¡De perdidos, al río!

perdido

(10/11/2019) Veo al pedagogo José Antonio Marina debatiendo sobre la actualidad en la televisión pública y me pregunto por qué un hombre de tanto talento y templanza no ha elegido el camino de la política para salvarnos de los charcos en los que estamos cayendo gracias a la incompetencia y a la mediocridad de unos y de otros.

 Oigo al filósofo Javier Gomá, hablar sobre la ejemplaridad y la dignidad y me pregunto qué pecado hemos cometido para que no nos gobiernen los más ejemplares y dignos de la tribu y lo hagan en su lugar tantos arribistas e incompetentes (salvando las excepciones, que haberlas “haylas”) que rompen lo que está unido mientras siembran en nosotros miedos viejos que creíamos desterrados.

 Quisiera ver a estos y otros hombres buenos tomando las riendas del gobierno, hoy que tenemos que ir votar y nos atenazan tantas dudas, y lo que veo son a especialistas en crear problemas donde nunca los hubo o en proyectar puentes por donde no pasan ríos.

 Creíamos que nuestro mundo era un lugar seguro, lleno de certezas y posibilidades, con una democracia asentada tras una transición modélica, y vemos como los noticiarios vomitan frustración, rencores y odios.

“La prosperidad no nos brinda la felicidad que esperábamos” nos dice Jonathan Coe a los que creíamos que el progreso era un lugar de paz y concordia mientras vemos a burgueses aburridos tirar piedras a la policía en las calles del odio…

 Y mientras nos preguntamos qué falla en nuestro mundo, tan digital y tan tecnológico, para ver lo que vemos en los telediarios, nos llega la última novedad científica: la “supremacía cuántica”, una revolución que cambiará todos los campos del conocimiento, una realidad situada al otro lado del espejo donde no rigen ni la lógica ni la relación entre causa y efecto.

 ¿Salvará esta “supremacía cuántica” el mundo hacia el que nos encaminamos?, ¿nos hará más inteligentes, bondadosos, ejemplares, dignos y felices?

Hay que recuperar el concepto de talento que no es sino el buen uso de la inteligencia, nos dice José Antonio Marina.

Hay que recuperar la dignidad que hace al individuo resistente a todo, incluso al interés general y al bien común, nos repite Javier Gomá, que ve que estamos inmersos en la sociedad del cansancio y el aburrimiento, un lugar donde algunos buscan épicas ya superadas poniéndose al margen de la ley o fuera de ella.

 Pero ¿cómo recuperar la dignidad, señor Gomá si estamos hechos de partículas cuánticas empeñadas en buscar supremacismos? ¿Cómo superar el malestar y el descontento de tanto aburrido que no sabe qué hacer con su vida?

 Sólo hay un camino: huir de la actitud de sospecha que predica tanto filósofo del pensamiento empeñado en sustraernos los bienes que nos hacen la vida digna de ser vivida, de alcanzar una vida gozosa, inteligentemente gozosa, críticamente gozosa que es la visión suprema de la filosofía, porque el ideal no es ser crítico sino gozoso, sigue predicándonos Javier Gomá mientras vuelan adoquines envueltos en insultos sobre nuestras cabezas.

 Mientras tanto, habrá que prepararse para vivir en un futuro que está llamando a la puerta y que se presenta volátil (cambios continuos), incierto (la enorme cantidad de datos que hemos de gestionar creará incertidumbre), complejo (todo influirá sobre todo) y ambiguo (resultará difícil reconocer y encontrar patrones fijos en las cosas).

 No sé lo que nos espera en un futuro, pero ese mundo que usted nos vaticina, señor Marina, acaba de presentarse en este mismo momento en el que voy a votar. Hoy diez de noviembre, fecha en la que cuelgo este artículo, todo me resulta cambiante, incierto, complejo y ambiguo.

 Las certezas sobre a quién o a quiénes entregaré mi voto, han huido del volátil mundo de mis voluntades y vagan por territorios de indecisión, titubeo y dudas.

 Situación difícil esta de “a quién votar” llena de complejidades e incertidumbres.

  Mientras me decido, recuerdo la frase que teníamos allá cuando niños. Al vernos descubiertos o atrapados en el juego del “¡corre que te pillo!” optábamos, a la desesperada, por lanzarnos hacia un lugar peligroso al que no llegaría nuestro perseguidor, mientras gritábamos “¡de perdidos, al río!”.

 Ese “de perdidos” tenía el significado de “perdedor” y el “río” era la única opción salvadora.

 Pues eso, que voy a votar, aunque pensaba no hacerlo, porque “¡de perdidos, al río!”.



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