde empiezan las preguntas.

 ¿Es nuestra dieta informativa equilibrada, variada y saludable?, o ¿leemos el mismo periódico, oímos la misma emisora y vemos la misma cadena?

 Se habla mucho del sesgo de confirmación, de esa tendencia que tenemos a oír aquello que nos da la razón, que confirma nuestros prejuicios, que apuntala nuestras certezas.

 Pero ¿dónde queda la fértil duda?, ¿dónde la sabia pregunta que huye de certezas que terminan siendo cárceles?, ¿dónde el cambio de dial?

“El problema del mundo es que la gente inteligente está llena de dudas, mientras que la gente estúpida está llena de certezas” se atrevió a sentenciar el filósofo Bertrand Rusell.

 Por eso es un ejercicio cada vez más saludable acercarse a las noticias, a las opiniones de tanto tertuliano, a los sumos sacerdotes de las sectas políticas, culturales o sociales, con la linterna de la duda.

 Porque ¡qué penoso resulta distanciarse de lo obvio cuando nos da la razón!, ¡qué difícil eliminar prejuicios, supuestos o creencias no suficientemente examinados!, ¡qué complicado resulta no ser negacionista a quien constata cada mañana cómo muchos defienden sus teorías conspiranoicas, ciego a una verdad que le resulta incómoda!

 Ponerlo todo en cuestión y más que nada lo que nos resulta tan claro como el agua, debería formar parte de nuestra dieta informativa, de lo contrario tendremos que tragarnos los sapos que alguien selecciona (precocina) para nosotros cada mañana.

  Por las búsquedas que hacemos en Internet, por las cuotas de pantalla, por los medidores de audiencia, saben qué temas preferimos, qué periódicos leemos, con qué platos alimentamos nuestras ideas. Y entonces llegan las notificaciones a nuestros móviles, seleccionadas cada día desde lugares oscuros, para confirmar nuestras certezas que son las de ellos.

 De esta maquinaria infernal basada en los big data solo nos salvará el encomiable ejercicio de la duda. No lo duden.

 Recuerdo al escritor uruguayo Eduardo Galeano afirmando que “las únicas certezas que valen la pena son las que desayunan dudas cada mañana”, y me apunto al curso de dudar de todo lo que me llega a través de los medios. Así hasta que no haya lugar a dudas. O sea hasta nunca.

 Pero ¿es bueno vivir en la duda? No nos convertiremos en seres invertebrados y blandengues sin criterio propio, sin esqueleto que nos sujete a la vida.

 Dudar de lo que se considera inmutable y sagrado, de las verdades como templos, perturba, zarandea y desestabiliza en un primer momento, es cierto, pero luego nos proporciona un cambio de perspectiva y nos obliga a ampliar nuestros límites, a cambiar nuestra mirada, a captar los matices de tanto maniqueo que todo lo reduce al blanco o al negro, al rojo o al azul, al estás conmigo o estás contra mí.

 Cuenta Jiménez Lozano (premio Cervantes del año 2002) que un hidalgo rural cambió la habitación que daba a la calle y en la que tenía su despacho, por otra. Cuando le preguntaron por qué había cambiado aquella estancia con bellas vistas por otra que daba al corral respondió que tras hablar con la gente, leer los periódicos y ver y oír noticias, necesitaba ver a sus gallinas “porque así veo que tienen algo en la cabeza”.

 Como el hidalgo tendremos que cambiar de despacho, de opinión, de dial y, hartos de noticias que mienten, de ruidos que distraen y de silencios que engañan, asomarnos a otros corrales.



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