De Valladolid a California

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(20/1/2016) A veces la literatura se mueve en el campo de la casualidad y sorprende al lector. Es como si en ese terreno -el del azar- las historias imaginadas cobrasen su entidad más arcana y demostrasen lo que siempre se dijo o siempre se supo: que todas las historias son la misma historia y que los novelistas escriben siempre el mismo libro.
Porque la lectura es un proceso que se produce por azar asociativo, que suscita cosas, permitiendo que cualquier tema se aborde en su argumento y que todos nos reconozcamos en la trama.
Mientras leo la novela del vallisoletano Rubén Abella que titula “California” y que trata sobre la familia O´Malley -clan cuyas coordenadas vitales transcurren entre Valladolid y el Valle del Napa en California-, leo también un artículo sobre la biografía de Jeff Bezos -Jeff Preston Jordan- dueño del imperio Amazon, la librería más grande del mundo, y es entonces cuando los resortes de la coincidencia y lo casual, que a veces o casi siempre no responden a ninguna racionalidad, me asaltan por sorpresa.
Los O´Malley, en la novela de Abella, “procedían de Irlanda de una familia de agricultores pobres del condado de Mayo”, y sus descendientes se mueven entre California y Valladolid; los Bezos, relata la prensa, proceden de una familia que emigró desde Villafrechós (Valladolid) hasta la Argentina, primero, y Cuba, después. Y de allí a la América de las oportunidades. ¿Casualidad?, ¿coincidencia?, ¿asociación azarosa de un lector imaginativo?
Una de las costumbres más extendidas entre los novelistas de todos los tiempos es la de incluir en sus obras el nombre de la aldea, pueblo o ciudad que les vio nacer como si con ello pretendieran pagar un peaje a los lugares de su infancia, una deuda a sus antepasados.
Un novelista de Cantalapiedra, por ejemplo, quiere que en la novela que está escribiendo sobre la Guerra de Cuba, figure el nombre de su pueblo y que su protagonista pase unas semanas en dicho lugar que se merece, como cualquier otro, saltar a la inmortalidad literaria. Faltaría más.
Conducta en principio respetable y hasta encomiable siempre que se tenga en cuenta lo esencial en el asunto que nos ocupa: hacer buena literatura con ello.
Por lo tanto, dejando coincidencias y casualidades a un lado, he de confesar que en este caso lo esencial se ha respetado y que “California” -parte de cuya trama transcurre en Valladolid, ciudad natal del escritor- es una excelente novela, algo que no nos extraña a quienes seguimos desde hace años a un autor que domina como pocos el oficio de escribir.
Decía Robert Louis Stevenson que la “literatura (…) no es más que la sombra de la buena conversación” y esa es la impresión que uno tiene cuando se acerca a la narrativa de Abella. Que está asistiendo a una charla entre amigos donde cada cual cuenta su vivencia. Una charla curiosa y entretenida en el café de su pueblo.
Pero hay un núcleo central que define la novela que comento, una filosofía que se vislumbra tras la trama: la volatilidad del destino, lo caprichoso de nuestra existencia, lo azaroso de nuestros éxitos o fracasos en la vida.
La vida, cualquier vida, puede dar un vuelco de la noche a la mañana y ese giro no depende tanto de nosotros -hay que labrarse un destino, nos decían los maestros- como de los demás, cuyos actos, muchas veces, tampoco responden a ellos mismos -a la labranza de su destino- sino a circunstancias que a todos se nos escapan y que nos resultan incontrolables.
César O´Malley -en la ficción de Abella- pasa de la noche a la mañana de ser un hombre de éxito en lo profesional y en lo personal a experimentar el amargor de la derrota y el revés. Bastará con que el destino de la mala suerte, que es siempre caprichoso, tornadizo y mudable, se le cruce un mal día.
Hay una frase magistral en los inicios de la novela que lo resume de forma certera:
“La desgracia no avisa, la pila de la linterna se agota cuando a la vida le viene en gana”.
Hay desgracias contundentes que llegan como el rayo -una muerte repentina, un accidente de tráfico-, pero hay otras que se presenta sibilinamente y como sin querer, que se toman su tiempo y a las que no damos la importancia que se merecen por considerarlas insignificantes para nuestra biografía. Son pequeños sucesos que nos acechan desde las esquinas de las horas, sin que seamos conscientes de que la pila de nuestra linterna -de nuestra suerte- está emitiendo los últimos destellos y pronto se agotará.
Si leen “California”, de Rubén Abella, entenderán perfectamente lo que les quiero decir.



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